martes, 25 de octubre de 2011

Hoy quisiera

Que al menos hubieses dicho adiós. 
Poder escribirte que ya te he olvidado...
Poder no escribirte. 

sábado, 22 de octubre de 2011

Nueve vidas (sucio, piedra, culo)

Hay quien me pide, por quién sabe cuántas deidades, tranquilidad. ¿Acaso no es lo que yo también deseo? Tremendamente sencillo es disertar acerca de cuestiones ajenas, sobre todo cuando se es ajeno incluso al propio espíritu. Ciertamente entienden menos aún que mi absoluta carencia de entendimiento. Y está bien, asumo que jamás serví para entender, pero nadie, sin embargo, lo hace mejor que yo, por lo cual usualmente me veo obligada a explicar cuestiones de las que no soy parte, mucho menos arte... ¿Qué podría explic-arte? Acaso ya quisiera mat-arte. Que sangres hasta ahog-arte en ti mismo, que... ¿En que estaba? Sí, mi discernimiento es escaso. Evidentemente también tengo algo de déficit de atención. Mis ojos son lentos, como lo es mi mente. ¡Dichosos esos neurotransmisores de vida sedentaria! Diría que los envidio, mas me encuentro atada a mi silla, a mi cama, a todos esos lugares que me pudren el cuerpo, que me vacían el pecho. 

Sea como fuere, me he vuelto el abismo de mi propio abismo. Mi propia muerte me teme, sí, y me es propia, en tanto he muerto ya varias veces por el mismo puto insomnio. Me he cansado de maldecir al segundero y hacer pausas, tan sólo para suspirar una vez más por ese aire que me falta. No es tan puro, sino más bien viciado de lagunas de excrementos. Y resuenan en mí esas voces lejanas, esas que quisieron serlo, esas que se alejaron violentas, abandonándome a la voracidad de mi propio hilo de pensamiento... ese que no pasa por la aguja (con la que me inyecto mi propia vacilación y torturas varias, sin nombre, que sólo tienen lugar en esa sangre que se me ha licuado ya de esperar). La carne se me pudre dentro del cuerpo. Me muero desde dentro y me trastorno. Me trastorna mi propia demencia una vez más, consumiéndome hasta la última célula de mi cercenado cuerpo. Y aquí estoy una vez más. Lo he hecho de nuevo. Acuso varias muertes internas, y no será la última. La tuya, sin embargo, será única. 

Detesto, este día, mis ojos. Esas mierdas deberían de serme extirpadas, así podría evitar la visión de mi rostro ojeroso, pálido, roído por la tempestad en mi semblante, taciturno como pocas veces he visto noches en ciudades alejadas, en algún viaje hacia el respiro. Esas ciudades en las que sólo se ve el terror, y la luz mala. Así le llaman, tal como a mis ojos, que solían tener brillo, luz, y ahora, pues, más se asemejan a esos pasares por campos desérticos, restos de cadáveres de algún animal que buscaba su destino, rutas que desembocan en heridas, flagelos de este jamás-nunca destino, que lo he nombrado dos veces, tal vez para invalidarlo. Historias que ya nadie cuenta en un presente, pues supieron no llegar, como tus pies. Sea como fuese, detesto mis ojos. Quizás debería extirparme los lagrimales. Ciertamente no les veo utilidad. A ti tampoco, más que la de matarme eternamente. 

