domingo, 26 de diciembre de 2010

Somnia (parece mentira)

Walter Yonsky y Noam Chomsky no son la misma persona. La verdad es que a veces parece mentira. Como que se me ha olvidado que hay gente que no es, como hay gente que sí. Hay personas que no son las mismas. Yo misma no soy la misma aunque tenga el mismo nombre... misma. La baranda misma de la misma escalera hoy me queda más lejos que nunca, y no alcanzo al estante donde guardé ayer el whisky. Era el más bajo, el que me golpeaba la cabeza.  

Me regalaron una poesía una vez, cuando aún no sabía leer. Si, aprendí a leer de muy grande, cuando ya no se usaba regalar poesías, ni se escribía sobre el amor o las pesadillas. Yo igual escribo para ver si un día se vuelve a usar y puedo regalar palabras nuevamente. Es más barato. Más barato que el sol. Quisiera regalar un sol de verano, pero sólo puedo costear el de otoño, y tal vez alcance para un par de hojas secas, y de ojos mojados. Debería vender mis palabras. 

Cuando da la tarde, mi vuelo se hace más pesado. Parece mentira que haya flotado a la hora de los lagartos. Ellos salen al sol, yo prefiero aullarle a la luna. A veces me responde. Si, en aullidos también. Ella aúlla grandilocuente. Mis aullidos son más monosilábicos. Sílabas... no sé qué es eso. Fonemas, morfemas, nunca lo entendí. Tal vez es porque nunca supe leer, o porque nunca me regalaron poesía. Morfemas, fonemas... todos son gritos parecidos, aullidos de pesadilla. Yo prefiero mis techos bajos así no los oigo. Prefiero odiar la luna en el insomnio de la tarde. Parece mentira, pero existe uno, yo lo he visto con mis ojos de grafema. Los grafemas son patéticos. 

Hasta ayer era una niña. Parece mentira que hoy se me tatúen arrugas en las tripas. Tengo parálisis verbal, afasia infernal y cáncer duodenal... También tengo un alma inmortal, e invernal. Mis tripas arrugadas me dominan, soy visceral. Mis vísceras dominadas me liberan del reflujo matinal, torturándome en ausencia de dolor, pues duele. No sabe a hiel mi suicidio por los pies. No sabe a muerte, ni a nada. No sabe nada, y jamás lo averiguará. Nunca fue bueno para ser detective. Por suerte nació antes que yo y puede dejar de ser cruel. 

Hay humanos que aprendieron a ser francos. Parece mentira que la humanidad mienta tanto cuando el derrumbe se aproxima. Tal vez nos encontremos en los abismos de una nueva llanura de cotidianeidad. Pero no existe tal cosa, pues los días no pasan. Puta que lo parió al que inventó que existimos. Jamás tuvo piedad. Puta que lo parió. 

Parece mentira que el fin llegue tan rápido. A veces no nos damos cuenta de que no somos los mismos. Tal vez ahora seamos más parecidos a Noam Chomsky, que no es el mismo que Walter Yonsky. Walter no entiende las palabras, se mueve entre risas y sospechas. Yo sospecho de Walter Yonsky. Tal vez sea que me parezco a él. Ramiro es enurético. Noam es un morfema y yo un fonema. Soy mi propio aullido a la luna eclipsada. Los grafemas son serviles y reflejan vacuedades. Hoy estoy linda.

Me quedo sin palabras. Parece mentira que haya escrito mi nombre en una pared. Es más difícil construirlo. Yo opto por lo fácil. Construirme un nombre me genera desidia, como todo. Lo complicado vendrá el día en que me genere desidia respirar. 

sábado, 25 de diciembre de 2010

Invirtudes cotimierdas

Yo leo. Estoy leyendo. Estaba leyendo. Así como cada página forma parte de un crisol de papeles embollados por la vida, por la virtud de un trigal, sólo porque es parecido a un crisol, o al girasol, o al sol que gira, pues en realidad no lo hace, si somos nosotros los que giramos a su alrededor. Si, dije "embollados". ¿No está bien dicho? ¿Qué otra palabra hubieses puesto ahí? ¡Que te folle un pez!

--¿A qué hora voy?
--A la hora que lo desees, o cuando la energía te traiga hacia mí. Y sólo... si, sólo si he terminado de bañarme. 

Qué bello es como todo en la vida es susceptible de ser escrito "en pelotudo". Bastardilla al margen, claro está, porque estas no-son-nuestras. 

--¿Qué te parece cuando baje el sol?
--El sol nunca baja. Somos nosotros que dejamos de mirarlo. 

Se sabe, es una buena idea, sobre todo por no tener que derretirnos con la mirada de crisol, o del girasol, ya no lo recuerdo. Tal vez era el trigo. ¿No son parecidos? ¡Que te folle un pez! 

--Me traicionó el (in)consciente.
--El que avisa no traiciona... 
--Yo te lo vengo avisando hace tiempo. 
--Entonces ya se que me (no) traicionarás. 

Si, la traición nos hace carne los milagros. Sabes que no es tarde, al menos no para mí, que siempre me tardo, para mí que no tengo reloj, y que el único que veo siempre está adelantado. Creo que es por eso que nadie me escucha... hablo cuarenta minutos antes de que alguien oiga. Se ha terminado mi cerveza. 

--Es negrita, y tiene mucha teta. 
--O tal vez tus ojos son pequeños. ¿Entran esas tetas en tu mano?
--No sé, me agradaría probar. Tal vez me entre una...
--La otra, entonces, puede ir en tu boca.

Tiene mi nombre. Una vez más tiene mi nombre. Sólo me espejea la identidad, pues yo no tengo tetas. Creo que me las arrebataron en un sueño. El otro día soñé que era torturada. Mi hermano soñó con aquelarres. 

--Te quiero, padre. 
--Yo también, hijo, pero no me llames "padre" porque me huele a iglesia. 

Las iglesias huelen rancio. Mi gata sueña con tripas. 

jueves, 23 de diciembre de 2010

Señor Viceversa (retrato del retrete de Tato)

Los versos del señor Viceversa no me vienen en gana. Se me antojan molestos y ruidosos. Debe ser porque el señor Viceversa soy yo, y la verdad que mi yo se me antoja molesto y ruidoso. Siempre fui así. Creo que hay mucho odio en mí. Creo que sublimo todo lo que puedo, y aún así me harían falta cuatro o cinco tabletas de Lexotanil. Puede ser también Paracetamol para bajar la fiebre, y algo más para bajar a la realidad. Sick of it all es un medicamento? Es de venta libre?

Viceversa es mi padre y es mi tío. Ellos escriben versos como los míos, pero mejores. A veces me gritan. Son molestos y ruidosos. Pero mejores... Todos son mejores que yo. Todos los versos. Todos los molestos. Si hasta molestan mejor que yo !!! Y por supuesto sus ruidos son más limpios. No como los míos que son de muerte.

