viernes, 19 de noviembre de 2010

No tienes poder sobre mí

Conozco cada mirada subrepticia que me das sin preguntar, cada mañana en que soñamos con volar por sobre las rocas de los destinos más cruentos. Conozco los números que utilizas para calcular cada probabilidad que tengo de golpear con mis despojos tu misoginia latente. No voy a dejarte actuar.

No tienes poder sobre mí, pues no conoces una pulgada de mi ser, ese que se desarma cada vez que oye vibrar a la muerte sobre las calmas olas de la ingenuidad. No es mía la ingenuidad, es de mis ojos, que te hacen creer que puedes cambiar el rumbo de los planetas, para que giren en torno a tu pecho lejano, como imantándose a un desierto, como anhelando detenerse en el instante en que sabes que no podrás escapar de tu miseria. No tienes poder sobre tu propia miseria, pues no tienes poder sobre mí. Seré tu miseria. 

No respondo a tu llanto de mañanas venideras, que como hechas de hielo rozan mi calor sin derretirse, mas derritiendo el alma que no tienes, esa que sufre por caricias nunca dadas, por las alas roídas sin misericordia. No entiendes que el firmamento no toma el color de tu rostro, ni de tus manos, no comprendes que estás ahogado en tu propia inmundicia, en ese hueco al que saltaste pensando que contenía luz, y sin embargo te encontraste con desprecio. 

No tienes poder sobre mi espalda, pues ya carga más del peso que pudo alguna vez soportar. Mis hombros son de hierro como el alma que alguna vez tuve, que me dio el poder para borrarte de un soplido, del recuerdo que el vestigio me marcó en el brazo izquierdo, para recordarme siempre que algún día he de olvidarte. Mas es sólo la memoria la que juega a que es destino, pues tú no eres más que espectros del pasado. Si, lo sé, aún a veces me atormentas, mas ten piedad si oyes que grito por las noches en un oscuro vacío animal, pues soy porfiada cuando digo que no he de lamentar el recordar, pues la memoria no es poder, no es tu poder, no es tuya.

No tienes poder sobre esos pies que puedan reconducirme a la morada donde alguna vez te dije que me quedaría para siempre, aquella noche en que mudamos nuestros sueños en historia y sonreí al verte amanecer una vez más, pues sabría que ese día sería el último en que tus pupilas espejearan mis sueños... aquellos que nunca abandoné, mas cuyo poder se ha ido deslizando en mis rodillas hasta convertirse tan sólo el suelo por donde camino hacia el mar de necedades en que algún día me sumí, ahogándome en aquellas olas que ya no tienen poder. 

No deseo que me aguardes un segundo ni una eternidad, pues no lo haría yo de estar en tu lugar de estatua. Eres un homenaje al desprecio, y yo lo soy al error. Sin embargo las horas pasan, como tus días, que están contados, y yo aquí sentada en el horror del no pertenecer a tus engaños. Se me tornaron rutina en algún momento, volviéndome taciturna cual aquel suspiro que quedó atrapado para siempre en las redes del nunca existir. Y como pocos, soy de noche, no de sol, no respondo a tus mandatos ni a tus líricas de viento, pues sé que no se detienen a apreciar la calidez de las memorias que te esperan en un cajón, por si algún día revuelves el espacio al infinito, aquel que por ti formé una vez, aquel que sin existir quedó vacío de ti.

Sin embargo no tienes ya poder sobre mí. Lo obtenías del vacío, mas estás vacío de mí, y yo de tus párpados. Los míos se cierran a tus ojos de vacío, y se vacían de tu imagen tan anhelada en mis hombros. Recorro con mis manos las heridas de tu pasar cada noche, nuevamente tu vacío, y me vacío de recuerdos, te recuerdo en mis olvidos. Sin embargo ya no tienes la virtud del acercarte, no me lastima tu recuerdo, no me lastima tu olvido. No soy quien para olvidarte, no eres quien para olvidarme, y es por eso que recuerdo recordarte cada vez que la noche se hace día. 

Ya no me entrego al dolor, ya no lloro por aquella canción. Sé que no vas a venir, y no me inmuto, pues ya no tienes poder sobre mí...

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Ella lo sabe

Ella sabe que soy vil, y yo sé que ella lo sabe. Sabe que has entonado mi nombre en más de un grito de hermosa agonía, sabe que te cuesta decir la verdad cuando cuentas tus pesadillas y los encuentros siniestros con lo que te es desconocido, aquello a lo que aún no le has puesto nombre, mas tiene hasta un apellido... y ella lo sabe. 