Mi sombra está tan comprimida... Si vieras, mierda, cómo es la vida en este cosmos. A veces quisiera no despertar. ¿Mi sombra? Sí, ya la nombre. Esa dibuja formas, como de nubes, pero sin cielos. Son nubes que me observan estupefactas, luego de lo cual se ríen en mi cara. ¿Nunca te ha pasado que una nube se te ría en la cara? Pues a mí sí, y me da igual que a nadie más, pues es la misma nube que me llueve en la cabeza, ahogándome hasta la última de las ideas. Nube de lluvia salada, como los mares de mierda en los que nado, mares de mis propias lágrimas... de mierda. Nado, nada, eso es lo que tengo: la nada. Y nado contra la corriente-mierda, nado-mierda, trago mierda en cantidades... Sí, ¡Cuánta mierda hay por estos lares! ¡Cuánta he tragado ya! ¡Y cuán útil sería si luego cagara comida! Como invertir sistemas, así el aire viciado vuélvaseme saludable, y quizás vengas y sea yo quien se aleje. Quizás seas mi sombra, que ya no esté tan comprimida. Creo que he adelgazado.

No lo sé, tal vez me engañé pensando que podía ver la vida de otro modo. ¡Pero si hasta lo fresco huele a rancio! O será la brisa que me trae el aroma de tu alma, esa tan sucia, tanto más que el culo que te limpiaste con mis sentimientos (casi puros). Rancia, podrida, como esta herida que no cierra. Infectada, agusanada, como esta herida, sí ¿ya lo dije? Me estoy volviendo repetitiva, como esta herida... (repite ad-nauseam). Como las demás heridas (me estoy impacientando). Que me agrada el sabor a sangre seca, cuando se vuelve de un color amarronado, pero más me agradaría poder posar mi puño en tu garganta. Ahí al centro, a la mismísima nuez... Sí, creo que me sentiría realizada. 

Como sea ya dan más de las doce. Sí, cualquier hora después de las doce puede ser considerada "más de las doce" aunque ya casi den las seis. Esos pájaros de mierda me recuerdan a esas noches, tanto que quisiera apedrearlos. Yo mientras tanto, aquí, me recluyo, en mi propio deseo de apedrear a esos putos pájaros que, sí, le cantan al viento (ese que ya dije que traía el aroma de tu alma rancia... culo, etc). Eso me entretiene: el irrefrenable deseo de apedrear. Créeme que en mi mente ya has perdido unas nueve vidas. Cada una de forma más horrenda que la anterior (mayormente a piedrazos, he de admitirlo). Y sin embargo aquí sentada, sigo aguardando a que llegue el instante, mas ya sin hablar, sin proferir aquellos gritos de dolor, como supe aullar durante esas noches en las que dolía menos. Es tanto el dolor que ya no duele. Es tanto el vacío que quizás me llene, y no quede espacio así para suspirar por tu nombre tatuado en mis pies cuando me dirigía a tu morada. 

Veo que hoy no podré dormir. Ya se ha hecho costumbre. Como sea dile a tu alma, si la encuentras en algún callejón mugriento, que la he buscado por mil lugares, cada uno más recóndito que el anterior, cada cual más alejado. Y así hubiese seguido, si no hubiera muerto en vida, si no estuviera ya percibiendo lo podrido de mi carne. Duele, huele... ¿Qué más da? Sigues siendo el mismo: mierda. ¿Acaso miraste atrás cuando me diste la espalda? Pronto sangrará, y no será hacia adentro. Si nueve ¿Por qué no diez? Sangrarás y no será hacia adentro. Eso invertiría el ciclo, y sabes que no eres mi sombra, sino yo la tuya. Sangrarás y no será hacia adentro (sucia, ruin, piedra, culo). Las nueve serán. Nueve-vidas-una-más (es un concepto). Será la única.


Culo.  

