Voy porque tu silencio me devora en acertijos.
Voy a verte.
Veré tu rostro de tormenta que atormenta en la sequía.
Voy a verte.
Mi nombre es transparente, cual que tus ojos me eclipsan de inviernos.
No soy más que rocas si por mis desechos acaecen unos cientos de destinos, por mi cruel codicia que reclama más bondades y un invisible olimpo donde juntar mis pies con los restos de mil lunas.
Voy a verte, sucedáneo de mi lápida, donde escribo con sangre y lágrimas mi propio epitafio, que es tu nombre.
Voy a verte, aunque me cueste la vida, aunque me amargue la muerte.
Mis sienes de terciopelo se plagan de los escombros de mi frente, allí donde posaste tus labios cuando partiste hacia el mar de lo inconcluso.
Soy de piedra. Voy a verte.
Voy a verte partir y a cambiar de forma, mas jamás cambiaré el rumbo de mis pies que son quietud.
Voy a guardar tu aroma en una copa de cristal que infinitée mis lamentos, así recuérdete infame y la gloria no te alcance.
Voy a tajear la piel de tu recuerdo, voy a volverlo sangre.
Voy a entrecruzar mis dedos con los del infinito, y mis palabras con la resignación.
Voy a matar a las palabras nunca dichas, para que su muerte jamás pueda ser real, pues nadie calla el silencio, sólo es silencio en sí mismo.
Nunca muere una palabra nunca dicha... nunca nace.
Nunca nace una sonrisa de una herida perpetrada en injusticia, nunca amanece más tarde que ayer.
Voy a verte ayer, para que nunca amanezca.
Voy a regalarte un amanecer que nunca nazca, como me regalaste los silencios que jamás fueron de muerte, pero tampoco de vida.
Voy a matar tus musas.
Te quitaré la voz para que no hables, y luego sostendré tus cabellos con mi féretro, así quedes atrapado en este símbolo de vida que se extingue.
Voy a darte una monotonía, a apagar el modo mártir y a vivir en lacerada hipocresía.
Soy de hierro. Voy a verte.
Voy a escribir un llanto, voy a romper en poesía.
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