lunes, 30 de enero de 2012

La mort peut rire





Un ser desconocido centellea en una ráfaga
de oscuridad lejana. 

Quietud equidistante, 
descolorida ciudad que naufraga
en lágrimas de propios mares. 

El aire se torna pesado,
se siente en los hombros.

Un ave afortunada ondea sus alas
allí donde aún algo queda. 

En el muelle, sobre el agua estancada, 
se abren eternas heridas;
sangran negras alabanzas. 

Un vagabundo se acerca
me trae la noticia:
¡Carajo! ¡Que se enamoró la Parca!



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