miércoles, 19 de octubre de 2011

Muere ahora

Muere ahora, en el medio de la nada. De tu pecho, dolor miseria. Duele hasta la médula. Muere hasta que escampe el aguacero de este último destello de sonrisa pasajera, que duele como el infierno. Muere ahora y no te arrepientas de nada. Muere, duele, descansa tu cancerbero. 

Muere como el cristal de mi alma quebradiza en este verano de sublime disparidad, de los llantos y las pesadillas. Muere como vives, vive como quieres, mas no te lleves la mitad de mis cuentos de suicida. Vive como imaginas, muere de tantas heridas. Como yo. 

Sé mi confidente mano que perpetra los golpes en mi espalda ensangrentada. Me ahoga mi propia sangre. Muere tú también. A veces quisiera olvidar tu muerte, morir de olvidos, morir en vida y olvidarlo. Olvidar mi nombre y que alguna vez viví. Dime mi nombre, que sólo tiene sentido cuando mueres. Dilo en un agónico susurro que te dé la muerte, que me dé la vida. 

Cómo me retrotraes a anteriores muertes. Y deseo que mueras antes de conocerte, antes de haberte conocido, antes de haber yo nacido, antes de llorar porque has muerto, y morir yo en vida. Por favor muere ahora, y nunca hayas existido. 

Desángrese tu pecho en el que solía recostarme por la madrugada. Muera el sol también por despertarnos del eterno letargo. Y muérase, por si acaso, el concepto de letargo. Todo lo dicho será dicho una vez más. Mueran mis palabras por perfidia en retroactivo, y muera el tiempo cuando digas "nunca es tarde". Deseo que cambies el rumbo de las malditas agujas, que aparezcas y odiarte, sólo por no haberte ido para siempre. Mueran también tus ojos, si ya no han de mirarme. 

Muerte a las hojas de esta vida que escribí con mis lágrimas de otoño. No eran las hojas de los árboles, muertos por cierto, como tú lo estás por dentro. Los árboles murieron antes de ver pasar el invierno, que ahora es primavera pero infierno. Muerte a ti, pues te alimentas de mi falta de vida, de mis fuerzas, corroyéndome hasta el último vestigio de respiro matinal, apropiándote hasta de los verbos más nimios, hasta del mismo morir. Amar, temer, partir... los odio a todos por igual. Muerte al temor por tu partida. Muerte al amor que alguna vez te di. Muera ya tu inservible alma, que sólo sirve para el horror. 

Muérase tu voluntad, aquí en la tierra como en el cielo. Mueran los salmos que habrás de recitar, que no soy mujer de fe para pedirle a las deidades siquiera por tu muerte. Pero sin embargo muere. 

Muéranse ya tus palabras, las que alguna vez dijiste sin pensar. Que aquí en el pecho queman dentro, repitiéndose hasta el hartazgo, mientras trato de descifrar cuál fue el mensaje de muerte, escondido en aquel instante en que fui tu vida. Si no lo soy, entonces muere, y muera también tu rostro manchado de mentiras. Muéranse ya tus recuerdos. Muérase todo aquello que me mantiene viva. 


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