Viceversa es mi hermano. Él tiene la misma cara que yo, pero de hombre. Tenemos la misma sangre, el mismo odio, pero su odio es mejor. Ser hombre es mejor. Al menos si fuera hombre, podría "chuparme un huevo" todo, pero con propiedad!! Ni siquiera puedo decir que me chupa un huevo, pues sería anatómicamente imposible...

Viceversa es mi madre. Ella es más joven incluso que yo, y tal vez que mi hermano. Ella escribe versos también, mejores que los míos, y que los de mi tío. Publica novelas y gana fanáticos y enemigos. Creo que la persigue la mafia china, o tal vez la rusa. Me confundo, y eso que los rusos y los chinos nada que ver. Bueno, sí, el comunismo, pero después nada!! Y aun así mi madre tiene más años que su abuela. Pero su abuela está muerta, como la mía, y como mi alma. Ellas escribían versos. Mi alma también. Mi madre, ahora, se roba la autoría de ellas, pero los suyos propios son mejores.

Mi familia es mejor que yo. Todos son viceversa, menos yo, y viceversa. Todos tienen, igual que yo, ojos de paranoicos. Todos nos miramos al brindar y parecemos idiotas embelesados con las burbujas del champagne. A todos nos apasiona el andar de un espíritu en pleno vuelo. Ver a un pájaro bañarse en la mugre, y a un perro escupiendo sangre en el pavimento. Todos nos ponemos un poco a pensar a veces, pero no mucho, cosa de que no canse. Ellos piensan más que yo, porque son Viceversa. Yo en cambio no soy nada, y por eso los miro con asombro, y viceversa.

Estamos todos cansados. Los que puedan que vuelvan. Los que no, que se vayan a dormir, y viceversa. Seguiré contando cuentos de noche de brujas, y de noche de hadas. Lo malo es que no hay una noche de hadas, y la noche de brujas es importada. Pero no me importa, no me importada, no hay portada del disco de la vida, teletransportada. Lo digo en serio, y no jodas. Te vi nacer, crecer, y viceversa. Soy tu reino y vos mi carne. Y nos fundimos en un vómito terapéutico.

Extraño dejar de crecer. Extraño la realidad que parecía un sueño. Ahora es realidad, pero en vómito de gato. Las cagantinas que ha de soportar aún. No tengo ganas de salvarme. Me voy a ahogar en esta mezcla de bilis y whiskas, o tal vez era whisky. Si es Jack Daniel's mejor, al menos tendré una muerte digna. Aunque la muerte siempre es digna, y viceversa.

Todos lloramos a veces, y el llanto nos llora, porque también es el señor Viceversa. Tal como mi padre, mi tío, mi hermano, mi madre y yo. Pero el llanto es mejor que nosotros porque se evapora, y viceversa. Así estamos, anclando en la nada. Construyendo en la arena seca, solo para que luego se derrumbe, y viceversa. Así nací, con dolor de mi madre más joven. Tengo muchas, y viceversa. Ellas me tienen a mi sola...

Adios y mucha suerte. Y por si acaso, viceversa...

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Desaforada metonimia

Esclava... tu perdón ya no me importa, tu cuerpo es carne que se desvanece con cada paso que das hacia la miseria... Aquí en penumbras me despido del mismo adiós que me diste tantas veces, como una vez más. No tengo futuro ni pasado, me he deshecho de todo rasgo de filiación y descendencia. No tengo presente tampoco, pues me he deshecho de mí misma también. Soy un punto en el círculo eterno. Las voces no callan y la mía no suena.


Nadie me nombra hoy, porque no tengo nombre. No hay letras que puedan nombrarme, no hay un orden preciso, no hay conceptos en mi persona, pues no se puede nombrar la nada, aún siquiera diciendo "nada". Y el silencio, el único sabio, ese no existe. Somos hermanos en nuestra no existencia. El silencio, mi desvariar constante, y esta copa vacía que yace a mi lado como tantas veces, como tantas noches de insomnio. El insomnio es parte de mi nada, y me nadifica un poco más cada noche en que me desvelo pensando en mi propio insomnio, en mi incesante cavilar, pensar en pensar o en no pensar. Y si pienso ¿qué pensar? ¿y qué si pienso en no pensar? Las preguntas se abarrotan en mi mente desgastada, y ya no puedo responder más que "no".


Quiero dejar de ver, para no verte tan lejano. Quisiera no tener memoria para no recordar cada uno de esos instantes, pero su lucha es tan intensa que no puedo siquiera respirar. Mis pulmones son pequeños como mi reino y estáticos como mi sangre congelada, que ya no puede correr por mis venas, que ya no tiene espacio.


Y así cada uno de los puntos de mi cuerpo va plasmando la monotonía de mi alma, en una metáfora que no logro comprender del todo, pues no entiendo siquiera el concepto de metáfora. Y me fragmento, me fragmento una vez más en mis pequeñas partes, tan pequeñas como soy yo, y como es mi alma, que de tanto desangrarse se ha perdido. O ya no recuerdo, tal vez la cambié por algo sin valor, que en su momento lo tuvo.

Aunque el tiempo sea nada, es tarde, es tarde para todo, pues es la nada. Se secan mis lágrimas y el viento corre una vez más, dándome vuelta los párpados. Mis ojos ven de nuevo, no me ha salido bien la ceguera momentánea. Te veo más claro que nunca, sobre el fondo de la oscuridad que te rodea. Eres algo sobre la nada, y esa nada soy yo...

martes, 14 de diciembre de 2010

Hombre que abismo


Hombre.
Hombre que frustrado.
Frustrado faro de frustradas esperanzas.
Frustrado rostro de frustrados lamentos.
Faro que lamento.
Frustración que faro.

Eres poesía y yo soy el dios de lo inerte.
Hombre que poesía.
Mujer que dios.
Dios que inerte.

Ayer escribí tu nombre en un muro.
Muro que nombre.

Me maldije por ello.
Mujer que maldice.

Ya sabes, mis manos son automáticas.
Manos que automáticas.
Como los destellos y las golondrinas.
Golondrinas que automáticas.
Manos que golondrinas.
Destellos que manos.

Como el ímpetu con que compones mi locura
en el rincón de los suicidas.
Rincón que oscuro.
Locura que rincón.

Hombre que humano.
Hombre que suicida.
Me odio por tu suicidio.
Mujer que se odia.
Hombre que pesadilla.

Bebo las horas como líquidos destinos.
Combustible de mi abismo.
Abismo que horas.
Horas que destino.

Cruel.
Hombre que cruel.
Crueldad que lastima.
Enemigo de utopías. 