Ella sabe que en mi mirada se reflejan canciones cuyas notas desentonan con el día, mas tienen a bien entregar un rayo de penumbra cuando aún la magia no está hecha por completo. Ella sabe que mis días no se cuentan en desprecios, sino en paupérrimas sonrisas que profanan la virtud de este silencio indefinido. Sabe que mis manos presionan con más fuerza cuanto mayor es la debilidad en mis huesos perforados por el gélido viento de tu ausencia. Sabe que no te irás, pues las horas no pasan cuando el tiempo escasea, y sin embargo el reloj te obliga a repetir ese llanto que tantas veces dejaste secar a la luz de una utopía, en medio de la neblina ponzoñosa que se asemejaba al precipicio. 

Ella sabe que a veces mis rodillas emulan las cordilleras donde crecen las raíces más profundas, mas cuya superficie siempre está intacta en caso de que quieras marcar los pasos, o tal vez escribir algunas melodías que el viento se lleve cuando retorne el ocaso. No tengo palabras que construyan un camino, no tengo el poder de definir el destino, mas sé muy bien que finalmente nos honrará las manos la muerte de la ilusión desprevenida, aniquilando una vez más los sueños que, marcados sobre el brillo del vapor, flotaron sobre nuestras almas martilleándonos las sienes con mentiras. Las verdades serán entonces los silencios que ensordezcan. 

Ella me sabe calma en la piel y monótona en el llanto. Tal vez sea por eso que me mira fijamente las manos con las que tomo tu cuello, cercenándome con cada mirada la virtud con la que lucho contra la resignación, por ignorar si los abrazos que me dio el vacío son en realidad los únicos que verán mi juicio cuando aquel reloj de sol que te impide irte, marque la hora señalada, que será de noche, como tus ojos, como ella sabe. 

Ella sabe, como todos, que no puedo desangrarme, que los silencios me resuenan y que mi piel es de lamento hacia esa nube, pues soy de roca, de mar y misterio, de sal y piedad, de odio, miseria, y tal vez algo de libertad. Lo sabe pues alguna vez compartimos un reflejo, a cada costado de algún mar de lágrimas que fue llenándose de miedos, vaciándose de esperanzas y consumiendo las flamas que nos daban vida cada vez que despertábamos de aquel sueño eterno, para volver a soñarlo de día, tan vívido como siempre y tan efímero como tu espalda, ahora marcada sobre la arena de mi espectro horizontal. Pues no es por ella que despierto en sobresaltos cada madrugada en que me acechan las mordazas de tu vientre, es sólo que tus hombros cuadran más con estos huesos. 

Ella sabe cada paso y cada grito, cada vez que revolviste las heridas de las plantas de mis pies. Sabe todo pues la implacable luna llena le ha brindado la virtud de saber mirar los ojos de aquellos que no ven más que sus propias cenizas. Ella enciende cigarrillos y quema almas con cada palabra, con cada acorde que sus manos trazan en las cuerdas del continuo, con cada vuelta de página con la que vuelve a comenzar a sentirse parte de este círculo de destierros en el que finalmente seremos todos los que saldremos perdiendo. Y nadie mejor que ella sabe cómo eso duele, pues conoce a la perfección tus ignómines secretos. 

Ella condensa el inefable en un lamento de agonía, yo en un grito de guerra, y tú en una pesadilla. Ella te sabe perfecto, yo siniestro, y tú nos sabes perdidas, pues nos perdemos en infinitos recovecos para evitar las heridas. O tal vez sea que las buscamos, que jugamos a la muerte y al dolor para calmar el vacío de no sentir siquiera el odio, por aquel dueño del tiempo en el reloj de la desidia. 

Quizás sea que buscamos esa muerte de aferrarnos a tus manos, o a la vida... 
O tal vez simplemente es que leemos tus mensajes entre líneas... 

martes, 9 de noviembre de 2010

Morirás pronto

Quiero besar tu cuello, futuro occiso. Quiero saborear tu muerte por vez primera, y también por última. Quiero probar el ácido del que está hecha tu piel, aquel que te ha ido calando cada vez más por dentro, hasta pulverizarte el alma que alguna vez tuviste, aunque ya no lo recuerdes. Deseo verme reflejada en la mirada que me des con el último aliento, así por lo menos sabré que alguna vez te vi por dentro. Quiero que mueras mirándome a los ojos. Quiero darte muerte y que te enteres de que he sido yo quien te ha matado.