miércoles, 19 de octubre de 2011

Razones para morir hoy


- La aventura de no tener más cigarrillos, cuando la vida te incita a fumar. 
- Esta piel reseca en mis pómulos. La sal, ustedes saben. 
- El caos en mi habitación, desorden mental mediante. 
- La falta de alcohol en sangre. 
- Unos cuantos suspiros que no quieren salir, pero que se hacen sentir. 
- Ese puto hueco. 
- Se tapó el baño. Ya la mochila venía andando mal. Una cagada
- Siempre igual, nunca cambia. Yo tampoco.  
- Esa piedra en el zapato. 
- La bendita agonía del seguir intentando. 
- Que llueve. Y si no llueve, llovió. Lo mismo está jodido. 
- La miseria alrededor. 
- Ese nudo en mi garganta, que ya es nudo corredizo. 
- Que todo me recuerda a ESO. 
- Que en torno de ESO hay ALGO. 
- (Que no se decide a salir, tal como esos putos suspiros).
- El sol que tampoco se decide a salir. 
- (y que si sale, es tapado por la ceniza). 
- La persiana que ya no abre.  
- Y que no me deja ver el sol. 
- (que no sale)
- El cenicero está lleno, y el vaso vacío. 
- Quiero dormir y no puedo. 
- Esa bendita costumbre de dejar todo para después, incluso cuando ya es después
- Desidia en general. 
- Esperar, desesperar. Seguir esperando y seguir desesperando. 
- Las canciones que ya nunca me dedicarás. 
- He vuelto a llorar sobre la almohada. 

Muere ahora

Muere ahora, en el medio de la nada. De tu pecho, dolor miseria. Duele hasta la médula. Muere hasta que escampe el aguacero de este último destello de sonrisa pasajera, que duele como el infierno. Muere ahora y no te arrepientas de nada. Muere, duele, descansa tu cancerbero. 

Muere como el cristal de mi alma quebradiza en este verano de sublime disparidad, de los llantos y las pesadillas. Muere como vives, vive como quieres, mas no te lleves la mitad de mis cuentos de suicida. Vive como imaginas, muere de tantas heridas. Como yo. 

Sé mi confidente mano que perpetra los golpes en mi espalda ensangrentada. Me ahoga mi propia sangre. Muere tú también. A veces quisiera olvidar tu muerte, morir de olvidos, morir en vida y olvidarlo. Olvidar mi nombre y que alguna vez viví. Dime mi nombre, que sólo tiene sentido cuando mueres. Dilo en un agónico susurro que te dé la muerte, que me dé la vida. 

Cómo me retrotraes a anteriores muertes. Y deseo que mueras antes de conocerte, antes de haberte conocido, antes de haber yo nacido, antes de llorar porque has muerto, y morir yo en vida. Por favor muere ahora, y nunca hayas existido. 

Desángrese tu pecho en el que solía recostarme por la madrugada. Muera el sol también por despertarnos del eterno letargo. Y muérase, por si acaso, el concepto de letargo. Todo lo dicho será dicho una vez más. Mueran mis palabras por perfidia en retroactivo, y muera el tiempo cuando digas "nunca es tarde". Deseo que cambies el rumbo de las malditas agujas, que aparezcas y odiarte, sólo por no haberte ido para siempre. Mueran también tus ojos, si ya no han de mirarme. 

Muerte a las hojas de esta vida que escribí con mis lágrimas de otoño. No eran las hojas de los árboles, muertos por cierto, como tú lo estás por dentro. Los árboles murieron antes de ver pasar el invierno, que ahora es primavera pero infierno. Muerte a ti, pues te alimentas de mi falta de vida, de mis fuerzas, corroyéndome hasta el último vestigio de respiro matinal, apropiándote hasta de los verbos más nimios, hasta del mismo morir. Amar, temer, partir... los odio a todos por igual. Muerte al temor por tu partida. Muerte al amor que alguna vez te di. Muera ya tu inservible alma, que sólo sirve para el horror. 

Muérase tu voluntad, aquí en la tierra como en el cielo. Mueran los salmos que habrás de recitar, que no soy mujer de fe para pedirle a las deidades siquiera por tu muerte. Pero sin embargo muere. 