Voy a verte


Voy porque tu silencio me devora en acertijos.

Voy a verte. 

Veré tu rostro de tormenta que atormenta en la sequía. 

Voy a verte.

Mi nombre es transparente, cual que tus ojos me eclipsan de inviernos. 

No soy más que rocas si por mis desechos acaecen unos cientos de destinos, por mi cruel codicia que reclama más bondades y un invisible olimpo donde juntar mis pies con los restos de mil lunas. 

Voy a verte, sucedáneo de mi lápida, donde escribo con sangre y lágrimas mi propio epitafio, que es tu nombre. 

Voy a verte, aunque me cueste la vida, aunque me amargue la muerte.

Mis sienes de terciopelo se plagan de los escombros de mi frente, allí donde posaste tus labios cuando partiste hacia el mar de lo inconcluso. 

Soy de piedra. Voy a verte. 

Voy a verte partir y a cambiar de forma, mas jamás cambiaré el rumbo de mis pies que son quietud. 

Voy a guardar tu aroma en una copa de cristal que infinitée mis lamentos, así recuérdete infame y la gloria no te alcance. 

Voy a tajear la piel de tu recuerdo, voy a volverlo sangre. 

Voy a entrecruzar mis dedos con los del infinito, y mis palabras con la resignación. 

Voy a matar a las palabras nunca dichas, para que su muerte jamás pueda ser real, pues nadie calla el silencio, sólo es silencio en sí mismo. 

Nunca muere una palabra nunca dicha... nunca nace. 

Nunca nace una sonrisa de una herida perpetrada en injusticia, nunca amanece más tarde que ayer.


Voy a verte ayer, para que nunca amanezca. 

Voy a regalarte un amanecer que nunca nazca, como me regalaste los silencios que jamás fueron de muerte, pero tampoco de vida. 

Voy a matar tus musas.

Te quitaré la voz para que no hables, y luego sostendré tus cabellos con mi féretro, así quedes atrapado en este símbolo de vida que se extingue. 

Voy a darte una monotonía, a apagar el modo mártir y a vivir en lacerada hipocresía. 

Soy de hierro. Voy a verte. 

Voy a escribir un llanto, voy a romper en poesía. 

sábado, 11 de diciembre de 2010

No me alcanza

No alcanzan los metros para el dolor de este alma en pena. No, nunca es suficiente, pues somos aquellos a los que más les duele. El alma grande muere lentamente, como mueren las esperanzas cuando el reloj no sonríe, cuando dan las veinticinco y nos miramos a los ojos del desierto en lejanía. Y no, no me alcanza este desierto tampoco, para secar el mar de lágrimas sin ojos que me explota desde el centro, pues no se puede secar aquellas lágrimas que jamás tocarán el suelo, pues no se puede tocar el suelo que no se pisa. 

La fe me ha dado la espalda, y no me alcanzan las palabras para borrarla de mi esfera, no me alcanzan las esferas para dibujar tu nombre en el firmamento que se ha quedado sin nubes, sin lluvia y sin calma en la espera de derrotas venideras, pues nunca se termina de perder si se puede perder más. Así es, ya estamos acostumbrados nosotros, los adictos al abismo, los sabios de la rendición al cataclismo, los efímeros que vemos con ojos que son de hierro, que tocamos con manos de incierto, que reímos con risas de glorias nunca alcanzadas, carcajeándonos a veces por inercia, mordiendo con nuestros dientes de destierro y debilidad la trascendencia. Y trascendemos, sí, todo el odio que emanamos, pues somos espejos de la inmensidad, carne de los cañones de guerras ya perdidas, de batallas que nunca serán libradas, excepto a la suerte, o más bien a la inmundicia. 

No me alcanza la sangre para el precio que debo pagar, no alcanza para desangrarme. No es suficiente para poder darle a todas estas heridas un nombre, al menos el nombre de heridas. Ya no sangro pues me he secado en el desierto aquel que no secaba mis lágrimas. Claro, ya sabes, a nosotros no nos corre la sangre, tenemos alma de hierro y corre por nuestras venas el vacío, llenándonos de vacío el corazón, vaciándonos por completo el pecho en la resignación, sumiéndonos para siempre en nuestra propia muerte que jamás sucederá, pues no puede morir aquello que nunca vivió, así como no puede irse aquel que jamás llegó. Claro, piensas que mi alma no ha sido quebrada, pues por vez tercera he dicho que no poseía tal cosa, pero ten por seguro que mis pasos ya no son constantes como las voces en mi cabeza, esas que dicen que he de matar tu memoria, por si llegaras a verme, ya no recuerde tu nombre que no rimaba con mis versos ni mis besos. Y alguna vez me dijeron que el descanso es capaz de curar cualquier pena, que duerma, que mañana he de olvidar... pues tal vez quisiera dormir eternamente, para olvidar este recuerdo eterno que me acosa en cada página del libro nunca escrito, en cada estrella del cielo nublado. Sé que está ahí, al dar la vuelta, oigo los crujidos de los pasos acechantes, que sonaban a lamento. 

Hoy viertes mi sangre en botellas sin mensaje. Manchas el mar que solía ser mis lágrimas, para limpiar tus manos turbias que osaron atar la soga que sujetaba mi cuello a tus alas. Si, lo sé, me ahogaste en aquel vuelo, y se suponía que por mí doblaran aquellas campanas a las cinco, pero no lo sé, tal vez soy más fuerte de lo que pensaste, o tal vez no puedes matar por fuera lo que está muerto por dentro. Sin embargo vuelas, y me llevas del cuello, y yo como idiota te beso los párpados, te digo al oído que sueñes con lunas y destellos de cielo, que has de recordar todo aquello por lo que luchamos, pues las sonrisas traerán paz, y la paz traerá sonrisas en este hemisferio. 

Siente cómo se quema ahora la planta de mi pie izquierdo, ese con el que me supe levantar de cada caída silenciosa, cuando aún no daba la hora señalada en la que habrías de matarme. No es suficiente el calor, si por tu polo no me es posible andar, si no puedo derretir esas paredes de hielo que me otorgas en palabras de desprecio, en mensajes de ignominia, en miradas corroídas por el paso de los tiempos, de los vientos. No me alcanza este fuego para dominar tu frío espectro, mas aquí me tienes, plantada en el centro del innombrable adiós que sabe renacer cada vez que dices "hola", al marcharte por los oscuros callejones de la eternidad. El corredor de la espera me espera, te espera, desesperado, pues la funesta mirada ha abatido mis rodillas, pues espero arrodillada a que pase esta nube pasajera. Mas sin embargo se queda, siempre sobre mi cabeza, mojándome las ideas, secándome las heridas que no alcanzan a serlo, matándome en esta muerte que no llega a ser sin vida. 

