domingo, 25 de marzo de 2012

La ilusión de la igualdad

¿Sabés por qué es más difícil que se te tire una mina?

Muchos hombres y mujeres nos llenamos la boca hablando de esa cosa que si bien en el discurso está bien presente, en la práctica dista mucho de estarlo. Esa cosa se llama igualdad. Luego entonces nos contentamos diciendo que, en el encuentro de los sexos, también debe haberla. Y comienza allí el juego de tirarnos la pelota. Pero sepan que se nos ha acostumbrado a que el hombre puede hacer cualquier cosa. Me pasó una vez que me tocaran el culo por la calle. Ante la impotencia, puteé al sujeto de forma vehemente. Una vieja me miró horrorizada. ¿Era realmente yo la que estaba en falta? No. Desde los 9 años (crecí demasiado temprano, me parece) me dicen guarangadas por la calle, incluso estando con mi mamá. ¿Eso es justo? No, pero así sucedió. Sentimiento de desprotección de siempre, de casi dos tercios de mi vida. Pasar en bicicleta, tocarle una teta, total para eso está. Ella, camina, 14 años, va al shopping a encontrarse con las amigas. Y el hijo de puta le toca una teta. Fantástico. ¿Fue justo? No. No reaccioné, no tenía cómo. 

Durante toda la vida hemos estado sujetas a determinados valores sociales que se hacen carne en nuestros sujetos. Se nos exige la perfección a toda costa. La televisión nos mambea con la delgadez como único objetivo en la vida, amén de la belleza, que esa si no la heredamos, habremos de conseguirla por otros caminos algo más... sangrientos. Mujer madre, pero trabajadora, pero ama de casa, pero bella y siempre limpia y prolija, cuidando su estética a cálculos milimétricos. Mujer ágil pero de altos tacos. Mujer cómoda de pollera tubo. Mujer sumisa, con ideas propias. Mujer que camina moviendo sus caderas para deleitar tu vista, hombre que camina por Florida y Viamonte. "Es poco femenino" nos dicen, veces y veces hasta calarnos todo lo que podamos tener que se aleja de aquellos íconos de los 50, cuando... aún ni siquiera votábamos en las elecciones. ¿Te suena? A mí sí. 

Desde siempre, entonces, se nos exige una perfección a cuya altura ninguna de nosotras está. No es que yo quiera, no es que yo no haya pensado sobre estos temas, no es que me deje llevar por la "cultura del culo". Simplemente lo sé, no estoy a la altura, ni mucho menos. 


Hola, soy Nayla. Mido 1.64, me faltan como 6 cm para haber sido modelo. Es el "no estar a la altura", pero literal. Me faltan también 10 de tetas, y obviamente volver a nacer para ser "bella", o al menos lo que se supone que es bello. No tengo piernas largas, sino macetonas y algo musculosas. A veces me como las uñas, y a mis 26 años aún me salen granos. Me rompí los dientes cuando aún mis años eran de una sola cifra, y así se quedaron. No tengo una vista privilegiada y mi cabello es un desastre. Tengo las manos cortas y los pies mochos. Cuando era chica juntaba las rodillas. Soy bastante peluda y odio depilarme. Lo hago, porque lo TENGO QUE hacer. ¿Tengo que? No, no tengo que, pero así lo hago, sin embargo, porque es lo que se hace. 

"Negra" me decían en primaria. Así es, odiaba no ser blanca. Odiaba no ser flaca. Odiaba no ser rubia. Odiaba usar anteojos y zapatos ortopédicos. Odiaba tener el pelo de Valderrama, y la cara de Ronaldinho. Odiaba ser buena alumna, eso me sumaba exigencia (un 6 en matemática, el cataclismo). Odiaba mi voz nasal. Y aún a veces odio todo eso. Las cuestiones físicas me valieron algunos años de adicción al gimnasio. Nada de musculatura era suficiente. Necesitaba más. 

Aún a veces odio no ser blanca, flaca, rubia, alta... De chica era alta, luego me quedé así. Odio mi nariz y mi rostro. Odio tener el culo caído. Odio mis pies y mis manos, y se me hace que mis orejas se notan demasiado. Odio mi cabello, es un desquicie. Odio mi piel, mis rodillas. Odio mi boca y cómo se me tuerce al sonreír, y que se vean mis dientes rotos. Odio mi cintura; estar flaca y tener "rollos". Odio las cicatrices que tengo, recuerdos de guerras contra mí misma, que afortunadamente gané. 

¿Cómo podrías esperar que te dijera algo? Jamás he estado a la altura... ¿Por qué habría de estarlo ahora?


Yo soy - Más insegura - Que vos. 

lunes, 5 de marzo de 2012

De todo lo que no rima


Si "marzo" rimara con "letargo", sería una buena idea irme a dormir, en esta noche de marzo, insomne como cualquier otra. La verdad es que no son muchos los días, las noches que duermo. Cuando lo hago, despierto en el medio de la noche, intentando gobernar las palabras que nacen directamente de mi garganta, que raspa. Duelen a veces los gritos, en el silencio de la ciudad. No escucho más que los pasos, otras madrugadas mediocres que deambularán, y las mil y una boludeces simultáneas que pudiera imaginar. Pero eso no basta. Marzo no rima con letargo, y sé que tampoco comenzará la primavera. 

¿Cuántos cigarrillos has fumado esta noche? Me consulta el cenicero, y yo vacilo. No lo sé, no los he contado... estoy dispersa, somnolienta, y en todo caso jamás fui buena para los números. Esto, como para empezar a hablar. Hay demasiadas cosas para las que no soy buena, y una de ellas es olvidar. Si tan sólo sirviera para algo. Pero no. Recuerdo, ciertamente, no rima con utilidad, y sólo algo disonantemente con infierno. Y sí que lo recuerdo a ese en el que las llamas me tragaron con total voracidad. Que sí rima con utilidad, pero que dejó de serme útil hace tiempo. 

Dudas tengo de a montones, tampoco las sé contar. Creo que sólo sé de mis dudas, y algo más. Sé de quien me sabe, que profana, que risueña, que vacía, que efímera, que proezas de mi vida, y aún las que he de soportar. Proezas casi rima con promesas, esas que jamás rimarán con la verdad. Y la verdad a veces rima con heridas, o al menos cuando pronuncio mal. Nunca fui buena para hablar, por eso a veces me olvido de alguna sílaba, y no te llamo por tu nombre porque tiene más de una, que no rima con piedad. 

No sé bailar al compás, no puedo seguir los ritmos, si fluctúan constantemente entre horribles medios-tiempos. No soy buena para tiempos, porque riman con lamentos, o al menos estos lo hacen ahora que se ha apagado el sol en este cielo, que nunca rimó con tus ojos y sí con mi desconsuelo. 

Y nuestras almas son tan disonantes, que a veces me desquicia. Odio cualquier sinfonía de ruidos amontonados, como los que hoy se agolpan en mis sienes. Y odio por sobre todo ser mi propia pesadilla. 

Mi cabeza duele por los golpes que me di contra la realidad, aquella que creí que podía hacer rimar.