viernes, 18 de marzo de 2011

Del cigarro y la pija

Soy una persona que cambia constantemente de marca de cigarrillos. Quizás sea una pulsión oral modificante. Eso no existe, pero aún así... Será que me gusta chupar cosas distintas. 

Esta es la parte donde las viejas se horrorizan. Me pregunto por qué no se chuparán una pija y me dejarán en paz. Me pregunto si cuando yo sea vieja me horrorizará la palabra "pija"... o la pija en sí. Me pregunto cómo se le llamará a la pija cuando yo cumpla noventa. Me pregunto si llegaré a los noventa. 

Tanto hablar de la pija me han dado ganas de fumar. Quizás cojo por los pulmones, quizás tengo sexo cancerígeno. Me gusta fumar. Me preguntan por qué no lo dejo, y yo respondo que es por eso, porque me gusta. Tal vez algún día deje de gustarme. ¿Dejará de gustarme también la pija? Creo que debería fumar menos y chupar más pija. 

Ahí está otra vez la vieja horrorizada. Señora, cuidado, que a usted también le gusta la pija. Mire su bastón. Bien, ahora busque a alguien a quien sí se le pare y por favor déjeme vivir. 

¿Dónde estaba? Ah, si, viejas. Las viejas siempre me miraron raro. De chica por como hablaba, luego por los cachos de metal en la jeta, más tarde por los tatuajes, y ahora... ahora creo que se detienen a preguntarse de qué sexo soy. Si, digo sexo, no género. No me rompan las pelotas, que esta vez sí estoy hablando de biología. Hagan como la señora, que gentilmente se está chupando una pija. 

Y sí, hay que mandar a la gente a chupar pija, así se callan. Jodido hablar chupando pija, no se te entiende nada. Yo hablo igual, me hago el tiempo. Me gusta hablar más que fumar, y más me gusta cantar. También me gusta la cerveza, bien fría. Las pijas no me gustan frías. Claro, porque serían de cadáver, y la necrofilia no me atrae demasiado. 

Hablando de cadáveres, una vez me comentaron que en las funerarias, cuando los fiambres huelen muy mal, les echan café. El café me gusta, bien fuerte y amargo. Los hombres no me gustan amargos, sino tal vez risueños... y algo pelotudos. Luego de un café me fumo un cigarrillo. La cerveza y el sexo comparten este ritual, al igual que las charlas con amigos, o con mi vieja, aunque en estos casos el cigarro es simultáneo. Será que asocio mi cigarro con todo aquello que me gusta. Me gusta fumar. 

Nunca saldría con un ex-fumador, son fundamentalistas. Detesto eso, me resulta la más absoluta de las hipocresías retroactivas. De hecho creo que no existen más casos de hipocresía retroactiva, quizás sea por eso que ésta es absoluta. 

Otra cosa que me gusta es la comida, sobre todo si es pizza, y sobre todo la de Guerrín. Guerrín está lleno de viejos, pero la señora con el bastón no puede comer parada porque le duelen las articulaciones. Qué pena, porque así es más barato. Yo como acá y usted mientras vaya, fúmese un cigarro, que total el cáncer ya lo tiene, y si le queda de paso, chúpese una pija, que todavía no hay metástasis de transmisión sexual. 

Ya me cansé de escribir. ¿Y ahora qué? Sencillo: me tomo una cerveza, me fumo un cigarro... y me chupo una pija. 

domingo, 13 de marzo de 2011

Luna (piedad del hemisferio)


Luna de mi hemisferio, me deshaces en recuerdos 
de intangibles derrotas, 
cuales sean tus nombres de ocho caras. 
Temo a tu rostro sin verdades y a tu sed 
que me corroe la mitad de los destellos. 

Luna opaca, me perviertes en tu falta de bondades, 
en estrépitos, caricias y quietudes. 
En tu ser de luna inmunda que no encuentra más que sitios 
tan hostiles a mi espectro. 