Y la muerte no me alcanza, ya porque no es suficiente, ya porque es muerte lenta. Y yo que corro hacia tu encuentro, choco con el muro que ya no es de los lamentos, sino de los deseos que jamás compartiremos, de las miradas que jamás se cruzarán, de aquellos vacíos que jamás llenaremos. Tu mirada no me alcanza para sentir las dagas de la inmensidad de tus ojos, si es que tienes unos propios, pues mis manos cubren desde hoy ese sol que me quitaste aquella tarde, aunque sientas como fluye este vacío de mi espesa sangre evaporada. 

No me alcanzan las heridas para sentir dolor, ni me alcanza el dolor para plasmar este desprecio. Será por eso que mi muerte es lenta, pues el dolor tarda en llegar, pero se queda. Si, somos los que más sufrimos, y no nos arrepentimos. El alma grande sufre, y no le alcanza el sufrimiento. No le alcanzan las palabras para escribir un sentimiento, ni el sufrimiento mismo para comenzar a hablar. Y así es que no me alcanzan los días para olvidarte, mas ansío el día en que ya no alcance la memoria para recordarte...

jueves, 9 de diciembre de 2010

Del sol sobre las lápidas

Esta mañana me desperté surcando lo inextricable de tu mirada de melodías taciturnas. Llevabas las pupilas desgarradas por la distancia, y dilatadas por la perfidia del destino que nunca supo ser parte. Me encontré llorando lágrimas anónimas sin sorpresa, pues ya olvidé cómo escribir mi nombre, y sonreí cual arcoiris en la noche, pues eras el sol que nacía de la esquina de lo infame. Suspiré. 

Las nubes me trajeron recuerdos de un más allá que nunca fue más acá, y sentí el desprecio de los quince cielos que osaron gobernar mis hombros erguidos, hasta hacerlos desaparecer en la curva de la monotonía de mi espalda, que traza los sinuosos caminos del tiempo y del espacio, pero con poco tiempo, y con demasiado espacio, pues no es mucho lo que lo habita, y en algún momento habrá de acabársenos el oxígeno. Si, lo sé, tal vez desvarío a veces, pero es que son los mares de rojo ceniza los que me ahogan en los deseos de esta sed incontrolable. Tu rostro me conduce al matadero, donde intentarán trozar mi carne, mas nunca saciarán esas ganas de cercenar mi alma. 

Deliro en el umbral de mi propia hipocresía una vez más. Te dije con ojos cerrados que abrieras los tuyos... no soy paz. No tengo heridas que no se cierren, tengo de aquellas que se cierran más siguen sangrando a lo lejos, allí debajo de la superficie del papel en el que dibujo sonrisas superfluas y borro el desprecio y el recuerdo del otoño. Tengo de aquellas heridas que no se inventan un color, que no manchan con su incierto y sus temores este suelo donde piso sin dejar huellas que recuerden que algún día acaeció mi ser, que algún día sucedí, que alguna vez visité aquel cementerio donde se entierran las esperanzas y se sepultan los sueños... ese cementerio parecido a tus ojos, con sus lapídicas pupilas.  

Nunca vi tu cuerpo morir cerca, y mucho menos tu alma, mas bien pudieras visitarme en este pozo de delirio en que me he recluido tan sólo para soñar una vez más, tan sólo para volver a ver el puente entre mis dedos y tus mejillas mientras dormías, mientras soñabas de cerca, pero sueños de lejos. Nunca vi tus sueños, ellos no me pertenecen. Nunca lo hicieron y jamás lo harán, mas hubiese querido que hablaras dormido alguna vez, para preguntarte si vendrías a buscarme a mi derrumbe, cuando la tormenta de mis párpados hubiese terminado, pues jamás lo hará. 

Jamás comprendí tampoco, a ciencia, cierta por qué tus manos diáfanas se empeñaron en escribir inefables, por qué las derrotas nos gritaron en silencio que dejáramos de deslumbrar al mismo sol, si acaso las esferas nos brindaran vacíos, y el vacío esferas de puntas afiladas, cuyas puntas marcaran con fuego este deseo. Lo sé, hablo en imposibles, y es imposible que hable, pues me imposibilitas toda palabra que no sea irracional. Tu pecho emula mi delirio y el delirio emula el canto del silencio. Eres pesadilla y lo eres más por el hecho de haber existido, pues de no haberlo hecho no te habrías ido. 

Es tarde para comprender, pues jamás comprenderé el por qué del devenir de los misterios del tiempo y del lamento. Es tarde para borrar estas marcas que con pasos leves osaron desfasar la estructura del arco de mis cejas al mirarte. Las raíces de mis pies formaron parte de mi espectro en esa noche, mas ahora la veo lejos, y la lejanía calma a veces el deseo de verte ahogado en tu propia hiel, esa que tu alma genera para matar la mía. Han pasado un par de horas desde aquella vez que te inventé un misterio. Fue hace tanto tiempo que ya ni lo recuerdo, y no sé si pueda ya buscar mis dedos, pues los perdí en el puente, pues lo han cruzado hace rato. Mis lágrimas mezcladas con el río los ahogaron lentamente, y los sepulté en el viento. 


Es tarde ya entonces para tocar las manos con que borras mis recuerdos, tarde para contar tus lunares, para reír del olvido, para en los intentos desfallecer, para mirarte y regalarte alguna estrella. Sin embargo jamás pasará el suficiente tiempo para que sea tarde para ver otro amanecer. 

martes, 7 de diciembre de 2010

Des-existir

La cerveza va espumándome el alma mientras el cigarrillo de mis sueños se consume, volviéndome cenizas la esperanza, convirtiéndose en metáfora del camino no recorrido en que clavé mis talones para verte desaparecer. 

Todo lo que toco se convierte en metáfora, así como todas las lágrimas van a parar al río de la desesperación, entre el ahogo del ser, y del estar en ahogo, entre el dejar de estar, de sentir, de anhelar, o tal vez de vivir, y el miedo. Me siento en las rocas duras de la memoria, y planeo, como siempre, una verdad mejor. Le invento un ritmo a mi respiración. 

Cargo mi arsenal de penas con sus pesados grilletes que arrancan los huesos de mis tobillos débiles, llevándome a un más allá de destinos sin resolver, de futuros sin destino, de respuestas que nunca tuvieron preguntas que las interpelaran, y sin embargo fueron dichas, exclamadas al viento que traía el aroma de tus manos ensangrentadas, y algunas flores para el entierro de tu recuerdo. Es lo que obtengo por haber nacido diáfana y sin embargo apresurarme a corromper mis ojos con la visión de los tuyos, con la desidia del olvido, con la tristeza de un otoño que no daba más que rosas en sus cielos sin estrellas, en sus noches de nostalgia y desvaríos. 