Muéranse ya tus palabras, las que alguna vez dijiste sin pensar. Que aquí en el pecho queman dentro, repitiéndose hasta el hartazgo, mientras trato de descifrar cuál fue el mensaje de muerte, escondido en aquel instante en que fui tu vida. Si no lo soy, entonces muere, y muera también tu rostro manchado de mentiras. Muéranse ya tus recuerdos. Muérase todo aquello que me mantiene viva. 


viernes, 7 de octubre de 2011

Que llueve dentro

Tengo los labios secos. El sabor amargo del alma rota, del estómago vacío. De tragar lágrimas por litros, del tabaco en cantidades industriales. Voy por la mitad de un duelo que jamás comenzó. Y duele.

Estoy cansada de no ser quien soy por alguien que no supo ser quien dijo ser. Estoy cansada de todo. Digamos que hasta me canso de mí misma, pero no puedo dormir. Es diferente el cansancio del sueño, sobre todo cuando a uno le han arrebatado los sueños. Igualmente jamás sueño. Sin embargo ahora hace días que no duermo. Quiero despertar. 

Tengo los pies heridos de estar parada frente a tu puerta, esperando a que abras la ventana, esa que no da al olvido. Cada suspiro se lleva más aire del que respiro. Inhalo el humo de la desesperación, trago la hiel de la incertidumbre y me mareo pensándote, inventándote presencias que jamás se harán carne. Mi carne está podrida. Tengo los ojos hinchados de llorar para no ver la realidad. 

Tengo en las tripas un nudo igual que el de mi garganta, y las manos temblorosas. Hablar ya no me apetece, pues la lengua se me pega al paladar, obligándome a callar todo aquello que quisiera gritar. Las únicas que gritan son esas voces, las únicas también que me acompañan. Gritan que te has ido lejos, que ya no te busque por aquellos senderos que solíamos andar, que ya no te nombre, que ya pasará. Y yo sólo deseo verte, al menos una vez más. 

Ya no oigo nada. Mis oídos sólo alcanzan a escuchar las gotas de desesperanza. Hoy llueve, pero más aquí que afuera. Llueve sobre mi cabeza, que me duele, sobre mis párpados que no cierran. Me llueve el alma y ansío ver el sol de nuevo. ¿Cesará la tormenta alguna vez? No deseo que en mi lápida se lea "aquella que se rindió ante la tempestad". No deseo ser presa de mi propio vacío. 

Sigo fumando este cigarro con sabor a sangre. La lluvia me empaña los vidrios del pecho, y yo aquí esperando a que alguna vez escampe. 

jueves, 6 de octubre de 2011

Desierto aquí





De nuevo ante tu silencio
desnudas ya mis pupilas en tu espectro. 
Desvelada en tus mentiras
humillada, ya no en gritos, en poesía. 

¡Cuánta desesperación al ver marchitarse el sol!
¡Si tan sólo esta herida hoy hablara!
Cuánta ira, negación. ¿Qué tanta resignación?
Huelo el miedo y me acompaña en las miradas. 

Te grito entre mis diezmadas
manos frágiles, suicidas, calcinadas
que eres casi tan enfermo
como muertes van y vienen en mi pecho. 

Qué nostalgia de aquel día en que me diste tu vida
qué desierto que hace hoy por estos ríos
de lágrimas no saladas, sino amargas, por lo impías
tus palabras nunca dichas, y de llanto me vacío. 

Ya la tragedia en este ser, monotonía
ya la inconstancia en este otro supo ser
casi tan constante como tu hipocresía. 
Dime qué nace este día en el instante
en que matas mi alma una vez más
pues sólo quisiera que todo sea como antes.

martes, 4 de octubre de 2011

De la pregunta sin respuesta

¿Por qué de nuevo, una vez más, al centro del elemento? ¿Por qué navego por heridas? Será quizás por hallar esa montaña jamás escalada, será que muero en el encuentro con mis desencuentros. Una vez anduve el sendero, y me detuve en un suspiro. 

