Tengo los labios secos. El sabor amargo del alma rota, del estómago vacío. De tragar lágrimas por litros, del tabaco en cantidades industriales. Voy por la mitad de un duelo que jamás comenzó. Y duele.
Estoy cansada de no ser quien soy por alguien que no supo ser quien dijo ser. Estoy cansada de todo. Digamos que hasta me canso de mí misma, pero no puedo dormir. Es diferente el cansancio del sueño, sobre todo cuando a uno le han arrebatado los sueños. Igualmente jamás sueño. Sin embargo ahora hace días que no duermo. Quiero despertar.
Tengo los pies heridos de estar parada frente a tu puerta, esperando a que abras la ventana, esa que no da al olvido. Cada suspiro se lleva más aire del que respiro. Inhalo el humo de la desesperación, trago la hiel de la incertidumbre y me mareo pensándote, inventándote presencias que jamás se harán carne. Mi carne está podrida. Tengo los ojos hinchados de llorar para no ver la realidad.
Tengo en las tripas un nudo igual que el de mi garganta, y las manos temblorosas. Hablar ya no me apetece, pues la lengua se me pega al paladar, obligándome a callar todo aquello que quisiera gritar. Las únicas que gritan son esas voces, las únicas también que me acompañan. Gritan que te has ido lejos, que ya no te busque por aquellos senderos que solíamos andar, que ya no te nombre, que ya pasará. Y yo sólo deseo verte, al menos una vez más.
Ya no oigo nada. Mis oídos sólo alcanzan a escuchar las gotas de desesperanza. Hoy llueve, pero más aquí que afuera. Llueve sobre mi cabeza, que me duele, sobre mis párpados que no cierran. Me llueve el alma y ansío ver el sol de nuevo. ¿Cesará la tormenta alguna vez? No deseo que en mi lápida se lea "aquella que se rindió ante la tempestad". No deseo ser presa de mi propio vacío.
Sigo fumando este cigarro con sabor a sangre. La lluvia me empaña los vidrios del pecho, y yo aquí esperando a que alguna vez escampe.
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