Ya no escribo mil poesías cada amanecer, ni comprendo que he nacido para revivir cada vez que me marchito entre tus dedos de infierno. Nunca conocí el sol por completo, y la luna jamás me dio su mejor cara, a pesar de mirarla con los ojos vacíos por el desencuentro, a pesar de pedirle que alguna vez bajara y me cantara una canción cuyos sonidos ya no fuesen de llanto. No obstante cada retornar de tus sientes me ha traído un cenicero que fuese mi incansable féretro, una vez más desde aquella noche en que reímos para darnos muerte entre los dientes. Mordimos nuestra propia caída, saboreándola hasta el fin del gélido despertar, con la ventana abierta a los adioses nunca dichos. 

Me congelas hoy también el alma despierta, la que supo dormir en tu tibio regazo sabiendo que las páginas en blanco nunca cambian sus colores si no hay nadie que las tiña. Mi cuello pierde su fuerza al intentar sostener mi pesada cabeza, pues me pesa el cavilar, pues me apena tener que hacerlo, pues me impide ver todo aquello siniestro por lo que he de dejar una vez más de llorar. Las cuerdas de la guitarra con la que dibujé los tonos de tu canción, van cortándome las yemas de los dedos para ya no tener que rozar el recuerdo de tu averno. Y suspiro, una y otra vez, ante el cántico profano de mi propio latido, que es lo único que oigo en este encierro.

Maldigo a mis pies por recordar el camino hacia tu vicio. Maldigo a las estrellas por negarme cada noche el deseo de que hayas sido una hoja de otoño. Maldigo a mi espejo por mostrar cada mañana el rostro de la tempestad en mi morada, mis ojos empañados, mi mirada transformada en universos de desprecio y mis cejas doblegadas por el infinito. Y maldigo también a la ausencia de tu alma, que no me deja tatuarme en tus abismos, que no me vuelve imborrable en las etéreas paredes de tu imperio de sangre. 

Maldigo tu ausencia y la de mi propia suerte, pues firmé mi sentencia el día en que me convertí en una pieza del juego favorito del lado cruel del destino. Soy mi propio verdugo y tus ojos se han vuelto las guillotinas de mi espectro, matando lo que quedaba sin sangrar, grabando en el mármol de mi frente imperturbable la palabra impronunciable, la que nunca será dicha. Y la ausencia, esa inefable, me nomina inexistencia, nominándome en mi muerte o en vestigios de una vida pasajera. 

Maldigo una vez más tu muerte en vida, pues sin alma no puedes siquiera escribir una poesía, mucho menos abrigarme cuando en prosa te maldigo. Y maldigo que no existieras para verme renacer. Maldigo necesitar maldecirte todavía. 

sábado, 4 de diciembre de 2010

Del silencio en clave

Hoy deseo regalarte mis pasos, mis lágrimas, mis brazos, mis heridas, y tal vez alguna de estas páginas. No he podido contra el viento que te llevaba para atrás, pues a veces olvido cómo renacer, aunque aún hoy recuerdo aquellas tardes que vendrán, en las que el silencio se amontone en mi ventana cerrada, pero de par en par. No puedo contra el silencio, ni contra la monotonía de este infierno. 

Nunca supe la clave de tus ojos. Usualmente las claves me complican la existencia. Efímera, es cierto, mi existencia de vacío, mas no puedo contra las claves. Será que no soy buena para descifrar, o será que encriptaste las sonrisas que me diste. Será que sólo cuando callamos hablamos el mismo idioma.

No puedo contra todo lo errante, y aquello que está vacío, como tus manos que no rozan ya mi cuello desgarrado por los gritos en el alba. No puedo contra los abismos en los que yo misma me recluyo, sabiendo que son oscuros como el alma que me inventé para no verte partir una vez más, tal como jamás lo habías hecho. No puedo contra tu partida, pues reinventa las miserias, y las miserias me designan estas plagas en el pecho, firmando ya la sentencia de mis ojos, pues cuando ya no hay qué ver, las cuencas están vacías. 

La piel tiende a desgarrárseme cada vez que ardo en las llamas del olvido. Quizás mi cabello se incendie como se incendió mi pecho cada vez que te alejaste. Tal vez me muera el alma calcinada entre despojos de lo que alguna vez supo ser, aquella flama que, refulgente, dominaba la luz del sol cada vez que no salía. Yo tenía alma de fuego, y ahora no tengo nada. 

No puedo contra el correr de la existencia en los olvidos, nunca pude. Tal vez dejé de llorar para poder ver alguna vez el atardecer junto a tus demonios, pero no hoy, pues mis demonios me han abandonado. Sólo me quedan algunos ángeles caídos, e insoportables deidades que me gritan que ya es tarde. No puedo contra ellas, y mucho menos contra el tiempo, aunque a veces el reloj pareciera detenerse, cuando la hora marca justo la penumbra venidera. Será que mis horas son lentas, será que a fin de cuentas, no es verdad que el tiempo espera. Creo que nunca aprendió a esperar, y yo seré siempre impuntual... quizás por eso es que reñimos a menudo, que digo que no tengo tiempo, cuando dispongo de la eternidad.

Hoy prendo una vela por la memoria de la última noche en que sonreí. No puedo contra las sonrisas pasajeras, mucho menos contra la mía, la que doy en las derrotas. No puedo contra el brillo de las garras que me clavas en la espalda, anclándome en lo espeso de mi sangre a la miseria, a las miradas... Será que el destino a fin de cuentas no fue más que desatino. Será que pertenecemos a la dimensión del olvido, o no tendría en mis manos estas cartas marcadas con tu llanto. No sé qué será de esta ingenuidad en mis párpados, mas ten por seguro que aunque ya no sangre, sigue doliendo en el centro. 

No puedo contra el dolor y sin embargo toma, te obsequio mis alas para que vueles lejos de mí. Ya no quiero ser ese ángel que sonríe aguardando otro de tus mensajes encriptados para siempre. Arranca mis alas y vete, que falsearé mi sonrisa. Hazlo rápido pues no puedo fingir más que por un momento, si al cerrar mis ojos recuerdo el fuego que besé en tu espalda. 

Sin embargo sonreiré cuando te alejes, aguardando a que el tiempo ya no sea mi enemigo. No me odies si corre por mi pómulo una lágrima... será porque me has dejado sin tu fuego, y sin mis alas... 

viernes, 19 de noviembre de 2010

No tienes poder sobre mí

Conozco cada mirada subrepticia que me das sin preguntar, cada mañana en que soñamos con volar por sobre las rocas de los destinos más cruentos. Conozco los números que utilizas para calcular cada probabilidad que tengo de golpear con mis despojos tu misoginia latente. No voy a dejarte actuar.