Es el juego de mirar hacia el costado para no ver las llamas de la monotonía. ¿Acaso no sangras en tus pesadillas? Esas en las que no hay fuerza para golpear los muros que, sin embargo, se traspasan solos, con solo mirarlos, no como tus ojos que son muros insondables, como piedras de muerte y demás nimiedades. Si miras fijo a tus pupilas, tal vez encuentres alguna de las puertas del infierno. Y ya quisieran mis pupilas ser de hielo, para apagar tu mirada en la penumbra, para disuadirte de estar tan presente, ahora que te has ido. 

Son tus párpados que borran los augurios del pasado en retroactivo. Van borrando historias a su paso, cual si borraran las huellas en el suelo desgastado de ese campo en que plantamos nuestros sueños. Los míos tal vez, tú sólo sueñas imperios de ignominia, y alguna canción funesta que cantarme cuando esté dormida, recostada en ese pecho que ya no late ni respira. Helado como tus ojos, negro como tu alma, y vil como el moho que crece alrededor del reloj, mientras espero en vano, sin tan sólo parpadear, a que pasen los minutos de tu ausencia. 

No callo para hablar, no grito para ahogar el llanto. No susurro entre miseria por piedad, ni por temor a las verdades que no se dirán jamás. Sólo escribo en este viento que se lleva mis palabras, para mover mi mano y enseñarme a decir adiós, pues sin él mis gritos sordos no saldrían de mi carne. Mas no llegan a destino, pues ya no existe ese destino que nos jactábamos de haber construido. 

Ten cuidado si pisas las ruinas de mi cráneo carcomido. Verás, que no lo sé, mas me lamento en silencio y algunas letras, y va quemándose mi espectro. Siempre fui algo más siniestra oyendo ángeles cantar, que en las mañanas donde doblaban las campanas por mi alma. Mas el incierto me aturde, me envenena de tu olvido y caigo al piso, dos, tres, cuatro giros, hasta llegar a tu puerta. 

Cambio todo lo infinito porque me des la respuesta. ¿Por qué caer en el fuego? ¿Por qué quemarme por dentro? ¿Por qué volver a nacer entre el desprecio? 

Ya no deseo seguir bebiendo este veneno. Dame una respuesta, aunque me hiele los mares, y ya no tendrá que haber un luego. 

lunes, 3 de octubre de 2011

Andas como andas

"Andas trágica" a veces me dice mi propia voz de muerte infierno que divaga. Así es, que ando veloz por la tragedia como daga, vaga, saga, caga. Suena como rayo. ¿Suena tremendo? Surcos. En el pavimento de mi infame ser perplejo, de mi espalda con sus imbéciles alas. Suena incierto que vuelo, pues no cargo más que cruces y algún féretro que pueda utilizar en algún viaje hacia el lamento. 

Ando como ando; por como andas de andar ando. Caminando, pues no llego al suelo. Los pies al cielo, la cabeza al cieno, y a la mierda el cancerbero. Ocho estacas me clavaste en este pecho que maltrecho. Techo. Hecho. ¿Pertrecho? Sí, así mi cuello y tus ojos de siniestro. Diestro, en el arte de fingir un firmamento sin nubes y sin desiertos, pero que siempre huele a estiércol. 

Sudan mis manos que estriban en la miseria, histeria. Sudan mis huesos en la mierda en que me hundo cada vez que nado contra la corriente de esos mares tan profundos que me das entre mentiras y entre mundos que te inventas en minutos, en segundos, y que me cuestan una vida. Una herida. Una salida. Una mirada altiva y ocho ángeles que no suspiran, pues no saben suspirar, ni mucho menos amar; dar, ni darse a la verdad. 

"Andas taciturna" dicen y les respondo con silencios. Te sentencio. Invento mil palabras que pueda escribir con tu llanto. Y al silencio también canto y me le entrego. Luego. Ahora debo merecerte, libertad. No piedad, esa ya no la asimilo, como tú jamás asimilaste la verdad en esos ojos de vacía oscuridad que te corroe desde adentro. Encuentros que más bien son desencuentros. Fueras que ya quisieran ser dentros. Invasión, calamidades, dame un sueño que no acabe a la mitad. 

