martes, 4 de septiembre de 2012

Caminos inventados

Él es alto. No, es bajito. A decir verdad no lo sé, es promedio. Malditas estaturas promedio, nunca me llevé bien con ellas. Quizás porque yo misma soy una persona de estatura promedio, a la que le hicieron creer que estaba por debajo de él, sólo para tener de qué hablar en el recreo. La cosa es que él es alto, o bajito, ya ni sé, y me da igual. Lo inventé, durante mucho tiempo lo estuve inventando en historias varias, hasta que un día se me apareció en el colectivo. No quería encontrarlo, sólo quería una pizza, una que nunca había probado. Todos sabemos que soy fanática de la pizza. 

Sucede que nos bajamos en la misma parada, y tomamos el mismo subte: la consabida línea D. Luego de algunos minutos ambos bajamos... en Olleros, aquella estación de la que tantas veces supe contar historias, sobre todo estando bajo la influencia de alguna bebida espirituosa, o del tan conocido insomnio. Pero la verdad es que no sé por qué me había bajado allí, cuando todo lo que quería era una pizza. No sé, tampoco, por qué me había tomado ese maldito subte. Quizás había sentido, sin darme cuenta, la necesidad de seguirlo... al alto, al bajito, al quién sabe que inventé. Quiero decir... cruzarse con un personaje que uno mismo inventó no es algo que suceda todos los días. Tenía sentido que hubiese deseado seguirlo. Tal vez para advertirle algo, o quién sabe, quizás podría, no lo sé, inspirarme para escribir otra historia que lo tuviese como protagonista. 

Comenzó a llover. Creo que caminaba despacio. Yo. Bueno, él también, y yo en consecuencia, dado que estaba siguiéndolo. Pero... ¿A dónde iba? No lo sabía. Él tampoco parecía saberlo, a juzgar por sus chapoteos errantes, por el eterno zigzagueo de su andar y el constante ladear de su cabeza, mirada perdida incluida, con el que reaccionaba al observar cada cartel en el que se leía el nombre de una calle que yo tampoco conocía. 

Por esos momentos, mientras la lluvia se volvía más y más leve, razón por la cual yo agradecía a quién sabe qué deidad puesto que no cargaba paraguas, intuí que él se había percatado de mi presencia. Es más, estaba segura de que él sabía que hacía ya rato me encontraba siguiendo de cerca sus pasos. Podía leerlo en su respiración agitada, que se oía más intensamente que su chapoteo. Pero siguió chapoteando, y respirando agitadamente, hasta que en algún momento sucedió lo que todos temíamos que sucediera. Bueno, no todos. De hecho, sólo yo. Da igual, el hecho es que su errático andar cesó de repente. Frenó, sí, volteándose abruptamente a verme. Bueno, tal vez no con la intención de verme, pero estoy segura de que al menos con la sospecha de que allí me encontraría. Sucede que me miró tan fijamente como jamás lo había hecho. En realidad sabemos que jamás lo había hecho, dado que jamás lo había cruzado. Como ya he dicho, no sucede todos los días que uno se encuentre con un personaje que inventó. La cuestión es que me miró fijamente, sin pronunciar palabra. 

Sé que alguna vez lo había soñado. "No puedo leerte", le decía entre diálogos oníricos, frustrandome oníricamente, pues siempre he sido la misma persona en mis sueños que en la vigilia, y siempre he podido descifrar a la gente en ambos planos. Pero no a él, no, no había nada en él que pudiese descifrar, y no me cansaba de decírselo. Tal vez lo decía en un vano y hasta casi desesperado intento por obtener su ayuda, pero dentro de mi ser estaba convencida de que jamás lograría leerlo, pues era yo quien lo había escrito. Siempre fui de la idea de que las palabras escritas ya no pertenecen a quien las escribe, sobre todo tratándose de mí, que soy tan cambiante. Me son ajenas, cobran vida, así como ahora había cobrado vida él... ese a quien había inventado en alguna racha de inspiración que ya nunca volvió. 

No, ciertamente no podía leerlo. "No puedo leerte" dije entonces, luego de un largo silencio, y no comprendiendo del todo si aquello se trataba del plano del sueño o de la vigilia. Pero, tal como en esos sueños que más parecían pesadillas, de las que sin embargo no deseaba despertar, tampoco respondió. De todos modos caminó a mi lado durante el trayecto que faltaba hasta la siguiente estación, pero en el interín nos encontramos con aquella pizzería, aquel objetivo que había sido el mío desde un principio, y comimos con placer dos porciones de muzzarella y una de faina cada uno. Con placer, sí, pero sin mediar palabra. Simplemente sabíamos por qué estábamos allí, o al menos parecíamos saberlo.

Salimos de la pizzería y caminamos. Ya no lo seguía, ni me seguía él a mí; simplemente caminábamos. Nuestro andar se volvió algo menos errante, y nos dirigimos hacia la estación de subte, para emprender la retirada. Pero ya no estábamos en la línea D, sino en la B. Ahora todo cuadraba; era por eso que habíamos encontrado aquella pizzería. Sin darnos cuenta, nos habíamos desviado. O tal vez nos habíamos dado cuenta, tal vez habíamos tratado de evitar aquella estación de la que habíamos salido. Tal vez todo el andar errático era sólo para evitar volver a entrar por Olleros. Tendría sentido, ya que odio caminar bajo la lluvia, sobre todo cuando ando con botas altas.

Retornamos, entonces, desde Lacroze, hacia aquel lugar desde donde ambos habíamos partido: Callao... pero de otro color. Fue entonces cuando comprendí por qué nunca había podido leerlo: era porque aquello jamás lo había escrito...



4 comentarios:

  1. Referencia inventada ? hmmmmmmmmmmmmmmmmmmm :P

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    1. Sí, tiene que ver con Olleros. Tal vez lo explique en otro relato.

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  2. me hizo acordar a sabato en algunas cosas... lindo usu...

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