domingo, 22 de marzo de 2015

Devaluación del alma




Me pierde gramaje esta entidad
que solía pesar como mil cráneos.
Queda en partes, cada una más liviana, 
y sólo queda el eco de mis propios pasos
chocando contra las paredes
de sinuosos pasadizos
como eran esas curvas 
en las que ayer o hace semanas me mareaba.

No pretendo alejarte de mis pedestales.
Tengo miles de ellos, ya no importa
si me va, si me viene, si me estanco
en las transformaciones
de todos los imperios
que construí con suspiros y algunas
de mis vilezas y vanidades.
Soy porfiada cuando sale la luna
y asimétrica, torcida, falciforme
cuando nace el nuevo día. 

No me espera nada en la mañana
como siempre.
No tengo miedo del abrazo
ni del fuego, ni del todo. 
Temo simplemente desmaterializarme
y ver ya no ojos sino brisas
y algún que otro destino cruzado
que me escampe las moradas tormentas
en las manos truncas.

No te aborrezco. A mí, algo.
Todo es siniestro cuando estoy despierta.
No deseo paz, tampoco guerra.
Decime algo a veces, mientras duermo
y juntame los pedazos.

Quiero estar ahí donde hace frío y revelarte
los secretos de la nada a gritos.
Me desvanezco un poco
pero es, justamente, lo que necesito
para estar un tiempo más alrededor
de tu cuello de rocas.
Besar tu cadáver, estremecerme en el delirio.
Rearmarme de a olvidos.

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