Ayer te escribí una carta. No era muy larga, debió llamarse "corta" en vez de carta. Ya no recuerdo qué decía, pues de todos modos no se entendía. Tal vez fue por mi caligrafía, deformada por el temblor de mis manos, por la ansiedad que me produce saber que morirás pronto. Tal vez es que mis ideas eran confusas... por la ansiedad que me produce... bueno, creo que eso ya lo he dicho, o será que me confundo... precisamente por la ansiedad que me produce... ok, creo que me he obsesionado.

Como sea, morirás pronto. Creo que te lo dije en la carta. Tal vez no, ya no lo recuerdo. Tampoco recuerdo la última vez que me viste a los ojos, ni si alguna vez tuviste ojos. Lo sé, es lo mismo que me sucede con tu alma. Será por eso que dicen que los ojos son ventanas al alma. Será por eso entonces que no recuerdo si tienes ojos, ni si tienes alma. De todos modos ya me enteraré cuando estés muriendo, y no tengas otra opción más que mirarme a los ojos. Sin embargo no estoy segura yo misma de tenerlos. Hace ya tiempo que no tengo alma... ¿Por qué habría de tener ojos? Tal vez podría, para poder mirar los tuyos, y ver tu alma, pero ya sabes... es que no la tienes, o no habrías dejado de mirarme a los ojos hace ya tanto tiempo. Tal vez haya sido porque no te agradaba contemplar el vacío, sé que nunca te agradó. Y sin embargo yo siempre te regalé esos cielos sin estrellas que tanto me gustaban. Lo siento, quise regalarte mi alma y te di el vacío. O tal vez sea que es mi alma la que está vacía.

Como sea, morirás pronto. Pero antes morderé tus labios como nunca antes, para así poder conservar al menos un recuerdo grato de cuando estabas vivo, alguno que no se asemeje al vacío de nuestras almas que vagan errantes por esas noches sin estrellas que tanto me gustan, pero que a ti te tienen sin cuidado, como todo lo que de mí proviene, lo que alguna vez te regalé envuelto en mis sueños. Si, eso era ese papel que rompiste en mil pedazos porque "daba suerte". Realmente la daba, pero abusaste de ella. Intentaste gobernar el arcoiris con un puño y lo lograste, al menos por un instante. Lograste que se durmiera, mas renació al día siguiente con más fuerza aún, y así fue durante toda esa semana en que no hiciste más que gritarle al cielo que hiciera silencio. Ya te he dicho... fue patético.

Como sea, morirás pronto, y sólo estoy escribiendo esto para sentir que el tiempo pasa más rápido, pues no imaginas las ganas que tengo de que mueras, de matarte en este instante. Lo haría, de tenerte cerca, más debo aguardar a que te dignes a llegar. Mis manos tiemblan como ayer, mientras te escribía esa carta. Por la ansiedad, sí, ya lo sabes, si a esta altura ya lo sabes todo. Lo único que no sabes es justamente aquello que debería interesarte... que mataste mi alma, y jamás pudo ser regenerada. Sé que no te interesa, pues no tienes alma como para que lograra interesarte la muerte de la mía. Pero fíjate que ahora, cuando atravieses la puerta, vas a mirar ese vacío que tú mismo provocaste. Si, vas a mirarme a los ojos, si es que aún tengo ojos. Luego quizás me digas, entre suspiros, que me quieres, como cada vez. Y más tarde, aún con mis manos temblorosas, a ti que ya no tienes alma, y que mataste, por ello, la mía, voy a matarte el cuerpo, que es lo único que te queda.

Así es, morirás pronto, y tal vez alguna lágrima corra por mis mejillas, y nuevamente me tiemblen las manos. Será por la ansiedad que me producirá el saber que te he matado, y que sea mi imagen la última que te has llevado. Mañana... entonces... tal vez mañana te escriba otra carta... 

lunes, 1 de noviembre de 2010

Esta es mi escena

No me gusta actuar, pero es todo lo que tengo. Será que le temo a lo desconocido y por eso mis escenas me ayudan a superar la ansiedad de no ser real. Tal vez me desquicien aún más con este vacío que no se puede llenar más que con más vacío, cuando no se tiene alma. 