No tienes poder sobre mí, pues no conoces una pulgada de mi ser, ese que se desarma cada vez que oye vibrar a la muerte sobre las calmas olas de la ingenuidad. No es mía la ingenuidad, es de mis ojos, que te hacen creer que puedes cambiar el rumbo de los planetas, para que giren en torno a tu pecho lejano, como imantándose a un desierto, como anhelando detenerse en el instante en que sabes que no podrás escapar de tu miseria. No tienes poder sobre tu propia miseria, pues no tienes poder sobre mí. Seré tu miseria. 

No respondo a tu llanto de mañanas venideras, que como hechas de hielo rozan mi calor sin derretirse, mas derritiendo el alma que no tienes, esa que sufre por caricias nunca dadas, por las alas roídas sin misericordia. No entiendes que el firmamento no toma el color de tu rostro, ni de tus manos, no comprendes que estás ahogado en tu propia inmundicia, en ese hueco al que saltaste pensando que contenía luz, y sin embargo te encontraste con desprecio. 

No tienes poder sobre mi espalda, pues ya carga más del peso que pudo alguna vez soportar. Mis hombros son de hierro como el alma que alguna vez tuve, que me dio el poder para borrarte de un soplido, del recuerdo que el vestigio me marcó en el brazo izquierdo, para recordarme siempre que algún día he de olvidarte. Mas es sólo la memoria la que juega a que es destino, pues tú no eres más que espectros del pasado. Si, lo sé, aún a veces me atormentas, mas ten piedad si oyes que grito por las noches en un oscuro vacío animal, pues soy porfiada cuando digo que no he de lamentar el recordar, pues la memoria no es poder, no es tu poder, no es tuya.

No tienes poder sobre esos pies que puedan reconducirme a la morada donde alguna vez te dije que me quedaría para siempre, aquella noche en que mudamos nuestros sueños en historia y sonreí al verte amanecer una vez más, pues sabría que ese día sería el último en que tus pupilas espejearan mis sueños... aquellos que nunca abandoné, mas cuyo poder se ha ido deslizando en mis rodillas hasta convertirse tan sólo el suelo por donde camino hacia el mar de necedades en que algún día me sumí, ahogándome en aquellas olas que ya no tienen poder. 

No deseo que me aguardes un segundo ni una eternidad, pues no lo haría yo de estar en tu lugar de estatua. Eres un homenaje al desprecio, y yo lo soy al error. Sin embargo las horas pasan, como tus días, que están contados, y yo aquí sentada en el horror del no pertenecer a tus engaños. Se me tornaron rutina en algún momento, volviéndome taciturna cual aquel suspiro que quedó atrapado para siempre en las redes del nunca existir. Y como pocos, soy de noche, no de sol, no respondo a tus mandatos ni a tus líricas de viento, pues sé que no se detienen a apreciar la calidez de las memorias que te esperan en un cajón, por si algún día revuelves el espacio al infinito, aquel que por ti formé una vez, aquel que sin existir quedó vacío de ti.

Sin embargo no tienes ya poder sobre mí. Lo obtenías del vacío, mas estás vacío de mí, y yo de tus párpados. Los míos se cierran a tus ojos de vacío, y se vacían de tu imagen tan anhelada en mis hombros. Recorro con mis manos las heridas de tu pasar cada noche, nuevamente tu vacío, y me vacío de recuerdos, te recuerdo en mis olvidos. Sin embargo ya no tienes la virtud del acercarte, no me lastima tu recuerdo, no me lastima tu olvido. No soy quien para olvidarte, no eres quien para olvidarme, y es por eso que recuerdo recordarte cada vez que la noche se hace día. 

Ya no me entrego al dolor, ya no lloro por aquella canción. Sé que no vas a venir, y no me inmuto, pues ya no tienes poder sobre mí...

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Ella lo sabe

Ella sabe que soy vil, y yo sé que ella lo sabe. Sabe que has entonado mi nombre en más de un grito de hermosa agonía, sabe que te cuesta decir la verdad cuando cuentas tus pesadillas y los encuentros siniestros con lo que te es desconocido, aquello a lo que aún no le has puesto nombre, mas tiene hasta un apellido... y ella lo sabe. 

Ella sabe que en mi mirada se reflejan canciones cuyas notas desentonan con el día, mas tienen a bien entregar un rayo de penumbra cuando aún la magia no está hecha por completo. Ella sabe que mis días no se cuentan en desprecios, sino en paupérrimas sonrisas que profanan la virtud de este silencio indefinido. Sabe que mis manos presionan con más fuerza cuanto mayor es la debilidad en mis huesos perforados por el gélido viento de tu ausencia. Sabe que no te irás, pues las horas no pasan cuando el tiempo escasea, y sin embargo el reloj te obliga a repetir ese llanto que tantas veces dejaste secar a la luz de una utopía, en medio de la neblina ponzoñosa que se asemejaba al precipicio. 

Ella sabe que a veces mis rodillas emulan las cordilleras donde crecen las raíces más profundas, mas cuya superficie siempre está intacta en caso de que quieras marcar los pasos, o tal vez escribir algunas melodías que el viento se lleve cuando retorne el ocaso. No tengo palabras que construyan un camino, no tengo el poder de definir el destino, mas sé muy bien que finalmente nos honrará las manos la muerte de la ilusión desprevenida, aniquilando una vez más los sueños que, marcados sobre el brillo del vapor, flotaron sobre nuestras almas martilleándonos las sienes con mentiras. Las verdades serán entonces los silencios que ensordezcan. 

Ella me sabe calma en la piel y monótona en el llanto. Tal vez sea por eso que me mira fijamente las manos con las que tomo tu cuello, cercenándome con cada mirada la virtud con la que lucho contra la resignación, por ignorar si los abrazos que me dio el vacío son en realidad los únicos que verán mi juicio cuando aquel reloj de sol que te impide irte, marque la hora señalada, que será de noche, como tus ojos, como ella sabe. 

Ella sabe, como todos, que no puedo desangrarme, que los silencios me resuenan y que mi piel es de lamento hacia esa nube, pues soy de roca, de mar y misterio, de sal y piedad, de odio, miseria, y tal vez algo de libertad. Lo sabe pues alguna vez compartimos un reflejo, a cada costado de algún mar de lágrimas que fue llenándose de miedos, vaciándose de esperanzas y consumiendo las flamas que nos daban vida cada vez que despertábamos de aquel sueño eterno, para volver a soñarlo de día, tan vívido como siempre y tan efímero como tu espalda, ahora marcada sobre la arena de mi espectro horizontal. Pues no es por ella que despierto en sobresaltos cada madrugada en que me acechan las mordazas de tu vientre, es sólo que tus hombros cuadran más con estos huesos. 

