miércoles, 6 de octubre de 2010

Del beso de fuego

El fuego lo cubre todo de un color rojo, o tal vez uno más oscuro... El tiempo ha hablado y se debate entre el ser o no ser del mismísimo ser abstracto, que como daga transdimensional atraviesa la barrera espacio-temporal de la nada. Y somos dos. Nos mioramos a los ojos como en un espejo y sonreímos, pues ya dan las doce. Pronto nos encontraremos con nuestros propios temores, espejearemos nuestras penurias recíprocamente. 

Pero ahora sólo déjame mirarte. Déjame descubrirte los lunares y unirlos, escribir mi nombre entre los puntos, gobernar el orden de las sinuosidades de tu piel y espejearte el alma. Amo que me mires a los ojos, pues veo en ellos el fuego que habita tu alma, veo el agua calma que sin violencia me ahoga, pues me dejas sin aliento. Déjame recorrer ahora tu espalda, para así volver a nacer en este otoño de disparidad qe me pesa en las heridas de mis manos de enredadera, esas que se prenden a tu pecho eternamente.

No quiero dejar de mirarte. No puedo tampoco, pues estoy demasiado ocupada en darle número a cada vello de tus cejas, que dibujan como nubes de los sueños más perfectos, los castillos que me habitan, pues en mi alma cabe el castillo, más no quepo en él por más que sea invitada. Se agolpan entonces estos corceles enardecidos en mi pesado esternón. Desean salir. 

Sin embargo no me obligues a seguir con la idea disparatada de que este incendio en mi morada refleja a tu habitación. Estoy cansada de fingir que no me tienes cansada. Cansada de borrar tu nombre de las páginas del libro de mi eterno, de romper estas líneas para luego reescribirlas entre llantos y suspiros por no saber si es por tí que muere esta obstinación de ser quien he sido hasta hoy. Ya no deseo borrar tu nombre de mi memoria, sólo deseo que marques el mío en tus ojos, y verme así viéndote verme, verme al mirarte, que te veas en mí, pues el alma en estos ojos es tuya en este momento. 

Deseo que el fuego te recubra con los sonidos más hermosos, y no desafinar cuando canto tu nombre, pues quiero grtiarlo y los tonos no salen... no logro entonar con el sonido desconocido. Mas deseo, sin embargo, que catnes mi nombre al espejo del sol, en tu idioma de insolencia. Que me digas al oído cuánto has esperado para rendirte ante ese destino que tú mismo escribiste con mis manos, al tomarlas. Bien sabes que te espero, y que me quemo por dentro, pues me invade en la garganta la fuga de mis espíritus. No soy sin fuego, ni tú sin agua que aplaque aquel impulso de perecer ante el púlpito que juntos derrumbamos esa noche. 

Y es increíble que sólo hayan pasado un par de horas, pues te has hecho tan presente que juraría que han sido semanas, tal vez meses, en los que mi rostro no había tomado la forma de ese espejo que devuelve los reflejos más perfectos, que son los de tu sonrisa y ya no las cenizas de mi alma. 

Entonces sonríes, y besas mis párpados, como si no quisieras que los volviese a abrir, como si no desearas que vea que mi muerte se aproxima, la muerte de mi alma en el espejo. Me besas nuevamente, me besas y sonríes, y tal vez... tal vez yo debería dejar de sonreír...

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