miércoles, 22 de abril de 2015

No pases de largo



No pases de largo
que aún no sé si duele. 
No seas tan breve o fugaz.
No rompas en llanto ni vueles.
No tengas piedad.

No esperes que grite
pues me ahogo tanto
entre mis palabras silenciosas.
No imites al astro constante orbitando
entre voces temblorosas.

No escuches mis reclamos
pues son las ficciones
que me invento para sobrepensar
mientras entonamos todas las canciones
que intenté callar.

No vengas con esos
sueños inconclusos
que intentan hacerme soñar.
si tan sólo un beso borre lo confuso
llevame más allá.

Sólo quiero ver
tu sonrisa a lo lejos
pues de cerca no podría soportar
que me veas caer entre los reflejos
de lo que pude imaginar.

No pases de largo, no me seas breve
y no pidas que calle. 
El silencio duele.


martes, 21 de abril de 2015

El errante devenir de los rostros para el día




¿Qué son estas ganas de librarme
de esta pantomima flagelante
que me eriza los ojos?
¿Qué son estas coordenadas tan confusas?
No sé qué tan bajo se puede caer
si no hay universo que soporte
tal profundidad. 
No me extraña ser siempre alguna máscara.

El problema es todo llano
y esas voces que me desquician
que me corroen
que me mortifican.
Y no es por mí que salgo a marchitarme
entre las lluvias de otoño
y los vacíos que no tienen
ni una pizca de existenciales.

¿Qué son estos deseos de alejarme
para no tener que hablar
sin expresiones fingidas?
¿Qué son estas manos temblorosas?
A fin de cuentas, todo es narrativa, 
todo es ficción, final abierto
trascendencia repetida.
No soporto ser llave de ninguna verdad.

El problema es dar las vueltas
que conducen a caminos circulares
y marearse antes de llegar.
No es por mí que doblan las campanas
es por mi humanidad.

Él ogio


quiero arrancarme los párpados
para poder mirarte
sin interrupciones

martes, 14 de abril de 2015

Y las odas también


A esa sonrisa le dedicaría mis odas.
Se las dedicaría todas.


Escena de la eutanasia (parte II)




Vengo a arruinarte los ojos afables
y a no prevenir los tormentos
que son todo lo que hoy puedo darte.

Vengo a contarte historias tristes
para que ya no soportes sonreír.
Vengo a destruír lo que me diste.

En la escalera, un destino que se aleja
subiendo, bajando, a un costado.
Jamás observé hacia los lados
pues da igual, la muerte jamás destella.

Vengo a robarte cualquier ensoñación,
y a ver cómo tu alma se derrumba
ante mis cansados pies.
Te ofrezco toda esta desolación
y que te lleve hacia la tumba.
Prometo que lloraré.

Vengo a mirarte, como siempre, de reojo
y a desconfiar de todo aquello que devuelvas
que no sea dolor.
Te otorgo, de esta carne, los despojos
solamente a cambio de que vuelvas
sin sentir rencor.

Sólo delirio puedo dar
morir, tal vez
un día cualquiera
que no me quiebre la mediocridad.
Desear tal vez
que fuese cierto
que todos vamos al mismo lugar.
Volar de a ratos
fingir el llanto
envolverte en un abrazo
que reordene el cosmos.
Alejarme y no dejar más que olvidos.
Volver húmedas las hojas del otoño.

Te regalo una sonrisa pasajera
y algunas de las nubes dibujadas
que surcan mi mente
que está enferma.

Soy de piedra
y no te busco en mi morada.
Al verdugo, al ente
les dedico estas palabras.

Cerrá la puerta, que el frío está dentro.
Ah, no lo noté, pero has salido
será por eso que jamás te encuentro.
¡Y yo que ahora iba a ofrecerte destino!

domingo, 12 de abril de 2015

Conman Preclude




"Algo vas a enseñarme hoy" me dije en voz baja. Lo sabía, lo tenía demasiado en claro. Pero no deseaba saber qué. Tal vez la idea de que nada fuese cierto me atormentaba. En parte porque también sabía que nada, jamás, era cierto. Pero veía sus ojos y parecían serlo. Debía ser otra de esas mentiras de la monotonía. Fue entonces que deseé estar alucinando. Y sí, siempre lo hacía, pero esta vez era con más fuerza. No lo sé, tal vez me acechaban esas ideas nostálgicas, las de aquellos tiempos en que creía por defecto. De todos modos ¿qué más daba?

Entonces me saludó. Yo iba de ojos cansados, pero su mirada no me esquivó. Vio el cansancio en mí y lo recorrió como una tormenta de verano. No ansiaba nada más que detener el tiempo. Pero estaba ahí, con los segundos como compañeros ineludibles. No soportaba el sonido del reloj. En realidad nunca lo había soportado, sobre todo en aquellas largas noches de insomnio, que ahora parecía añorar. Pero ese día sonaban con aún más fuerza, y parecían... ¿cómo explicarlo? No sé si puede algo ser rápido y lento al mismo tiempo. Pero yo los contaba, como contaba cada sonrisa que él me daba en las mañanas. 

"¿Qué querés desayunar?" me dijo sonriente. Pero él lo sabía. Yo siempre había querido desayunar lo mismo. Cada día de mi existencia. Al parecer esa mañana le había dado por la amnesia. A decir verdad, no era poco frencuente que le diera por la amnesia, pero jamás le sucedía a la mañana. Sí, había cosas que olvidaba, sobre todo cosas importantes. Pero yo lo amaba así, tal y como era, porque, precisamente, siempre tenía algo para enseñarme.

"Lo mismo de siempre, pero distinto" le dije, y me sonrió, con una de esas sonrisas pasajeras pero inmortales. Y se dispuso a preparar ese café que sabía como a todas mis penurias y, sin embargo, no podía dejar de tomarlo cada día. Pero esa mañana tenía un sabor diferente, un sabor similar a aquella tarde en la que nos quedamos horas remontando aquel horrible barrilete que habíamos construído, y riéndonos de todo cuanto sucediera, o de todo cuanto recordáramos. Y de verdad que fue distinto, no todos los días uno bebe un café con sabor a papel barrilete. Tal vez a papel madera, pero nunca barrilete.

"Me siento algo cansada" musité, y él entendió. Más allá de que quisiera pasar un rato más a su lado, en ese momento las fuerzas ya no lo permitían. Pero sabía que él estaba ahí. Y me sonrió, mostrándome más dientes que nunca. Y me abrazó como si sus brazos dieran más vueltas que nunca alrededor de mi pequeño cuerpo. Y yo lloré, pero no como antes, no como siempre; lloré de alivio, con un resplandor inédito. Lloré con la fuerza de toda la luz que él me había regalado durante esos años. Él me acompañó a la cama y se sentó a mi lado hasta que cerré los ojos. Luego, entredormida, escuché cómo abría la puerta, y encendía un cigarrillo en el patio. Y lo amé varios instantes.

Ese día lo recuerdo muy bien. Dicen que los momentos que resaltan nos quedan grabados para siempre en la piel. Yo ya no sé si tengo piel, pero a veces lo rozo mientras duerme, y siento su calor. A veces todavía lo abrazo con todas mis fuerzas, recordando ese día. Lo abrazo atravesándolo. Y pienso, entonces, que nunca me enseñó cómo olvidar, pero sólo porque él jamás lo supo. 

viernes, 3 de abril de 2015

Frida, yo sí


y saber cuándo he dejado de tropezar.

para contar los escalones

Necesito de mis pies enormemente