miércoles, 19 de noviembre de 2014

Equidistancia




Él me hace arder en la órbita de su temor, 
me hace vibrar en frecuencias negativas.
Pero no le temo a su locura, pues es igual a la mía, 
y a la mía la conozco demasiado.
No así a él, y resulta algo difícil
comenzar a conocer por ese lado tan oscuro.
Aunque tal vez tenga su beneficio...
peor no se puede estar.

¡Eso me lo he dicho tantas veces!
Pero cada abismo tenía su abismo, más profundo
y todos aprendieron a mirar dentro de mis ojos
tiñéndome la sangre de un color inexistente,
haciéndome latir venenos y olvidos
y obligándome a fagocitar todo lo que es amargo.
Por eso es que a él sólo le besé las manos,
pues habían tocado mi sangre.

Y tantas sombras inconclusas dejé por andar rápido
que ya nunca resolví mi forma toda.
Tantas veces caminé por las cornisas
que ya el suelo me parece hoy más alto y
verás, los abismos le siguieron, comenzaron antes
y los caminé a destiempo.
Porque si mis pies dolieron aquella noche
fue por querer escapar.

Y ahora estoy aquí parada, tan a medio camino
entre el cadalso y todo lo que me es desconocido.
No le temo a la muerte, pero jamás la caminé
y menos podría con estas piernas temblorosas.

Me hacen daño los recuerdos profanados
las vísperas de jueves y el complejo itinerario
que me marqué una noche en vela para ir a su encuentro
y que quemé junto con mis sueños rotos.

A veces anhelo encontrarlo, aunque sea en pesadillas,
pero sólo de día es que se aparece su espectro.
Como soy insomne, no lo he visto hace ya tiempo
y un poco se me abren las heridas.

Temo que alguna noche haya bebido mi sangre
que de olvido tiñe mares de sollozos.
Si he truncado su memoria, si no reconoce mis ojos,
que el recuerdo y este cuerpo se desgarren.

miércoles, 22 de octubre de 2014

Cadalso del ente



Amé más al concepto que al amante.
Amé las cenizas de sus dibujos en mi alma
y las palabras que imaginé que alguna vez diría.
Amé también las mil sonrisas que solía
regalarme en mi universo de la oniria.

Yo pensaba que sufrir era invariable y sin embargo
amé encontarme equivocada una vez más.
De los errores no siempre he aprendido, sólo a veces
y otras tantas me he encerrado en el eterno negar.
Digo que no por defecto, pero el dolor desaparece
y no me verás llorar.

Hoy ya no hablo de amor, lo he trascendido.
Hay quien pregunta si he perdido y quien mira hacia un costado.
Prefiero este cavilar, pero entre rostros lejanos
y soñar con todo aquello que jamás ha acontecido.

El suplicio nunca llega a un fin sin un principio
y ya no quiero comenzar la desventura.
Clara mi necedad, saboreo rastros insípidos
de las heridas que antaño no entendí cómo salar.

Puedo, sí, martirizarme y revolverme en tus torturas
porque la nada me es todo, y todo es vicio.

jueves, 9 de octubre de 2014

Del clima y sus mortales consecuencias II



Hoy llueve. Hoy te odio.
Cada vez que llueve te odio un poco más.
Pareciera saber que las nubes
no volverán a dejarme ver tu rostro,
que las gotas emularan mis ojos deshidratándose,
o quizás sólo me recuerda a que no estás y,
bueno, tal vez entre sueños imaginaba
que tendrías algo de piedad.

Pero no, me llueven los ojos, 
me lloran los sueños
y no escampan mis ganas de irme lejos,
o cerca. No sé por dónde empezar
a contarte todo lo que alguna vez guardé
en un cajón cuya llave escondí bajo miles de otras llaves.
No siento, sin embargo, que sea tarde
pero las horas pasan y mis párpados se cierran
cual si se marchitaran ante estas distancias.

Claro, los días de lluvia eran nuestros,
seguro ya lo olvidaste, no como yo
que recuerdo incluso las vidas que nunca viví,
las calles que nunca caminé a tu lado,
las promesas que hoy se me antojan más como epitafios
grabados en la lápida de esos deseos que jamás desaprendí.

Estas noches se me hacen infinitos, 
vuelven a aparecer, y reflotan
los misterios escondidos bajo todas esas máscaras
que usabas para crearme reacciones.
Hoy estás tan lejos que ya ni tu máscara veo,
seguro estás usando la que yo más disfrutaba.

¿A quién le estás regalando nuestros días de tormenta?
¿A quién le estás hoy contando esas historias
de proezas, de poetas y de ensueños?
¿A quién le estás entonando esas canciones que nunca
afinaban con mis alas, que sólo las escuchaba
porque con ellas parecías cantar mi alma?
¿A quién le estás regalando más promesas-epitafio
mientras yo te espero, bajo la lluvia, sin paraguas?