Ella sabe cada paso y cada grito, cada vez que revolviste las heridas de las plantas de mis pies. Sabe todo pues la implacable luna llena le ha brindado la virtud de saber mirar los ojos de aquellos que no ven más que sus propias cenizas. Ella enciende cigarrillos y quema almas con cada palabra, con cada acorde que sus manos trazan en las cuerdas del continuo, con cada vuelta de página con la que vuelve a comenzar a sentirse parte de este círculo de destierros en el que finalmente seremos todos los que saldremos perdiendo. Y nadie mejor que ella sabe cómo eso duele, pues conoce a la perfección tus ignómines secretos. 

Ella condensa el inefable en un lamento de agonía, yo en un grito de guerra, y tú en una pesadilla. Ella te sabe perfecto, yo siniestro, y tú nos sabes perdidas, pues nos perdemos en infinitos recovecos para evitar las heridas. O tal vez sea que las buscamos, que jugamos a la muerte y al dolor para calmar el vacío de no sentir siquiera el odio, por aquel dueño del tiempo en el reloj de la desidia. 

Quizás sea que buscamos esa muerte de aferrarnos a tus manos, o a la vida... 
O tal vez simplemente es que leemos tus mensajes entre líneas... 

martes, 9 de noviembre de 2010

Morirás pronto

Quiero besar tu cuello, futuro occiso. Quiero saborear tu muerte por vez primera, y también por última. Quiero probar el ácido del que está hecha tu piel, aquel que te ha ido calando cada vez más por dentro, hasta pulverizarte el alma que alguna vez tuviste, aunque ya no lo recuerdes. Deseo verme reflejada en la mirada que me des con el último aliento, así por lo menos sabré que alguna vez te vi por dentro. Quiero que mueras mirándome a los ojos. Quiero darte muerte y que te enteres de que he sido yo quien te ha matado.

Ayer te escribí una carta. No era muy larga, debió llamarse "corta" en vez de carta. Ya no recuerdo qué decía, pues de todos modos no se entendía. Tal vez fue por mi caligrafía, deformada por el temblor de mis manos, por la ansiedad que me produce saber que morirás pronto. Tal vez es que mis ideas eran confusas... por la ansiedad que me produce... bueno, creo que eso ya lo he dicho, o será que me confundo... precisamente por la ansiedad que me produce... ok, creo que me he obsesionado.

Como sea, morirás pronto. Creo que te lo dije en la carta. Tal vez no, ya no lo recuerdo. Tampoco recuerdo la última vez que me viste a los ojos, ni si alguna vez tuviste ojos. Lo sé, es lo mismo que me sucede con tu alma. Será por eso que dicen que los ojos son ventanas al alma. Será por eso entonces que no recuerdo si tienes ojos, ni si tienes alma. De todos modos ya me enteraré cuando estés muriendo, y no tengas otra opción más que mirarme a los ojos. Sin embargo no estoy segura yo misma de tenerlos. Hace ya tiempo que no tengo alma... ¿Por qué habría de tener ojos? Tal vez podría, para poder mirar los tuyos, y ver tu alma, pero ya sabes... es que no la tienes, o no habrías dejado de mirarme a los ojos hace ya tanto tiempo. Tal vez haya sido porque no te agradaba contemplar el vacío, sé que nunca te agradó. Y sin embargo yo siempre te regalé esos cielos sin estrellas que tanto me gustaban. Lo siento, quise regalarte mi alma y te di el vacío. O tal vez sea que es mi alma la que está vacía.

Como sea, morirás pronto. Pero antes morderé tus labios como nunca antes, para así poder conservar al menos un recuerdo grato de cuando estabas vivo, alguno que no se asemeje al vacío de nuestras almas que vagan errantes por esas noches sin estrellas que tanto me gustan, pero que a ti te tienen sin cuidado, como todo lo que de mí proviene, lo que alguna vez te regalé envuelto en mis sueños. Si, eso era ese papel que rompiste en mil pedazos porque "daba suerte". Realmente la daba, pero abusaste de ella. Intentaste gobernar el arcoiris con un puño y lo lograste, al menos por un instante. Lograste que se durmiera, mas renació al día siguiente con más fuerza aún, y así fue durante toda esa semana en que no hiciste más que gritarle al cielo que hiciera silencio. Ya te he dicho... fue patético.

Como sea, morirás pronto, y sólo estoy escribiendo esto para sentir que el tiempo pasa más rápido, pues no imaginas las ganas que tengo de que mueras, de matarte en este instante. Lo haría, de tenerte cerca, más debo aguardar a que te dignes a llegar. Mis manos tiemblan como ayer, mientras te escribía esa carta. Por la ansiedad, sí, ya lo sabes, si a esta altura ya lo sabes todo. Lo único que no sabes es justamente aquello que debería interesarte... que mataste mi alma, y jamás pudo ser regenerada. Sé que no te interesa, pues no tienes alma como para que lograra interesarte la muerte de la mía. Pero fíjate que ahora, cuando atravieses la puerta, vas a mirar ese vacío que tú mismo provocaste. Si, vas a mirarme a los ojos, si es que aún tengo ojos. Luego quizás me digas, entre suspiros, que me quieres, como cada vez. Y más tarde, aún con mis manos temblorosas, a ti que ya no tienes alma, y que mataste, por ello, la mía, voy a matarte el cuerpo, que es lo único que te queda.

Así es, morirás pronto, y tal vez alguna lágrima corra por mis mejillas, y nuevamente me tiemblen las manos. Será por la ansiedad que me producirá el saber que te he matado, y que sea mi imagen la última que te has llevado. Mañana... entonces... tal vez mañana te escriba otra carta... 

lunes, 1 de noviembre de 2010

Esta es mi escena

No me gusta actuar, pero es todo lo que tengo. Será que le temo a lo desconocido y por eso mis escenas me ayudan a superar la ansiedad de no ser real. Tal vez me desquicien aún más con este vacío que no se puede llenar más que con más vacío, cuando no se tiene alma. 

Qué difícil es no ser real. Lo real atormenta, lo irreal desquicia. Las nubes se agolpan en mi espalda y le dan muerte a mi inocencia. ¿Cuándo fue que la perdí? Ya ni lo recuerdo. Tal vez no la haya perdido nunca, o no estaría aquí ahora llorando por los rincones del espectro que dejaste en mi memoria. Siempre fui de las advertencias, pero tal vez no era yo la que debía advertirlo. No vi al abismo venir por mí, mas no me arrepiento. Sin embargo ahora que te veo partir, caigo en mi escena fallida, esa en la que recitaba poemas con flores en la mano, y tal vez alguna lágrima invisible. 

