Y me miraste con tus ojos de abismo. Al principio no me atrevía a hablar. Creía que todo estaba dicho. Sin embargo, algo me dijo que no, que debía hacer ceder al silencio.
-Conque de esto se trata...
-¿Qué cosa?
-Conque de esto TE TRATÁS...
-Sí, no sé. A decir verdad, no sé si te estoy entendiendo.
-Sé lo que se siente; he estado allí demasiadas veces.
El silencio invadió nuevamente el lugar, y la tensión hacía que el aire pareciera poder cortarse con uno de esos Tramontina de bajo presupuesto. Bueno, ni que los Tramontina fueran de un presupuesto muy alto, pero creo que se entiende a lo que me refiero. La cosa es que al fin pude volver a hablar:
-¿A qué viniste?
-A pedirte disculpas.
-No deja de resultarme extraño que me pidas disculpas cuando ni siquiera sabés qué es lo que tengo que disculparte.
-Lo sé...
-¿Qué sabés?
-Sé que no lo sé...
-No estamos para diálogos infracartesianos.
-¿Entonces?
-¿Entonces qué?
-No sé...
Al fin algo que no sabías, que no sabías que no sabías, hasta darte cuenta de ello. Por una vez, realmente no lo sabías, o al menos por una vez habías flaqueado ante mí.
-A veces necesito vomitar. Descargar. En este caso, pidiendo disculpas.
-Si es por el mero hecho de vomitar, tus disculpas se me hacen bastante egoístas.
-Lo son. Por eso es que te las pido. Al fin y al cabo, te estoy PIDIENDO disculpas ¿no es así? eso implica que si me disculparas, me las quedaría. Ciertamente es egoísta.
Estabas más gris que de costumbre, y un poco me atormentó la idea, tal vez por el hecho de saber que eventualmente me harías otra de tu escenas, esas que tan harta me tenían desde hacía tiempo. Lo que no podía precisar era cuándo lo harías, sólo sabía que lo harías.
-¿Entonces?
-¿Entonces qué?
-No sé... ¿No ibas a pedirme disculpas?
-Ya lo hice...
-No lo hiciste.
-El sólo hecho de decirte que vine a pedirte disculpas, es estar pidiendo disculpas.
-Me parece que esta metaconversación no lleva a ninguna parte.
-Estás equivocada.
-Jamás me equivoco, y mucho menos tratándose de vos.
Entonces te callaste nuevamente. Habrán sido treinta segundos, ahora que lo pienso, pero en ese momento pareció pasar toda mi vida frente a mí, como trascendiendo la barrera temporal. Una eternidad sin siquiera la existencia del concepto de eternidad, pues, para que algo sea infinito, necesítase de la finitud. Pero finalmente volviste a las arbitrarias fronteras. Finalmente me hablaste por última vez, antes de desaparecer ante mis ojos cual si nunca los hubieses mirado:
-Sos una puta.
A veces te extraño. Soy esa puta que a veces te extraña.