lunes, 1 de noviembre de 2010

Esta es mi escena

No me gusta actuar, pero es todo lo que tengo. Será que le temo a lo desconocido y por eso mis escenas me ayudan a superar la ansiedad de no ser real. Tal vez me desquicien aún más con este vacío que no se puede llenar más que con más vacío, cuando no se tiene alma. 

Qué difícil es no ser real. Lo real atormenta, lo irreal desquicia. Las nubes se agolpan en mi espalda y le dan muerte a mi inocencia. ¿Cuándo fue que la perdí? Ya ni lo recuerdo. Tal vez no la haya perdido nunca, o no estaría aquí ahora llorando por los rincones del espectro que dejaste en mi memoria. Siempre fui de las advertencias, pero tal vez no era yo la que debía advertirlo. No vi al abismo venir por mí, mas no me arrepiento. Sin embargo ahora que te veo partir, caigo en mi escena fallida, esa en la que recitaba poemas con flores en la mano, y tal vez alguna lágrima invisible. 

Son las memorias de un sábado standard, las vidas pasadas que borré por vivir un rato más de una mañana funesta que ahora me atormenta en cada madrugada insomne. No es por ti, es por la muerte de mi escena que hoy me ves caer del balcón de mis propios lamentos. No, no es un muro, no el muro que construí para que no vieras cómo se derribaba, no el concreto calculado para construir una historia sin principio ni final, laberinto entrecruzado de los seres que esbozan un abrazo en la penumbra. 

Me siento en la línea entre la nada y la más nada. Voy buscando la aventura de los mares estaqueados al vacío de tus ojos en mi cráneo. Voy planeanto la salida de esta, mi maravilla, según la tabla eufemística que dice que iremos lejos. Dice también que crecimos desde el sol de primavera que nos encontró en la monotonía del otoño, pues las estaciones no son nada cuando no se es real. Si, la palabra se leía al revés, y realmente creí que era un abismo en ascenso. Debí imaginar que los abismos no suelen subir, y sí llevarse todo a su paso. Eras el de las manos turbias, pero yo opté por verlas claras claras mientras el sol las iluminaba, reflejándose así mi condena. 

Ya han pasado ocho vidas más o menos, y yo sigo acumulando idiosincrasia para ver si algún día te topas con mi memoria y decides regalarme unas palabras, o tal vez una escena que me toque el alma fría, roída por el espanto que tú mismo perpetraste. No, no es calma lo que oyes en este cementerio de susurros, es la muerte que se aprovecha del débil. Piénsalo, tiene casi las mismas letras que el fuerte, y tu nombre las mismas que la verdad, lo cual no deja de resultarme irónico. Pero sin embargo es hora de dejar de respirar por un segundo. Tomar aliento y redefinir lo nunca dado en esta noche de canciones inconclusas. Tu miseria va royéndome los hombros, mas mi idiotez me impide quitarlos de tu fuego profano. 

Esta noche habré de lamentarlo... tal vez otro día te cuente entre algún trago de cerveza, o tal vez veneno. Ya no sé para qué escribo si todo te lo has llevado, incluso mis palabras, en el grito de batalla que diste mientras dormías y el ruiseñor acechaba, planeando como hoy su venganza. Y no temas si te digo que sufrirás, pues eso lo hacemos todos los que a tu lado nos hemos posado como rocas invisibles de esta escena olvidada. No te pido que navegue por mi sangre ni mi espalda, por mis manos ni mis alas que ya mis veces cortaste, pues estoy ya resignada a que esta escena confusa será mi tercera muerte. Tampoco pido que me invadas, ese trabajo está hecho. Mas arráncame entonces las entrañas, que ya he comido de tus malditos restos. 

En esta escena, entonces, este demonio se despide, en su escena de demonio que ha nacido endemoniado. No vuelvas a buscarme con tus escenas sacadas de un cuento de escenas primaverales, como la de aquel jardín en que planté un sentimiento, que nadie nunca osó regar. No me actúes a la distancia escenas de cercanía, ni actúes que este reloj no ha marcado la hora, pues ya debiste partir hace un siglo, debiste dejarme con mis cadenas rotas, que de tan pesadas ya hace tiempo han roto los huesos de mi espalda. 

Esta es mi escena, mi cadena rota, que cargué como te actué, con el esfuerzo de mi alma inexistente que se cae en mil pedazos ante la voz que la designa. Te actué unos ojos de hierro, y dejaste que creyera que los tuyos se asemejaban al cielo. Me pregunto, pues, ahora, quién te ha conferido el poder de actuar mi escena endemoniada, pues al final ya no me queda ni eso... luego de tanta actuación, terminaste siendo tú el demonio de mi escena. Ahora sí que te lo has llevado todo...

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