"Andas distante". Tal vez ahora, tal vez antes. Tal vez nunca lo sabrás. La última vez que lo vi cargaba mis alas. ¡Y yo que me había cansado de intentar volar! Se había ido, dejándome a mis cruces atada. Y lloré a mares, por no poder gritar, gritarle al viento que esas alas eran de mi propiedad. 

La última vez que lo vi, se marchaba. Ya de lejos proferí alguna que otra palabra. Creo que se oyó entre ellas "devuélveme mi alma". 


"Andas sin alma". 

.... Lo sé. 

miércoles, 6 de abril de 2011

Carmín

Ella pasa a veces por la puerta de mi casa. Hoy está distinta. No sé qué planea hacerme pensar, pero está rara. Se menea cuando camina, y pasa mostrando las tetas con total impunidad la muy zorra. No le importa nada. No sabe que sé perfectamente que me ama, y que lo hace para mostrarse. Quiere darme celos, yo lo sé... ¡Esa zorra! Se cree que me importa todo lo que hace para llamar mi atención. ¡Cree que me importa! Igual yo la miro. No me deja terminar el desayuno en paz. Yo la miro...

Ahí está de nuevo. Irá a encontrarse con ese despreciable, ese imbécil. Siempre, siempre mostrando las tetas... Bueno, a veces también muestra las piernas, lo hace de una manera despreciable. Sobre todo cuando camina junto a ese despreciable. Yo igual la miro. ¡Si hasta la leo a la muy despreciable! Sé que lo hace para mí. Sé que cada mañana se viste para mí, que cada mirada que le da a los crisantemos del jardín de mi casa es por mí, porque sabe que soy quien los cuida, porque sabe que los cuido porque ella los verá al día siguiente, y pensará en mí, pues desearía mirarme a mí y no a mis flores. Lo hace porque me ama, y yo lo hago para no desairarla. Cuido las flores como desearía ella que la cuidase. 

Me mira. No puede dejar de mirarme. Me ha guiñado el ojo mientras estaba sentada con aquel desgraciado. Creo que se ha dado cuenta de que él no la trata como lo haría yo. Sin embargo no entiendo por qué es que no lo deja. Por qué es que no admite su amor por mí y se deja de rodeos, no lo sé. No la entiendo a veces. Quizás está demasiado cegada, cegada de amor... amor por mí. Pero la verdad es que no la comprendo, sabe que yo la haría feliz y sin embargo ni siquiera tiene las agallas para venir y plantearme lo que siente por mí. No lo sé, no la comprendo. Algún día me demostrará su amor. 

Hoy iré a buscarla a la casa. Le pediré que me diga lo que siente... No puedo aguantarme más con esta cuestión de saber que ella quiere algo conmigo y que no me lo diga... Sabe que yo sé que me sigue a todas partes, que me mira cuando yo no estoy viendo hacia ella. Que piensa en mi cuando no estoy, cuando está con ese imbécil... Yo lo sé. Ella sabe que lo sé. Sólo le resta actuar. 

No puedo más. Me ha tratado de loco. Ahí está de nuevo. No puedo soportarlo más. Está sola. Es... es... ¡¡no puedo controlarme!! No... ¡Debiste decírmelo! ¡Debiste actuar cuando era tiempo! Debiste admitirlo... ¿Ves que sos idiota? ¿Ves como me hacés enojar? ¡Mirá lo que hago! ¡Mirá lo que hacés que haga? ¿Ves cómo me pongo? ¿Ves que.... ? ¿Ves que..... ?

Es tarde... ya es tarde... Qué hermosa está ahora. Pero.. tan... tan que no habla. Tan que ya no hablará... Tan... no lo sé... tan roja... pero de un rojo hermoso... Yo sé que es por mí, sé que ese tono exacto es por mí. Sabe que es mi favorito... Sabe que... lo sabe todo, y sabe que yo lo sé.... 

