Porque me atrae tu sabor a tragedia, lo salado de las lágrimas en retroactivo, es que me hundo, que me rindo esta mañana ante tu mirada, recordando los días en que supe que ya no habría primaveras. El sol no saldrá, pues no salía, o no saliera jamás en tus pupilas, que profundas hasta el punto de encontrarse en el desprecio de tu nunca. Pero no miras atrás.
Porque me invade la amargura del sublime brillo que traes en tu espectro, es que me pierdo. Resplandeces entre muertes, entre diezmadas almas, entre mortíferas postales de olvidos al infinito. Vuelas entre virtudes, pasadizos, crucifijos y demases que te hacen único, y respiras. Todo tu aire viciado me empaña la luz del día, de ese sol que no salió, en esa primavera que jamás resplandeció. Fuimos de invierno, fuimos mortales.
Porque me entrego al impensado mal de este suicidio de mis alas (ya no vuelo, hoy me quedo) es que quizás narre con esa voz somnolienta con la que a veces te despierto, algún sueño por la mitad. No es que no quiera soñar, sólo que a veces te sueño despierta, y pues, no deseo que te vuelvas pesadilla. Si duermo y se termina, ¿Qué otra cosa quedará? Tal vez el rastro entre mis manos, y en mi pecho cercenado por tu espíritu demente. Pero me gusta descubrirte en los latidos que ya no fuerzo, aunque a veces deje de escucharlos, para oírte entonar una canción de realidad que me golpee. Son golpes suaves, al menos, los que ahora soporto, pues si sonríes mientras duele, ya no es tanto lo que duele, ya no es muerte lo que siente este amargo fenecer.
Porque me hielas la sangre mientras escribo estas palabras, es que las escribo, precisamente. Me conoces, siempre he sido de buscar el dolor, por aquellos recovecos en que escondías espadas. Quizás no sepa qué decir cuando preguntas qué tanto puede alguien sufrir, qué tanto puede llorar sin deshidratarse. No si antes te has tomado un vaso de agua, ese que no permita que tu garganta se seque, para que puedas hablar, hablar de tiempos de antaño en los que no sabía más que gritar, a la vez que callaba, en los que dormía para ya no despertar.
Porque vienes, porque vas, y a cada paso te sigo, al menos en mi memoria, pues recuerdo cada olvido que me diste aquella tarde, pues he contado cada cabello que te he arrancado, cada lunar por el que he caminado, como si fueran estrellas. Si esos astros hoy hablaran, contarían que hoy la luna te ha orbitado, que te orbita cada instante, cada beso, cada paso en falso, recibiendo aquella luz, como cuando solía ser oscura.
Y porque vuelvo a reír cada vez que oigo tus pasos en mi órbita de hielo, es que te has vuelto el imán de todos estos desiertos que hoy te entrego.
Esta luz que ves aquí no es más que de la tuya el reflejo.