viernes, 14 de enero de 2011

De soles, sombras y acertijos

Al sol de la vulgaridad le reclamo esta morada rencorosa. Me hace sombra cada vez que la diluyo con palabras impronunciables, delitos de diccionarios sin hojas arrugadas, sin hojas, sin ojos y sin sangre. Respiro una vez más por la flor de la cordura. Mis pasos son hielo y mi frente desprecio de lejos. Estamos lejos. Sonrío. 

Nunca conocí los sortilegios de los dioses del destierro. No me salen las lágrimas cuando muerdo la esperanza otra vez, por mí, por ti, por esta llave que me dice que avance hacia el declive de mi quinto cataclismo. Ya no son las puertas las que golpean mi cara, si mil jueces hicieron sus miradas a un lado para poder declararme inocente de mi propio cavilar. No soy mi presa, ni presa de mi ser. No soy mi propia sombra, ni eres mi reflejo de voraz incertidumbre y sacrilegios. 

Me creo mi propio espanto. Lo creo y me lo creo. A veces cuando hay penumbras casi todo se olvida y somos parte de la parte de un fin de nadie que nos oiga. ¿Con qué fin seré principio? Con tus pies, por supuesto, mientras que con mis manos navegaré por los desiertos inundados de matices del horror, volviéndome idiota entre los muros, cayéndome en tempestades que destrocen mis ojos de roca, crueles vitrales, ventanas de mi eterno. 

Sigue teniendo este agua de alcantarilla sabor a error, a que fui parte de un olvido calculado, subrepticio entre balcones a ciudades despobladas de vestigios incoherentes como mis palabras. Claro que a veces la perfección carga los números vacíos en sus brazos de concreto, impíos como esas miradas que no sabrás darme cuando caiga sobre nuestra espalda la virtud del escapar por otros rumbos que ya no sean sobre las cortadas cabezas de aquellos que alguna vez supimos ser. No extraño tu presente, sólo extrañaría que te presentificaras en favor de los designios. 

Y me sonríen las sombras nuevamente, aquellas que supieron ser sol, aquellas vulgares, innombrables, pues nunca tuvieron nombre. Te adivino entre ellas, o tal vez soy yo la sombra que sonríe y da la espalda, y tal vez fuiste tú vulgaridad. Tal vez nunca debiste ser mi sombra, o tal vez yo no debí iluminarte. 

De cualquier modo sonrío, nuevamente, por vez tercera. Ya no me haces sombra...

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