sábado, 4 de diciembre de 2010

Del silencio en clave

Hoy deseo regalarte mis pasos, mis lágrimas, mis brazos, mis heridas, y tal vez alguna de estas páginas. No he podido contra el viento que te llevaba para atrás, pues a veces olvido cómo renacer, aunque aún hoy recuerdo aquellas tardes que vendrán, en las que el silencio se amontone en mi ventana cerrada, pero de par en par. No puedo contra el silencio, ni contra la monotonía de este infierno. 

Nunca supe la clave de tus ojos. Usualmente las claves me complican la existencia. Efímera, es cierto, mi existencia de vacío, mas no puedo contra las claves. Será que no soy buena para descifrar, o será que encriptaste las sonrisas que me diste. Será que sólo cuando callamos hablamos el mismo idioma.

No puedo contra todo lo errante, y aquello que está vacío, como tus manos que no rozan ya mi cuello desgarrado por los gritos en el alba. No puedo contra los abismos en los que yo misma me recluyo, sabiendo que son oscuros como el alma que me inventé para no verte partir una vez más, tal como jamás lo habías hecho. No puedo contra tu partida, pues reinventa las miserias, y las miserias me designan estas plagas en el pecho, firmando ya la sentencia de mis ojos, pues cuando ya no hay qué ver, las cuencas están vacías. 

La piel tiende a desgarrárseme cada vez que ardo en las llamas del olvido. Quizás mi cabello se incendie como se incendió mi pecho cada vez que te alejaste. Tal vez me muera el alma calcinada entre despojos de lo que alguna vez supo ser, aquella flama que, refulgente, dominaba la luz del sol cada vez que no salía. Yo tenía alma de fuego, y ahora no tengo nada. 

No puedo contra el correr de la existencia en los olvidos, nunca pude. Tal vez dejé de llorar para poder ver alguna vez el atardecer junto a tus demonios, pero no hoy, pues mis demonios me han abandonado. Sólo me quedan algunos ángeles caídos, e insoportables deidades que me gritan que ya es tarde. No puedo contra ellas, y mucho menos contra el tiempo, aunque a veces el reloj pareciera detenerse, cuando la hora marca justo la penumbra venidera. Será que mis horas son lentas, será que a fin de cuentas, no es verdad que el tiempo espera. Creo que nunca aprendió a esperar, y yo seré siempre impuntual... quizás por eso es que reñimos a menudo, que digo que no tengo tiempo, cuando dispongo de la eternidad.

Hoy prendo una vela por la memoria de la última noche en que sonreí. No puedo contra las sonrisas pasajeras, mucho menos contra la mía, la que doy en las derrotas. No puedo contra el brillo de las garras que me clavas en la espalda, anclándome en lo espeso de mi sangre a la miseria, a las miradas... Será que el destino a fin de cuentas no fue más que desatino. Será que pertenecemos a la dimensión del olvido, o no tendría en mis manos estas cartas marcadas con tu llanto. No sé qué será de esta ingenuidad en mis párpados, mas ten por seguro que aunque ya no sangre, sigue doliendo en el centro. 

No puedo contra el dolor y sin embargo toma, te obsequio mis alas para que vueles lejos de mí. Ya no quiero ser ese ángel que sonríe aguardando otro de tus mensajes encriptados para siempre. Arranca mis alas y vete, que falsearé mi sonrisa. Hazlo rápido pues no puedo fingir más que por un momento, si al cerrar mis ojos recuerdo el fuego que besé en tu espalda. 

Sin embargo sonreiré cuando te alejes, aguardando a que el tiempo ya no sea mi enemigo. No me odies si corre por mi pómulo una lágrima... será porque me has dejado sin tu fuego, y sin mis alas... 

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