En realidad no sé sí espero a que vuelvas a mis brazos
o que la lluvia me ahogue si no te veré en la mañana.

lunes, 6 de octubre de 2014

Si te extrañara




"El condicional es una dimensión inexistente" me dijiste;
"No se puede ser en los sería".
Pero... ¿Qué si fuese? ¿Qué si existiese?
Nunca nos hemos parado a preguntarnos
pero tal vez nunca debimos haber caído ante los silencios
que dominaban nuestra atmósfera con incertidumbres.

De esas supiste darme tantas...
siempre fuiste la pregunta con menos respuestas,
el eterno interrogante sin opciones,
el último eslabón en la cadena de infortunios.
Y tal vez todavía extraño tus berrinches y tus caras largas
sólo porque ya no están.

Extraño lo que pudo haber sido, aunque jamás
hayas estado tan cerca de mí como hubiese querido.
Extraño esa incertidumbre, el buscar respuestas.
Extraño las opciones y los escenarios.

Extraño un poco los defectos, los dolores de cabeza 
y todos los desvaríos.
Pero sobre todo extraño esas dimensiones
en las que pudimos haber existido.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Coleccionista




Nunca deseo despertar en la mañana.
Hace que me atormente con cada rayo de sol.
Lo temprano me recuerda a las palabras nunca dichas,
a las eternas despedidas
o a las que nunca tuvieron lugar.
No me agradan los inconclusos; prefiero nunca empezar.
Prefiero el sol de la tarde, ese que se esconde,
ese sol con un final.

Sin embargo, la mañana de la noche en que te vi 
fue tan distinta.
Entendí que podía tapar el sol con mis manos
y así no tendría aún que despertar.
Fue allí que comprendí que el sol cabía en una palma. 
Fue ahí que comencé a coleccionar.

Empecé por llevarme la luna.
La necesitaba para iluminar esa oscuridad 
que no cabía ni en un mundo, y que no obstante 
llevaba conmigo a todas partes.
Luego me llevé la lluvia, para aliviarme al compararla con mi llanto.
Me llevé miles de ocasos que me hicieran comprender
que todos los finales traen principios
como los amaneceres que también me llevé.

Comprendí que todo era portátil.
Que cargaba tantos soles como tempestades.
Que cargaba las nubes de las formas más variadas,
que formaban tus silencios y mis necedades.

Me llevé entonces tus silencios, y los sequé 
al sol que también me había llevado.
Así también se secó mi llanto
y tuve que hacer llover para traer un arcoiris
que también me llevé.

Desde entonces a veces sonrío, a veces lloro.
Tengo el sol, tengo la lluvia entre mis manos.
Con las nubes que me seguían, ahora formo algunos sueños
que coloreo luego con algún arcoiris espontáneo.
Y si acaso me recordaras alguna tormenta de antaño
sepa este viento que cargo llevarte lejos.


viernes, 19 de septiembre de 2014

Soy tarde




Me hacen eco las respuestas 
que guardaste en un cajón 
lleno de arañas muertas.

No sé si quiero que sepas
cómo mis huesos van quebrándose
como se quiebran mis palabras cuando no puedo
comprender esa expresión cada vez más siniestra.
Parecieras sólo tener una ceja.

No es todo tuyo el pedestal que te enaltece, 
es conceptual.
Y siempre ha sido difícil derribarte los conceptos.
Te has construído un nombre entre triviales miserias
para martirizarte como antes
frente a mi mártir espectro.

¿Qué si venís? ¿Qué si te vas?
Siempre te encuentro a la hora señalada.
Aunque a veces pienso que sería conveniente
conocer quién la señala
así tal vez pueda marcarme certidumbres
y no sólo respuestas, excusas
y algún destino impertinente
que me olvidé de descifrar cuando era tiempo
cuando todo alrededor no eran mis muertes.

Consecutivas, tal vez, las despedidas.
Quién sabe si alguna vez nos volveremos a encontrar.
Quizás cargue esta eternidad de un instante entre mis manos
y me siga carcomiendo la costumbre de aparentar.

Ya no sé ni qué hora es, pero el tiempo no me alcanza.
Soy la que siempre siempre llega tarde;
necesito un rato más.


miércoles, 17 de septiembre de 2014

Basta


Basta de estar, de complicar
basta de señalar. 
Basta de marcar mi rumbo con tu sonrisa
y de abrir puertas que nunca dan
a ningún lugar.

Basta de hacer eco de esas ausencias programadas.
De ir, de venir, y nunca encontrar lo que buscabas.

