martes, 4 de octubre de 2011

De la pregunta sin respuesta

¿Por qué de nuevo, una vez más, al centro del elemento? ¿Por qué navego por heridas? Será quizás por hallar esa montaña jamás escalada, será que muero en el encuentro con mis desencuentros. Una vez anduve el sendero, y me detuve en un suspiro. 

Es el juego de mirar hacia el costado para no ver las llamas de la monotonía. ¿Acaso no sangras en tus pesadillas? Esas en las que no hay fuerza para golpear los muros que, sin embargo, se traspasan solos, con solo mirarlos, no como tus ojos que son muros insondables, como piedras de muerte y demás nimiedades. Si miras fijo a tus pupilas, tal vez encuentres alguna de las puertas del infierno. Y ya quisieran mis pupilas ser de hielo, para apagar tu mirada en la penumbra, para disuadirte de estar tan presente, ahora que te has ido. 

Son tus párpados que borran los augurios del pasado en retroactivo. Van borrando historias a su paso, cual si borraran las huellas en el suelo desgastado de ese campo en que plantamos nuestros sueños. Los míos tal vez, tú sólo sueñas imperios de ignominia, y alguna canción funesta que cantarme cuando esté dormida, recostada en ese pecho que ya no late ni respira. Helado como tus ojos, negro como tu alma, y vil como el moho que crece alrededor del reloj, mientras espero en vano, sin tan sólo parpadear, a que pasen los minutos de tu ausencia. 

No callo para hablar, no grito para ahogar el llanto. No susurro entre miseria por piedad, ni por temor a las verdades que no se dirán jamás. Sólo escribo en este viento que se lleva mis palabras, para mover mi mano y enseñarme a decir adiós, pues sin él mis gritos sordos no saldrían de mi carne. Mas no llegan a destino, pues ya no existe ese destino que nos jactábamos de haber construido. 

Ten cuidado si pisas las ruinas de mi cráneo carcomido. Verás, que no lo sé, mas me lamento en silencio y algunas letras, y va quemándose mi espectro. Siempre fui algo más siniestra oyendo ángeles cantar, que en las mañanas donde doblaban las campanas por mi alma. Mas el incierto me aturde, me envenena de tu olvido y caigo al piso, dos, tres, cuatro giros, hasta llegar a tu puerta. 

Cambio todo lo infinito porque me des la respuesta. ¿Por qué caer en el fuego? ¿Por qué quemarme por dentro? ¿Por qué volver a nacer entre el desprecio? 

Ya no deseo seguir bebiendo este veneno. Dame una respuesta, aunque me hiele los mares, y ya no tendrá que haber un luego. 

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