lunes, 5 de marzo de 2012

De todo lo que no rima


Si "marzo" rimara con "letargo", sería una buena idea irme a dormir, en esta noche de marzo, insomne como cualquier otra. La verdad es que no son muchos los días, las noches que duermo. Cuando lo hago, despierto en el medio de la noche, intentando gobernar las palabras que nacen directamente de mi garganta, que raspa. Duelen a veces los gritos, en el silencio de la ciudad. No escucho más que los pasos, otras madrugadas mediocres que deambularán, y las mil y una boludeces simultáneas que pudiera imaginar. Pero eso no basta. Marzo no rima con letargo, y sé que tampoco comenzará la primavera. 

¿Cuántos cigarrillos has fumado esta noche? Me consulta el cenicero, y yo vacilo. No lo sé, no los he contado... estoy dispersa, somnolienta, y en todo caso jamás fui buena para los números. Esto, como para empezar a hablar. Hay demasiadas cosas para las que no soy buena, y una de ellas es olvidar. Si tan sólo sirviera para algo. Pero no. Recuerdo, ciertamente, no rima con utilidad, y sólo algo disonantemente con infierno. Y sí que lo recuerdo a ese en el que las llamas me tragaron con total voracidad. Que sí rima con utilidad, pero que dejó de serme útil hace tiempo. 

Dudas tengo de a montones, tampoco las sé contar. Creo que sólo sé de mis dudas, y algo más. Sé de quien me sabe, que profana, que risueña, que vacía, que efímera, que proezas de mi vida, y aún las que he de soportar. Proezas casi rima con promesas, esas que jamás rimarán con la verdad. Y la verdad a veces rima con heridas, o al menos cuando pronuncio mal. Nunca fui buena para hablar, por eso a veces me olvido de alguna sílaba, y no te llamo por tu nombre porque tiene más de una, que no rima con piedad. 

No sé bailar al compás, no puedo seguir los ritmos, si fluctúan constantemente entre horribles medios-tiempos. No soy buena para tiempos, porque riman con lamentos, o al menos estos lo hacen ahora que se ha apagado el sol en este cielo, que nunca rimó con tus ojos y sí con mi desconsuelo. 

Y nuestras almas son tan disonantes, que a veces me desquicia. Odio cualquier sinfonía de ruidos amontonados, como los que hoy se agolpan en mis sienes. Y odio por sobre todo ser mi propia pesadilla. 

Mi cabeza duele por los golpes que me di contra la realidad, aquella que creí que podía hacer rimar. 

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