jueves, 9 de octubre de 2014

Del clima y sus mortales consecuencias II



Hoy llueve. Hoy te odio.
Cada vez que llueve te odio un poco más.
Pareciera saber que las nubes
no volverán a dejarme ver tu rostro,
que las gotas emularan mis ojos deshidratándose,
o quizás sólo me recuerda a que no estás y,
bueno, tal vez entre sueños imaginaba
que tendrías algo de piedad.

Pero no, me llueven los ojos, 
me lloran los sueños
y no escampan mis ganas de irme lejos,
o cerca. No sé por dónde empezar
a contarte todo lo que alguna vez guardé
en un cajón cuya llave escondí bajo miles de otras llaves.
No siento, sin embargo, que sea tarde
pero las horas pasan y mis párpados se cierran
cual si se marchitaran ante estas distancias.

Claro, los días de lluvia eran nuestros,
seguro ya lo olvidaste, no como yo
que recuerdo incluso las vidas que nunca viví,
las calles que nunca caminé a tu lado,
las promesas que hoy se me antojan más como epitafios
grabados en la lápida de esos deseos que jamás desaprendí.

Estas noches se me hacen infinitos, 
vuelven a aparecer, y reflotan
los misterios escondidos bajo todas esas máscaras
que usabas para crearme reacciones.
Hoy estás tan lejos que ya ni tu máscara veo,
seguro estás usando la que yo más disfrutaba.

¿A quién le estás regalando nuestros días de tormenta?
¿A quién le estás hoy contando esas historias
de proezas, de poetas y de ensueños?
¿A quién le estás entonando esas canciones que nunca
afinaban con mis alas, que sólo las escuchaba
porque con ellas parecías cantar mi alma?
¿A quién le estás regalando más promesas-epitafio
mientras yo te espero, bajo la lluvia, sin paraguas?

En realidad no sé sí espero a que vuelvas a mis brazos
o que la lluvia me ahogue si no te veré en la mañana.

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