Mis ojos están enfermos. Debería arrancármelos y ponerlos en salmuera, hasta que se ahoguen de ardor y de miseria. Ellos están enfermos porque no quieren ver lo que hay alrededor. Nada los disuade. Mis ojos son condescendientes. Y creo que ya se me han vuelto en contra, en virtud de su estúpida condescendencia. Virtud? O en defecto? Cosa que odio... la condescendencia...
Mis ojos no ven como ojos. Ellos revientan a cada paso y se enajenan de mí. Malditos desagradecidos, debería cobrarles el haberlos llevado tantas veces a pasear por los ocasos, para que vean la belleza de un cielo que estremece. Pero no, ellos se revelan, me azotan la memoria, y creo haber visto cosas que jamás vi, creo sentir cosas que jamás siquiera soñé, pues de haberlo hecho me comerían las hienas del odio, puesto que me han comido y no puedo verlo.
Mis pupilas van a destiempo, ellas vacilan en la eterna nistagmus que es la vida, y me mareo. Vuelco, vomito, me desmayo, convulsiono, caigo, vuelvo a caer una y mil veces, mas vuelvo a levantarme. Y no sirven elementos para escapar de la vehemencia con que mis ojos se mueven, se apresuran a cambiar de visual. El espejo cóncavo ordena, ellos disponen, no se doblegan, pues no distinguen las consecuencias de los designios del espejo, del florero, y los demases que ya se han ido olvidando con el correr de estos tiempos de nistagmus.
Mis ojos nunca se cruzan con otras miradas. Ellos son carne de mi carne roída, podrida, teñida de vacío, son nada. No tengo ojos, tengo odio, y mi odio es cabizbajo. Me obliga a ver mis pies y ese suelo por donde camino.. y sin embargo tropiezo. Tropiezo con todo lo que hay alrededor, adelante, atrás, a ambos costados, incluso en otras dimensiones. Tropiezo pues mis ojos no saben ver lo que ven. Ellos ven más allá de lo que hay, y me transportan hacia sitios donde existir es ser la nada, sin mirar que hay un demás que no están dando a conocer.
Ellos son ventanas. Ventanas que ventanean mi vacío reflexivo, y yo suspiro. Las ventanas no se abren, y mis ojos no responden, son dispares... no tengo párpados, y aún así mis ojos están cerrados. Ellos miran en ángulos diversos, cual la lluvia arrastrada por los huracanes en montañas grises. Ven el futuro, el pasado, pero jamás el presente. Debería tener un tercer ojo, uno adaptativo, uno que poseyera un principio de realidad bien definido, y consolidado. Mas no lo tengo, sólo puedo ver pasado y futuro.
Mis ojos no sirven si no puedo ver ahora. Debería arrancarlos y echarlos en salmuera, y así se expandan en la eternidad del frasco de aceitunas del presente desconocido. No pensar en el futuro, si acaso no me pertenece, como no me pertenecen hoy mis ojos, como no me pertenezco yo... a mí misma. Me soy ajena.
Quiero tus ojos, intercambiemos. Me parece justo, pues me pertenecen. Pues yo le pertenezco a tus ojos...
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