jueves, 20 de enero de 2011

¿Quién eres? (Juguetes)

Es tanto el saber que a veces me entrego a los mil sortilegios de un alma que ya no era clara. ¿Quién eres? Me dirás entre poesías, quizás, entre promesas nunca hechas y entre voces que martirizan. Te conozco demasiado, lo sabes. ¿Quién eres? Tal vez jamás lo supe, y sin embargo vi tus ojos, vi tu alma derrumbarse en los estrépitos de tu insomnio minimal. No me corroes. Ya no me corroes. 

Ten piedad de mi memoria si es que acaso alguna vez me recordaste, pues bien dices que lo haces. Ya no hay espacio para misterios. Te conozco demasiado. Ya no me corroes. No sé quién eres, pero ya no lo haces. ¿Y qué si lo hicieras? Pues ten por seguro que por vez primera verás en mis manos que eran susceptibles a tus subterfugios, tocar el aire que nos envuelve en primaveras con indiferencia. Lo sé, lo recuerdas, recuerdas mis ojos mirándote directo al alma, como recuerdas las partículas de aroma de mi llanto. Sé que lloré en vano. 

Añade ahora a cada herida un fragmento de palabra nunca dicha, una pizca de verdades omitidas. ¿Quién eres? Por vez quinta, vez tercera, vez primera te interrogo y tú sólo sabes repetir esa canción desafinada que cantaste amaneciendo ante los púlpitos dispares de mis ojos que borraban el pasado y escribían el presente en el ayer, cuando ya había pasado, tal como lo hizo la tormenta. 

He aquí la pila de escombros de lo que alguna vez quiso llamarse un abrazo y terminó siendo penumbra. Ya no me corroes, pues no sé quién eres. Debería, tal vez, preguntártelo. Quizás ayudaría saber quién soy yo, para poder preguntarte en segunda persona, pues no hay segunda sin primera, y no serás el primero en caer, pues no fuiste el primero en morir joven, como mi alma. 

Si, mis párpados caen ya en esta noche sin insomnio, y no es para soñarte. ¿Quién eres? Debí haber sabido que tu alma no eras tú, que tus ojos no reflejaban los misterios sino el espejo del destino del que ya no soy juguete. Como tú, que eras destino del que supe ser juguete.

¿Quién eres? ¿Acaso importa? Pues eres tú... aquel que ya no me corroe. Ya no eres mi destino. Ya no soy tu juguete. 

viernes, 14 de enero de 2011

De soles, sombras y acertijos

Al sol de la vulgaridad le reclamo esta morada rencorosa. Me hace sombra cada vez que la diluyo con palabras impronunciables, delitos de diccionarios sin hojas arrugadas, sin hojas, sin ojos y sin sangre. Respiro una vez más por la flor de la cordura. Mis pasos son hielo y mi frente desprecio de lejos. Estamos lejos. Sonrío. 

Nunca conocí los sortilegios de los dioses del destierro. No me salen las lágrimas cuando muerdo la esperanza otra vez, por mí, por ti, por esta llave que me dice que avance hacia el declive de mi quinto cataclismo. Ya no son las puertas las que golpean mi cara, si mil jueces hicieron sus miradas a un lado para poder declararme inocente de mi propio cavilar. No soy mi presa, ni presa de mi ser. No soy mi propia sombra, ni eres mi reflejo de voraz incertidumbre y sacrilegios. 

Me creo mi propio espanto. Lo creo y me lo creo. A veces cuando hay penumbras casi todo se olvida y somos parte de la parte de un fin de nadie que nos oiga. ¿Con qué fin seré principio? Con tus pies, por supuesto, mientras que con mis manos navegaré por los desiertos inundados de matices del horror, volviéndome idiota entre los muros, cayéndome en tempestades que destrocen mis ojos de roca, crueles vitrales, ventanas de mi eterno. 