Y ahora... ¿Me amás? ¿Verdad que me amás? ¡Hablame! ¿¿¿VERDAD QUE ME AMÁS???

Lo sé.. este silencio... también es por mí... 

viernes, 18 de marzo de 2011

Del cigarro y la pija

Soy una persona que cambia constantemente de marca de cigarrillos. Quizás sea una pulsión oral modificante. Eso no existe, pero aún así... Será que me gusta chupar cosas distintas. 

Esta es la parte donde las viejas se horrorizan. Me pregunto por qué no se chuparán una pija y me dejarán en paz. Me pregunto si cuando yo sea vieja me horrorizará la palabra "pija"... o la pija en sí. Me pregunto cómo se le llamará a la pija cuando yo cumpla noventa. Me pregunto si llegaré a los noventa. 

Tanto hablar de la pija me han dado ganas de fumar. Quizás cojo por los pulmones, quizás tengo sexo cancerígeno. Me gusta fumar. Me preguntan por qué no lo dejo, y yo respondo que es por eso, porque me gusta. Tal vez algún día deje de gustarme. ¿Dejará de gustarme también la pija? Creo que debería fumar menos y chupar más pija. 

Ahí está otra vez la vieja horrorizada. Señora, cuidado, que a usted también le gusta la pija. Mire su bastón. Bien, ahora busque a alguien a quien sí se le pare y por favor déjeme vivir. 

¿Dónde estaba? Ah, si, viejas. Las viejas siempre me miraron raro. De chica por como hablaba, luego por los cachos de metal en la jeta, más tarde por los tatuajes, y ahora... ahora creo que se detienen a preguntarse de qué sexo soy. Si, digo sexo, no género. No me rompan las pelotas, que esta vez sí estoy hablando de biología. Hagan como la señora, que gentilmente se está chupando una pija. 

Y sí, hay que mandar a la gente a chupar pija, así se callan. Jodido hablar chupando pija, no se te entiende nada. Yo hablo igual, me hago el tiempo. Me gusta hablar más que fumar, y más me gusta cantar. También me gusta la cerveza, bien fría. Las pijas no me gustan frías. Claro, porque serían de cadáver, y la necrofilia no me atrae demasiado. 

Hablando de cadáveres, una vez me comentaron que en las funerarias, cuando los fiambres huelen muy mal, les echan café. El café me gusta, bien fuerte y amargo. Los hombres no me gustan amargos, sino tal vez risueños... y algo pelotudos. Luego de un café me fumo un cigarrillo. La cerveza y el sexo comparten este ritual, al igual que las charlas con amigos, o con mi vieja, aunque en estos casos el cigarro es simultáneo. Será que asocio mi cigarro con todo aquello que me gusta. Me gusta fumar. 

Nunca saldría con un ex-fumador, son fundamentalistas. Detesto eso, me resulta la más absoluta de las hipocresías retroactivas. De hecho creo que no existen más casos de hipocresía retroactiva, quizás sea por eso que ésta es absoluta. 

Otra cosa que me gusta es la comida, sobre todo si es pizza, y sobre todo la de Guerrín. Guerrín está lleno de viejos, pero la señora con el bastón no puede comer parada porque le duelen las articulaciones. Qué pena, porque así es más barato. Yo como acá y usted mientras vaya, fúmese un cigarro, que total el cáncer ya lo tiene, y si le queda de paso, chúpese una pija, que todavía no hay metástasis de transmisión sexual. 

Ya me cansé de escribir. ¿Y ahora qué? Sencillo: me tomo una cerveza, me fumo un cigarro... y me chupo una pija. 

domingo, 13 de marzo de 2011

Luna (piedad del hemisferio)


Luna de mi hemisferio, me deshaces en recuerdos 
de intangibles derrotas, 
cuales sean tus nombres de ocho caras. 
Temo a tu rostro sin verdades y a tu sed 
que me corroe la mitad de los destellos. 

