Soy esa nube pasajera que se posa en tus clavículas y rompe en lluvia, para luego darte sol. Me intrigan tus batallas perdidas y tus palabras no dichas, perdidas en un exhalo de aire viciado. Como que me alimento de todos esos silencios que corrompemos con alguna desolación, cada noche que te vuelves ese infierno del que nunca seré parte en la mañana.
Voy a armarte de a pedazos de memorias (nunca recordadas).
Soy la gloria de los males perpetrados entre eufóricas distancias que eran nuestras, maldiciéndote hasta el mismo firmamento, que luego te obsequiaré. Deseo saber cómo llegar a contar cada historia con las palabras correctas y no morir en el intento, o al intentar desmoronar esa pared que tienes en lugar de ojos, esa con la que me observas desde lejos.
Voy a serte pesadilla en realidad. (Me soñarás despierto).
Soy un ícono de rosas, una poesía entre tus manos destrozadas por estrellarse contra mi alma, que es entera para ellas. Espada de tus dioses, carne en tus misterios. Quiero morder la luz que emanas cada día, amontonarme en tus sienes y ser levantarte en cada una de tus infinitas caídas. Ser perpetua, caminar sobre las ciénagas, y sanarte las heridas.
Voy a ver el amanecer una vez más en esta tarde. (Me darás tu vida).
Nube de espanto, sol de hielo, prisión de las mil prisiones que son cielo, o que son infierno. Morada de mi destierro. Oscuridad que emanas de tu pecho.
Y que me mata las ganas (de irme lejos).
Borde del llanto y de todos mis avernos, con gusto me entrego al sufrimiento eterno.
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