domingo, 12 de abril de 2015

Conman Preclude




"Algo vas a enseñarme hoy" me dije en voz baja. Lo sabía, lo tenía demasiado en claro. Pero no deseaba saber qué. Tal vez la idea de que nada fuese cierto me atormentaba. En parte porque también sabía que nada, jamás, era cierto. Pero veía sus ojos y parecían serlo. Debía ser otra de esas mentiras de la monotonía. Fue entonces que deseé estar alucinando. Y sí, siempre lo hacía, pero esta vez era con más fuerza. No lo sé, tal vez me acechaban esas ideas nostálgicas, las de aquellos tiempos en que creía por defecto. De todos modos ¿qué más daba?

Entonces me saludó. Yo iba de ojos cansados, pero su mirada no me esquivó. Vio el cansancio en mí y lo recorrió como una tormenta de verano. No ansiaba nada más que detener el tiempo. Pero estaba ahí, con los segundos como compañeros ineludibles. No soportaba el sonido del reloj. En realidad nunca lo había soportado, sobre todo en aquellas largas noches de insomnio, que ahora parecía añorar. Pero ese día sonaban con aún más fuerza, y parecían... ¿cómo explicarlo? No sé si puede algo ser rápido y lento al mismo tiempo. Pero yo los contaba, como contaba cada sonrisa que él me daba en las mañanas. 

"¿Qué querés desayunar?" me dijo sonriente. Pero él lo sabía. Yo siempre había querido desayunar lo mismo. Cada día de mi existencia. Al parecer esa mañana le había dado por la amnesia. A decir verdad, no era poco frencuente que le diera por la amnesia, pero jamás le sucedía a la mañana. Sí, había cosas que olvidaba, sobre todo cosas importantes. Pero yo lo amaba así, tal y como era, porque, precisamente, siempre tenía algo para enseñarme.

"Lo mismo de siempre, pero distinto" le dije, y me sonrió, con una de esas sonrisas pasajeras pero inmortales. Y se dispuso a preparar ese café que sabía como a todas mis penurias y, sin embargo, no podía dejar de tomarlo cada día. Pero esa mañana tenía un sabor diferente, un sabor similar a aquella tarde en la que nos quedamos horas remontando aquel horrible barrilete que habíamos construído, y riéndonos de todo cuanto sucediera, o de todo cuanto recordáramos. Y de verdad que fue distinto, no todos los días uno bebe un café con sabor a papel barrilete. Tal vez a papel madera, pero nunca barrilete.

"Me siento algo cansada" musité, y él entendió. Más allá de que quisiera pasar un rato más a su lado, en ese momento las fuerzas ya no lo permitían. Pero sabía que él estaba ahí. Y me sonrió, mostrándome más dientes que nunca. Y me abrazó como si sus brazos dieran más vueltas que nunca alrededor de mi pequeño cuerpo. Y yo lloré, pero no como antes, no como siempre; lloré de alivio, con un resplandor inédito. Lloré con la fuerza de toda la luz que él me había regalado durante esos años. Él me acompañó a la cama y se sentó a mi lado hasta que cerré los ojos. Luego, entredormida, escuché cómo abría la puerta, y encendía un cigarrillo en el patio. Y lo amé varios instantes.

Ese día lo recuerdo muy bien. Dicen que los momentos que resaltan nos quedan grabados para siempre en la piel. Yo ya no sé si tengo piel, pero a veces lo rozo mientras duerme, y siento su calor. A veces todavía lo abrazo con todas mis fuerzas, recordando ese día. Lo abrazo atravesándolo. Y pienso, entonces, que nunca me enseñó cómo olvidar, pero sólo porque él jamás lo supo. 

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