Sigue teniendo este agua de alcantarilla sabor a error, a que fui parte de un olvido calculado, subrepticio entre balcones a ciudades despobladas de vestigios incoherentes como mis palabras. Claro que a veces la perfección carga los números vacíos en sus brazos de concreto, impíos como esas miradas que no sabrás darme cuando caiga sobre nuestra espalda la virtud del escapar por otros rumbos que ya no sean sobre las cortadas cabezas de aquellos que alguna vez supimos ser. No extraño tu presente, sólo extrañaría que te presentificaras en favor de los designios. 

Y me sonríen las sombras nuevamente, aquellas que supieron ser sol, aquellas vulgares, innombrables, pues nunca tuvieron nombre. Te adivino entre ellas, o tal vez soy yo la sombra que sonríe y da la espalda, y tal vez fuiste tú vulgaridad. Tal vez nunca debiste ser mi sombra, o tal vez yo no debí iluminarte. 

De cualquier modo sonrío, nuevamente, por vez tercera. Ya no me haces sombra...

martes, 4 de enero de 2011

Sabor a tanto

Me arrebatan la ansiedad de llevarte hacia un lugar imaginario. Esta es mi morada, el sol es mío y sólo por eso es que lo derrocho, que lo regalo a tus ojos cual ofrenda ante el dios de los silencios. No puedo evitar callar en los gritos que te doy con mi sustracto de animalidad. No me mires. 

Sé que los sonidos de mis palmas contra rocas son efímeros, que emulan la belleza de los cánticos del sueño de las mil esferas, superhombres, funestas musas, vanaglorias, infatuas, sedientas de especies del aura, de música surreal. Tu abrazo es de quince infiernos, pues me quema. Tu voz es de miel y tu cuello de incienso. Sabor a espanto, sabor a tanto. Tanto que espero porque cierres tus párpados para abrir los míos y empaparme de la paz de tus inciertos. Sabor a herida, sabor a vida. 

Son tus maleficios los que arden en dispares destellos de planetas destinados a perderse en la osadía de orbitar por los abismos. Tus ojos orbitan el mar abierto, la llanura inconfundible de tu rostro entre mis manos, cavilar entre las sientes de tu otoño. Muerde mi alma, sabor a hierro. Etílico lamento que entre lágrimas sonríe los intentos, suspira las caídas y el tormento. Sabor a invierno en retroactivo. Tus mejillas son mi etéreo. Resplandeces. 

Tengo tiempo para mirarte eternamente. Sabor de las miradas que me invaden el espejo en la cornisa. Sabor a muerte, sabor a suerte. El sol no se posa en las arenas de la gloria. Es mío, es tuyo. Te regalo una pizca de la brisa de la mañana, una gota de garúa de mi estrépito, una poesía en prosa que no se note si rima con tu nombre que transgrede los espectros. Un abrazo sideral te obsequio, una canción indeterminada, en sonidos nunca oídos, con voces que jamás callen, para verte sonreír al firmamento. Sabor a nubes, sabor a mar, sabor a cielo.

Tienes el poder de detener el cataclismo. Sabor a sueño. Sabor a que sabes que sentir que me sabes equivale a mil sonrisas que te doy con fundamento en la cúspide del miedo a tener que marcharme algún día, que alejarme de tus hombros que me implotan los cristales en el pecho. Remota locura. Grata, desquiciada la memoria. Te recuerdo mañana por si te fueras lejos, inventándote un lejano temblor en los huesos como se reinventa el crepitar de las llamas de este imperio. Voraz desvarío que guardas mis cien almas. Sabor a que vuelo.   

Llevas mis manos para que cuiden algunos ángeles del averno. Abrazo del abismo. Sabor a incierto. Te doy una caída así puedas levantarme y tener algo más por qué abrazarte desde el mar de la ignominia. 

Eres llave de las puertas donde guardo aquellas llaves en mi pecho. Besos de hielo y de fuego. Sabor a mar, sabor a cielo. Sabor tan sólo a todo aquello que deseo.