El día que deje de mirarte el alma, mátame. No dejes que me corrompa mirando por la vista de los ojos. No dejes que mi cuello sea la morada donde se posen los demonios que deambulan la noche de las esferas. No permitas que sangren mis pies de tanto andar por las cornisas de los edificios bajos, que se asemejan a tu inmortalidad, esa que mordí cuando eras sabio, y te llevabas el mundo.. pero por detrás.
El día que el cristal se rompa en mis manos, mátame. Sabré que me inmolaras por distancias recorridas en un cuento de finales infelices, o con absurdas moralejas que más imitan al infierno de tu olvido. No dejes que te roa la memoria con el suplicio de mi canto que corrompe las canciones nunca escritas. No mires el instante en que borré supersticiones para no caer en tu juego, en esos tiempos demenciales en que todo era pretérito en tus lágrimas, y el verano se acercaba. No manches tus manos con la negra sangre que recorre mis pómulos cada vez que te alejas de este encierro que te ata a mis tobillos como estacas que no existen más que al abrir los ojos, en esta habitación vacía de recuerdos.
El día que desoiga los designios, mátame. Lo sé, son inefables, como tu nombre, mas te darás cuenta si en mi mirada ya no vuelan las aves de la retórica, si se me nublan las pestañas al pedirle al sol que me lance al vacío para ya no ver tu rostro en cada flor marchita, en cada noche equivocada. No dejes que aplauda cada vez que muere el día, festejando cada hora, descorchando este veneno de burbujas engañosas. No permitas que tenga misericordia por mis rodillas que se pliegan hacia atrás, queriendo desandar los pasos que di desde la deshonra del no querer averiguar por qué tus manos son tan blancas y las mías se han quemado.
El día que deje de sentirme derrotada, mátame, pues sabré que ya no hay nada que se interponga entre el ser y su cadalso, ese justiciero al que hace años dejé plantado en la autopista del siniestro. No rompas mis talones para que me quede quieta, mas quítame las fuerzas y la esperanza de algún día caminar en el sentido correcto. No permitas que piense que las pesadillas cesarán en un instante, y podré dormir veinte horas, como en aquel tiempo en que las palabras aún no me atormentaban, como aquellos días de luces lúgubres en cada esquina, de lobos agazapados en la penumbra de alguna de mis tantas lunas.
El día que deje de mirarte el alma, mátame. No deseo ver tus ojos de montaña, esos vidrios que bien podrían ser fríos si no se viese tu alma a través de los desiertos. Mátame con sufrimiento, pues si el fin llega, quiero sentirlo. Quiero que destroces mi carne, mis huesos, todo de mí, sin miedo. Mátame sin pudor y sin recelo, sin rencor, sin remordimientos, pues sabes que el día... ese nefasto día que deje de mirarte el alma, será señal de que ha muerto la mía...
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