Luna inerte, tan impía, taciturna 
que innombrable. 
Mi enfermedad es tu deseo, mi deseo tu sospecha, 
y la vida un despojo de lo que hoy llamas miseria. 
No sabes de misericordia, luna idiota, luna furia. 
No entiendes nuestras nimiedades.

Ambiguo astro de hiel 
sobre mis pasos inertes 
que osaron atraparte en pesadillas, 
no me borres de la faz de tus miradas inconclusas. 
Déjame que te entregue unas palabras subrepticias 
entre sueños donde soy capaz 
de mirar fijo a tu velo, 
de dar fuego a este, tu entierro, 
de dar vela a tus siniestros. 

No dejes que caiga nuevamente en mis océanos de odio, 
conocidos por aquel cristal que fui algún día, 
alguna noche en que cerré los ojos para que mis párpados 
borraran tu luz de espejo. 
Ten piedad por sobre rocas esta noche 
en que ya no lluevo a mares.

Luna de fuego, de inercia, 
borra el castigo de siglos, 
pues cargo sobre mis hombros el más virtual 
de los juicios. 

Mi juez, mi propia morada; mi sentencia, la cordura. 
No dejes que transite sola 
las cicatrices nuevamente cercenadas 
por promesas nunca hechas, 
nunca es tarde, o nunca en vano. 

Tantas veces me encontraste por aquellos vacíos 
que ya no recuerdo la última vez que me he perdido. 
Mas sí guardo gratitud de algún momento 
en que lograste apiadarte de mi vulgar hemisferio. 

Luna sin noches te pido una mirada 
a mi desierto. 

Luna de aquí, de ahora, ten piedad de mi ser... 
siendo.

martes, 1 de marzo de 2011

Pacto de la mujer-nube

La mujer nube es feliz. Ella es feliz con su voz-desengaño. No oye rosas ni destinos y navega por su propio crucifijo. Ella es feliz con su aguacero. Es feliz porque es nube, porque es mujer de lejos y mujer-olvido. 

Hizo un pacto con el sol para así poder brillar en aquel sitio donde rozan las campanas de la eternidad. Lo llamaban firmamento. Claro que sin estrellas, pues la mujer nube les temía, tanto como al sol, mas con él haría pactos, y con ellas moriría en un adiós de quince inviernos. Pasa en la brisa. Se despliega para ver su llanto. 

Ella es sincera como una tormenta, pasajera como esa herida que no sintió en la piel, pues las nubes no tienen piel. Aún así duele. Mujeres nube que son vulnerables, que rozan satélites confinados a perecer en memorias invisibles, pues el viento las lleva, el sol las tiñe de luz y les contagia humanidad, mientras la noche asesina las cubre de falsas idiosincrasias. Mujeres nube que no sienten que las sienten. Mujeres-piedad.

Sol de hierro y de cristal que no será destrozado como el alma-nube de mujer-misterio. Pacto con la luz, pues la sangre es de hielo. Cubos de hielo en su propio cementerio. Lápida de auroras, o tal vez eran incendios. 

El sol no sale, mujer-nube, para verte amanecer por mil veces, por mil muertes. Amaneces tu muerte en cada cielo que recorro con mis alas-desconcierto y te veo, luz-espada, cuchillo en el centro del fuego, para morir por muertes, para matar por algo de fe, por algo de la paz con la que mueres nuevamente. Era incendio, era fuego. 

La mujer-nube no es aquella que nos mira, es aquella que nos siente en las caídas, en el desprecio con que truncan nuestros sueños desbordados de ignominia. Ella pacta con la luz de las historias para que abramos los ojos y volvamos a la vida. 

Mujer-nube, haz que se borre el espectro de aquello por lo cual por las noches me estremezco. Hazme saber que existe el pacto con que borraste los pasos hacia aquel rincón incierto, pues mis manos se manchan de vacío-impunidad al recorrer las quimeras que me sangran en el cuello y en el pecho destrozado por mis trovas-cementerio. 

Mujer-nube, pacta de nuevo. Dame paz en este entierro. Seca las lágrimas de mis ojos-cielo.