jueves, 9 de diciembre de 2010

Del sol sobre las lápidas

Esta mañana me desperté surcando lo inextricable de tu mirada de melodías taciturnas. Llevabas las pupilas desgarradas por la distancia, y dilatadas por la perfidia del destino que nunca supo ser parte. Me encontré llorando lágrimas anónimas sin sorpresa, pues ya olvidé cómo escribir mi nombre, y sonreí cual arcoiris en la noche, pues eras el sol que nacía de la esquina de lo infame. Suspiré. 

Las nubes me trajeron recuerdos de un más allá que nunca fue más acá, y sentí el desprecio de los quince cielos que osaron gobernar mis hombros erguidos, hasta hacerlos desaparecer en la curva de la monotonía de mi espalda, que traza los sinuosos caminos del tiempo y del espacio, pero con poco tiempo, y con demasiado espacio, pues no es mucho lo que lo habita, y en algún momento habrá de acabársenos el oxígeno. Si, lo sé, tal vez desvarío a veces, pero es que son los mares de rojo ceniza los que me ahogan en los deseos de esta sed incontrolable. Tu rostro me conduce al matadero, donde intentarán trozar mi carne, mas nunca saciarán esas ganas de cercenar mi alma. 

Deliro en el umbral de mi propia hipocresía una vez más. Te dije con ojos cerrados que abrieras los tuyos... no soy paz. No tengo heridas que no se cierren, tengo de aquellas que se cierran más siguen sangrando a lo lejos, allí debajo de la superficie del papel en el que dibujo sonrisas superfluas y borro el desprecio y el recuerdo del otoño. Tengo de aquellas heridas que no se inventan un color, que no manchan con su incierto y sus temores este suelo donde piso sin dejar huellas que recuerden que algún día acaeció mi ser, que algún día sucedí, que alguna vez visité aquel cementerio donde se entierran las esperanzas y se sepultan los sueños... ese cementerio parecido a tus ojos, con sus lapídicas pupilas.  

Nunca vi tu cuerpo morir cerca, y mucho menos tu alma, mas bien pudieras visitarme en este pozo de delirio en que me he recluido tan sólo para soñar una vez más, tan sólo para volver a ver el puente entre mis dedos y tus mejillas mientras dormías, mientras soñabas de cerca, pero sueños de lejos. Nunca vi tus sueños, ellos no me pertenecen. Nunca lo hicieron y jamás lo harán, mas hubiese querido que hablaras dormido alguna vez, para preguntarte si vendrías a buscarme a mi derrumbe, cuando la tormenta de mis párpados hubiese terminado, pues jamás lo hará. 

Jamás comprendí tampoco, a ciencia, cierta por qué tus manos diáfanas se empeñaron en escribir inefables, por qué las derrotas nos gritaron en silencio que dejáramos de deslumbrar al mismo sol, si acaso las esferas nos brindaran vacíos, y el vacío esferas de puntas afiladas, cuyas puntas marcaran con fuego este deseo. Lo sé, hablo en imposibles, y es imposible que hable, pues me imposibilitas toda palabra que no sea irracional. Tu pecho emula mi delirio y el delirio emula el canto del silencio. Eres pesadilla y lo eres más por el hecho de haber existido, pues de no haberlo hecho no te habrías ido. 

Es tarde para comprender, pues jamás comprenderé el por qué del devenir de los misterios del tiempo y del lamento. Es tarde para borrar estas marcas que con pasos leves osaron desfasar la estructura del arco de mis cejas al mirarte. Las raíces de mis pies formaron parte de mi espectro en esa noche, mas ahora la veo lejos, y la lejanía calma a veces el deseo de verte ahogado en tu propia hiel, esa que tu alma genera para matar la mía. Han pasado un par de horas desde aquella vez que te inventé un misterio. Fue hace tanto tiempo que ya ni lo recuerdo, y no sé si pueda ya buscar mis dedos, pues los perdí en el puente, pues lo han cruzado hace rato. Mis lágrimas mezcladas con el río los ahogaron lentamente, y los sepulté en el viento. 


Es tarde ya entonces para tocar las manos con que borras mis recuerdos, tarde para contar tus lunares, para reír del olvido, para en los intentos desfallecer, para mirarte y regalarte alguna estrella. Sin embargo jamás pasará el suficiente tiempo para que sea tarde para ver otro amanecer. 

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