Basta de callar ante mí.
Basta de dejarme orbitarte.
No quiero ser el satélite 
en este contínuo frenesí.

Basta de estar siempre de pie y de sentarte en esos umbrales
por los que nunca jamás pasará ningún cadáver.

Basta de esto, basta de aquello.
Basta de hablar.
No me pidas que sea lo que no soy.

Basta algo y basta de todo.
Basta de vos. 

martes, 16 de septiembre de 2014

Me vas a desarmar




Me vas a desarmar aunque tome mil recaudos
y camine por tu espalda mientras flotas.
Me vas a enajenar de las maneras más absurdas
y lo voy a disfrutar.

Te voy a reprochar cada segundo que me hiervas
la sangre y me congeles las palabras silenciosas. 
Te voy a desgarrar el rostro etéreo que se queda
como imagen residual en mis pupilas
y luego te pediré que no te vayas por ahora
mientras cierro la puerta de mi alma con dos llaves.

Me voy a consumir en una inútil blasfemia
 y voy a derretir las memorias de tus pasos alejándote. 
Me voy a ahogar en estas ciénagas mentales
y a jugar con tus ausencias.

Me vas a vislumbrar allí en lo oscuro, como siempre y como nunca, 
o cual si siempre hubiese estado en ese sitio que inventé.
Te vas a aparecer tan delicado y complaciente como antes
evadiendo esas locuras y tormentos que alguna vez cargué
pues siempre has sabido cómo andarme
sin perderte en mis flagelos.

Me vas a declarar incompetente ante tu brillo
y yo, como siempre, me declararé insana.
Me vas a acusar de haber deseado y no haber muerto en el intento
y yo planearé mi defensa fumando un cigarro en tu ventana.


miércoles, 8 de enero de 2014

Sinécdoque del hombre de papel y la mirada de piedra

No sé si en algún momento accedí a que elucubraras todos esos planes de los que nunca me advertiste, entre los huecos de mi mente. Si tan sólo pudiera leer entre líneas, o entre tus cejas, tal vez hoy compartiríamos algunas bocanadas de ese aire viciado que tanto colmaba nuestras esperanzas. Pero no, no hay espacio para aquellas desventuras cósmicas que supimos relatar, entre tu apatía y mi histrionismo, que tanto se asemejaba a esos símbolos que sostenían lo sublime del antagonismo. Lo cierto es que ya no, se alejaron, pues no supimos qué hacer con ese cielo que jamás fue el límite.

Quizás si me alejara yo también, podría verte en detalle, o en completo. La verdad es que mis sueños nunca fueron a color, pero hoy se me antojan sin matices de gris siquiera, cual si fueran un infinito salar, en el que a veces descanso mis heridas silenciadas. Sí, tengo muchas, pero jamás las has visto. No porque no he querido mostrártelas, sino simplemente porque, aunque quise, no encontré tus ojos en la inmensidad. Sí, tu mirada, ser, es limpia, pero a la vez vacía. Es de esas miradas que siento que me miran a través. Y cómo quisiera a veces saber qué estás viendo cuando dejo de hablar por un instante. Ya no nos hablamos sin hablar. Ya no hablamos el mismo idioma cuando nos quedamos sin palabras.

Claro, es cómodo cuando se cree que los sueños no mutan, no cambian de lugar. Es cómodo pensar que aquí sentados nos quedaremos hasta cualquier amanecer, que los veremos todos, con una copa de vaya uno a saber qué, pero sin mirarnos a los ojos, porque ya no hay nada que ver si no reflejan, si han perdido la virtud de ser espejo de aventuras y desvelos. Duerme una vez más sobre mi hombro, entonces, que te despertaré cuando se me ocurra cómo hacer aquello que no sé ni lo que es. Pesar, sí, pero a mi pesar, pues no vislumbro otra razón que hacer más recta una línea que se dibujó sola, y bien sabés cómo me alegré aquella vez que descubrí la cuadratura del círculo. Fue una mala decisión, sin embargo; siempre regresaba al mismo lugar.

Pero los rostros vacíos hoy se me antojan un poco más amables. Tal vez porque desconozco todo lo que hay detrás. Cual si fueran máscaras que me atormentaran, y a su vez me llamaran hacia un destino de promesas y café. Eso sí, amargo, que el azúcar le arruina el sabor y sabés que ya no puedo distinguir un buen café si está arruinado, así como no puedo distinguir entre los rostros vacíos. Claro, de todos modos no me hace falta, pero aún así quisiera que alguno me susurrara que no todo es igual, que si cierro mis ojos y respiro quizás pueda cambiar toda esta fatalidad.

Y entre esos rostros vacíos, lejanos, sólo te busco a vos. Y ya no te encuentro. Tal vez porque son todos demasiado parecidos.