No te calles ahora que sabes mi nombre,
si también sabes gritarlo.
No te rasques la cabeza con mi disparidad,
que no hallo consuelo en ello, en aquello,
en todo lo que me libra a ser distante,
en la distancia que me has dado.
No empieces con tus cánticos de luegos y demases,
ni con los de demasiados, que ya no los sé apreciar.
Hoy llueve y no he ido a comprobarlo
a ninguna esquina.
Ni siquiera a aquella en la que solíamos encontrarnos
para hablar de quién sabe qué otros rumbos.
No recuerdo, mucho llanto ya ha pasado,
y me nubla la visión en las memorias,
que ya de por sí eran borrosas,
pues no las he alimentado.
Sólo sé que me sabes a un café nunca tomado,
a un poco de poesía, y un helado.
A los árboles, sus hojas que caían.
A aquel viejo empedrado...
y porquerías.
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