Son las memorias de un sábado standard, las vidas pasadas que borré por vivir un rato más de una mañana funesta que ahora me atormenta en cada madrugada insomne. No es por ti, es por la muerte de mi escena que hoy me ves caer del balcón de mis propios lamentos. No, no es un muro, no el muro que construí para que no vieras cómo se derribaba, no el concreto calculado para construir una historia sin principio ni final, laberinto entrecruzado de los seres que esbozan un abrazo en la penumbra. 

Me siento en la línea entre la nada y la más nada. Voy buscando la aventura de los mares estaqueados al vacío de tus ojos en mi cráneo. Voy planeanto la salida de esta, mi maravilla, según la tabla eufemística que dice que iremos lejos. Dice también que crecimos desde el sol de primavera que nos encontró en la monotonía del otoño, pues las estaciones no son nada cuando no se es real. Si, la palabra se leía al revés, y realmente creí que era un abismo en ascenso. Debí imaginar que los abismos no suelen subir, y sí llevarse todo a su paso. Eras el de las manos turbias, pero yo opté por verlas claras claras mientras el sol las iluminaba, reflejándose así mi condena. 

Ya han pasado ocho vidas más o menos, y yo sigo acumulando idiosincrasia para ver si algún día te topas con mi memoria y decides regalarme unas palabras, o tal vez una escena que me toque el alma fría, roída por el espanto que tú mismo perpetraste. No, no es calma lo que oyes en este cementerio de susurros, es la muerte que se aprovecha del débil. Piénsalo, tiene casi las mismas letras que el fuerte, y tu nombre las mismas que la verdad, lo cual no deja de resultarme irónico. Pero sin embargo es hora de dejar de respirar por un segundo. Tomar aliento y redefinir lo nunca dado en esta noche de canciones inconclusas. Tu miseria va royéndome los hombros, mas mi idiotez me impide quitarlos de tu fuego profano. 

Esta noche habré de lamentarlo... tal vez otro día te cuente entre algún trago de cerveza, o tal vez veneno. Ya no sé para qué escribo si todo te lo has llevado, incluso mis palabras, en el grito de batalla que diste mientras dormías y el ruiseñor acechaba, planeando como hoy su venganza. Y no temas si te digo que sufrirás, pues eso lo hacemos todos los que a tu lado nos hemos posado como rocas invisibles de esta escena olvidada. No te pido que navegue por mi sangre ni mi espalda, por mis manos ni mis alas que ya mis veces cortaste, pues estoy ya resignada a que esta escena confusa será mi tercera muerte. Tampoco pido que me invadas, ese trabajo está hecho. Mas arráncame entonces las entrañas, que ya he comido de tus malditos restos. 

En esta escena, entonces, este demonio se despide, en su escena de demonio que ha nacido endemoniado. No vuelvas a buscarme con tus escenas sacadas de un cuento de escenas primaverales, como la de aquel jardín en que planté un sentimiento, que nadie nunca osó regar. No me actúes a la distancia escenas de cercanía, ni actúes que este reloj no ha marcado la hora, pues ya debiste partir hace un siglo, debiste dejarme con mis cadenas rotas, que de tan pesadas ya hace tiempo han roto los huesos de mi espalda. 

Esta es mi escena, mi cadena rota, que cargué como te actué, con el esfuerzo de mi alma inexistente que se cae en mil pedazos ante la voz que la designa. Te actué unos ojos de hierro, y dejaste que creyera que los tuyos se asemejaban al cielo. Me pregunto, pues, ahora, quién te ha conferido el poder de actuar mi escena endemoniada, pues al final ya no me queda ni eso... luego de tanta actuación, terminaste siendo tú el demonio de mi escena. Ahora sí que te lo has llevado todo...

viernes, 22 de octubre de 2010

Del tiempo, del espacio, del vacío

Tal vez estas palabras sean, digamos, sólo un sueño.... soy una persona que sueña mucho. Sueño despierta. Dormida casi nunca, no, hace mucho que no sueño, o al menos que no me acuerdo de mis sueños. En cambio, los que sueño despierta, esos los retengo, esos son los que me importan. Y ni hablar, si, estudio Psicología, deberían interesarme más los otros, pero ni modo, que de mi inconsciente se ocupe otro. Yo por lo pronto me ocupo de soñar, de soñar despierta, y ¿saben qué? Me encanta. Me gusta pensar y delirar, soñar con que tengo un futuro, y ¿por qué no? Un presente también... Soñar con que en algún momento todo saldrá bien, y dejaré entonces de existir. Soñar con que algún día dejaré de soñar para vivir la realidad, que será un sueño. 

Por ahora, sólo me quedan las ensoñaciones. Voluntad no tengo, ni fe, ni nada. No tengo espacio, ni tiempo. El tiempo de mis sueños no es tiempo, no existe el tiempo ahí. No se trata de años, no, se trata de vacío... del vacío que tengo cuando estoy despierta. Estoy vacía de mi misma y de tantas otras cosas... pero por sobre todas las cosas estoy vacía de la posibilidad de llenar el vacío, pues este me pertenece tanto como a veces me invade, y lo amo tanto como lo desprecio.

Así es.. tengo un vacío inherente. Una mano que señala el camino, y un yo que nunca obedece. No nací para obedecer a nadie, ni siquiera a mí misma, y sin embargo no rompo una sola regla, más que la de tener siempre reglas. No puedo con mi espíritu. Constantemente me transmite vibraciones de pérdida y desencuentro. No puedo mirar a los ojos, hace años que no puedo, y si miro no estoy mirando, en realidad. No hago más que pensar en otra cosa, no hago más que soñar. No le conozco los ojos a nadie, y no quiero conocerlos, pues no quiero ver las almas confundidas, necesitadas, y volver a pensar que puedo hacer algo para salvarlas. No deseo ver la cara de esas ánimas inválidas que un día vinieron a reclamarme. No, no puedo controlar la desdicha que me produce no poder ayudar a nadie, ni siquiera a mi misma. No poder pensar en nada. Se me está haciendo un mar, pero de rocas. Inconcebiblemente grande, y taciturno, áspero, crudo, inanimado. Se me hace... que acabo de describirme. ¿Será que mi alma es de roca? No lo sé. Analista de almas aún no soy. Y de todos modos no quiero pensar que tengo el alma de roca... o que ya no tengo alma.

No deseo pensar en nada, pues estoy harta de hacerlo. Estoy harta de que me digan que hacer, y de asentir con la cabeza mientras miro al más allá del más allá. Estoy harta de convivir en un tiempo que no me satisface la fibra más mínima de la piel. ¿Y saben de qué más estoy harta? Estoy harta de comerme las uñas esperando un milagro que nunca vendrá, pues de todos modos no creo en los milagros...