Qué difícil es no ser real. Lo real atormenta, lo irreal desquicia. Las nubes se agolpan en mi espalda y le dan muerte a mi inocencia. ¿Cuándo fue que la perdí? Ya ni lo recuerdo. Tal vez no la haya perdido nunca, o no estaría aquí ahora llorando por los rincones del espectro que dejaste en mi memoria. Siempre fui de las advertencias, pero tal vez no era yo la que debía advertirlo. No vi al abismo venir por mí, mas no me arrepiento. Sin embargo ahora que te veo partir, caigo en mi escena fallida, esa en la que recitaba poemas con flores en la mano, y tal vez alguna lágrima invisible. 

Son las memorias de un sábado standard, las vidas pasadas que borré por vivir un rato más de una mañana funesta que ahora me atormenta en cada madrugada insomne. No es por ti, es por la muerte de mi escena que hoy me ves caer del balcón de mis propios lamentos. No, no es un muro, no el muro que construí para que no vieras cómo se derribaba, no el concreto calculado para construir una historia sin principio ni final, laberinto entrecruzado de los seres que esbozan un abrazo en la penumbra. 

Me siento en la línea entre la nada y la más nada. Voy buscando la aventura de los mares estaqueados al vacío de tus ojos en mi cráneo. Voy planeanto la salida de esta, mi maravilla, según la tabla eufemística que dice que iremos lejos. Dice también que crecimos desde el sol de primavera que nos encontró en la monotonía del otoño, pues las estaciones no son nada cuando no se es real. Si, la palabra se leía al revés, y realmente creí que era un abismo en ascenso. Debí imaginar que los abismos no suelen subir, y sí llevarse todo a su paso. Eras el de las manos turbias, pero yo opté por verlas claras claras mientras el sol las iluminaba, reflejándose así mi condena. 

Ya han pasado ocho vidas más o menos, y yo sigo acumulando idiosincrasia para ver si algún día te topas con mi memoria y decides regalarme unas palabras, o tal vez una escena que me toque el alma fría, roída por el espanto que tú mismo perpetraste. No, no es calma lo que oyes en este cementerio de susurros, es la muerte que se aprovecha del débil. Piénsalo, tiene casi las mismas letras que el fuerte, y tu nombre las mismas que la verdad, lo cual no deja de resultarme irónico. Pero sin embargo es hora de dejar de respirar por un segundo. Tomar aliento y redefinir lo nunca dado en esta noche de canciones inconclusas. Tu miseria va royéndome los hombros, mas mi idiotez me impide quitarlos de tu fuego profano. 

Esta noche habré de lamentarlo... tal vez otro día te cuente entre algún trago de cerveza, o tal vez veneno. Ya no sé para qué escribo si todo te lo has llevado, incluso mis palabras, en el grito de batalla que diste mientras dormías y el ruiseñor acechaba, planeando como hoy su venganza. Y no temas si te digo que sufrirás, pues eso lo hacemos todos los que a tu lado nos hemos posado como rocas invisibles de esta escena olvidada. No te pido que navegue por mi sangre ni mi espalda, por mis manos ni mis alas que ya mis veces cortaste, pues estoy ya resignada a que esta escena confusa será mi tercera muerte. Tampoco pido que me invadas, ese trabajo está hecho. Mas arráncame entonces las entrañas, que ya he comido de tus malditos restos. 

En esta escena, entonces, este demonio se despide, en su escena de demonio que ha nacido endemoniado. No vuelvas a buscarme con tus escenas sacadas de un cuento de escenas primaverales, como la de aquel jardín en que planté un sentimiento, que nadie nunca osó regar. No me actúes a la distancia escenas de cercanía, ni actúes que este reloj no ha marcado la hora, pues ya debiste partir hace un siglo, debiste dejarme con mis cadenas rotas, que de tan pesadas ya hace tiempo han roto los huesos de mi espalda. 

Esta es mi escena, mi cadena rota, que cargué como te actué, con el esfuerzo de mi alma inexistente que se cae en mil pedazos ante la voz que la designa. Te actué unos ojos de hierro, y dejaste que creyera que los tuyos se asemejaban al cielo. Me pregunto, pues, ahora, quién te ha conferido el poder de actuar mi escena endemoniada, pues al final ya no me queda ni eso... luego de tanta actuación, terminaste siendo tú el demonio de mi escena. Ahora sí que te lo has llevado todo...