Desafinando aquel canto a la vida
me voy reencontrando con algunos pasadizos
escondidos en los dedos del desprecio.
Doy la vuelta y aparezco entre un tumulto
de rostros genéricos, de inocencia por defecto
y acertijos incompletos.
Tardes nefastas las que vienen y van
y a mí no me va nada en realidad
si no trae sabidurías y algo de orden
dentro del cáos que emana mi rostro imperfecto.
No llueve tanto fuera como dentro
y cada gota me corrompe.
Quién pudiera ser el espíritu que guía
a todos los infiernos por caminos de bondades
piedades, algunas vanidades
que no dañasen todas estas esferas
en las que me encierro para pasar la noche
cuando veo que no llegas.
Y el dolor va estremeciéndome los huesos
y caen dispares mis manos a los lados
de mis caderas torcidas por los pasos en falso
y por tropezar con mi sombra, que es tan rápida.
A veces me desmorono en los huecos que me invento
y otras me creo los más hermosos universos
pero ahí está la sal, sobre mi piel carcomida
que se quiebra como lápidas.
No veo bien la salida, tapan mis ojos
las lágrimas ácidas
y en los sueños rotos me sumerjo.
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