viernes, 22 de octubre de 2010

Del tiempo, del espacio, del vacío

Tal vez estas palabras sean, digamos, sólo un sueño.... soy una persona que sueña mucho. Sueño despierta. Dormida casi nunca, no, hace mucho que no sueño, o al menos que no me acuerdo de mis sueños. En cambio, los que sueño despierta, esos los retengo, esos son los que me importan. Y ni hablar, si, estudio Psicología, deberían interesarme más los otros, pero ni modo, que de mi inconsciente se ocupe otro. Yo por lo pronto me ocupo de soñar, de soñar despierta, y ¿saben qué? Me encanta. Me gusta pensar y delirar, soñar con que tengo un futuro, y ¿por qué no? Un presente también... Soñar con que en algún momento todo saldrá bien, y dejaré entonces de existir. Soñar con que algún día dejaré de soñar para vivir la realidad, que será un sueño. 

Por ahora, sólo me quedan las ensoñaciones. Voluntad no tengo, ni fe, ni nada. No tengo espacio, ni tiempo. El tiempo de mis sueños no es tiempo, no existe el tiempo ahí. No se trata de años, no, se trata de vacío... del vacío que tengo cuando estoy despierta. Estoy vacía de mi misma y de tantas otras cosas... pero por sobre todas las cosas estoy vacía de la posibilidad de llenar el vacío, pues este me pertenece tanto como a veces me invade, y lo amo tanto como lo desprecio.

Así es.. tengo un vacío inherente. Una mano que señala el camino, y un yo que nunca obedece. No nací para obedecer a nadie, ni siquiera a mí misma, y sin embargo no rompo una sola regla, más que la de tener siempre reglas. No puedo con mi espíritu. Constantemente me transmite vibraciones de pérdida y desencuentro. No puedo mirar a los ojos, hace años que no puedo, y si miro no estoy mirando, en realidad. No hago más que pensar en otra cosa, no hago más que soñar. No le conozco los ojos a nadie, y no quiero conocerlos, pues no quiero ver las almas confundidas, necesitadas, y volver a pensar que puedo hacer algo para salvarlas. No deseo ver la cara de esas ánimas inválidas que un día vinieron a reclamarme. No, no puedo controlar la desdicha que me produce no poder ayudar a nadie, ni siquiera a mi misma. No poder pensar en nada. Se me está haciendo un mar, pero de rocas. Inconcebiblemente grande, y taciturno, áspero, crudo, inanimado. Se me hace... que acabo de describirme. ¿Será que mi alma es de roca? No lo sé. Analista de almas aún no soy. Y de todos modos no quiero pensar que tengo el alma de roca... o que ya no tengo alma.

No deseo pensar en nada, pues estoy harta de hacerlo. Estoy harta de que me digan que hacer, y de asentir con la cabeza mientras miro al más allá del más allá. Estoy harta de convivir en un tiempo que no me satisface la fibra más mínima de la piel. ¿Y saben de qué más estoy harta? Estoy harta de comerme las uñas esperando un milagro que nunca vendrá, pues de todos modos no creo en los milagros...

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