martes, 14 de abril de 2015

Escena de la eutanasia (parte II)




Vengo a arruinarte los ojos afables
y a no prevenir los tormentos
que son todo lo que hoy puedo darte.

Vengo a contarte historias tristes
para que ya no soportes sonreír.
Vengo a destruír lo que me diste.

En la escalera, un destino que se aleja
subiendo, bajando, a un costado.
Jamás observé hacia los lados
pues da igual, la muerte jamás destella.

Vengo a robarte cualquier ensoñación,
y a ver cómo tu alma se derrumba
ante mis cansados pies.
Te ofrezco toda esta desolación
y que te lleve hacia la tumba.
Prometo que lloraré.

Vengo a mirarte, como siempre, de reojo
y a desconfiar de todo aquello que devuelvas
que no sea dolor.
Te otorgo, de esta carne, los despojos
solamente a cambio de que vuelvas
sin sentir rencor.

Sólo delirio puedo dar
morir, tal vez
un día cualquiera
que no me quiebre la mediocridad.
Desear tal vez
que fuese cierto
que todos vamos al mismo lugar.
Volar de a ratos
fingir el llanto
envolverte en un abrazo
que reordene el cosmos.
Alejarme y no dejar más que olvidos.
Volver húmedas las hojas del otoño.

Te regalo una sonrisa pasajera
y algunas de las nubes dibujadas
que surcan mi mente
que está enferma.

Soy de piedra
y no te busco en mi morada.
Al verdugo, al ente
les dedico estas palabras.

Cerrá la puerta, que el frío está dentro.
Ah, no lo noté, pero has salido
será por eso que jamás te encuentro.
¡Y yo que ahora iba a ofrecerte destino!

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