Luna opaca, me perviertes en tu falta de bondades, 
en estrépitos, caricias y quietudes. 
En tu ser de luna inmunda que no encuentra más que sitios 
tan hostiles a mi espectro. 

Luna inerte, tan impía, taciturna 
que innombrable. 
Mi enfermedad es tu deseo, mi deseo tu sospecha, 
y la vida un despojo de lo que hoy llamas miseria. 
No sabes de misericordia, luna idiota, luna furia. 
No entiendes nuestras nimiedades.

Ambiguo astro de hiel 
sobre mis pasos inertes 
que osaron atraparte en pesadillas, 
no me borres de la faz de tus miradas inconclusas. 
Déjame que te entregue unas palabras subrepticias 
entre sueños donde soy capaz 
de mirar fijo a tu velo, 
de dar fuego a este, tu entierro, 
de dar vela a tus siniestros. 

No dejes que caiga nuevamente en mis océanos de odio, 
conocidos por aquel cristal que fui algún día, 
alguna noche en que cerré los ojos para que mis párpados 
borraran tu luz de espejo. 
Ten piedad por sobre rocas esta noche 
en que ya no lluevo a mares.

Luna de fuego, de inercia, 
borra el castigo de siglos, 
pues cargo sobre mis hombros el más virtual 
de los juicios. 

Mi juez, mi propia morada; mi sentencia, la cordura. 
No dejes que transite sola 
las cicatrices nuevamente cercenadas 
por promesas nunca hechas, 
nunca es tarde, o nunca en vano. 

Tantas veces me encontraste por aquellos vacíos 
que ya no recuerdo la última vez que me he perdido. 
Mas sí guardo gratitud de algún momento 
en que lograste apiadarte de mi vulgar hemisferio. 

Luna sin noches te pido una mirada 
a mi desierto. 

Luna de aquí, de ahora, ten piedad de mi ser... 
siendo.

martes, 1 de marzo de 2011

Pacto de la mujer-nube

La mujer nube es feliz. Ella es feliz con su voz-desengaño. No oye rosas ni destinos y navega por su propio crucifijo. Ella es feliz con su aguacero. Es feliz porque es nube, porque es mujer de lejos y mujer-olvido. 

Hizo un pacto con el sol para así poder brillar en aquel sitio donde rozan las campanas de la eternidad. Lo llamaban firmamento. Claro que sin estrellas, pues la mujer nube les temía, tanto como al sol, mas con él haría pactos, y con ellas moriría en un adiós de quince inviernos. Pasa en la brisa. Se despliega para ver su llanto. 

Ella es sincera como una tormenta, pasajera como esa herida que no sintió en la piel, pues las nubes no tienen piel. Aún así duele. Mujeres nube que son vulnerables, que rozan satélites confinados a perecer en memorias invisibles, pues el viento las lleva, el sol las tiñe de luz y les contagia humanidad, mientras la noche asesina las cubre de falsas idiosincrasias. Mujeres nube que no sienten que las sienten. Mujeres-piedad.

Sol de hierro y de cristal que no será destrozado como el alma-nube de mujer-misterio. Pacto con la luz, pues la sangre es de hielo. Cubos de hielo en su propio cementerio. Lápida de auroras, o tal vez eran incendios. 

El sol no sale, mujer-nube, para verte amanecer por mil veces, por mil muertes. Amaneces tu muerte en cada cielo que recorro con mis alas-desconcierto y te veo, luz-espada, cuchillo en el centro del fuego, para morir por muertes, para matar por algo de fe, por algo de la paz con la que mueres nuevamente. Era incendio, era fuego. 

La mujer-nube no es aquella que nos mira, es aquella que nos siente en las caídas, en el desprecio con que truncan nuestros sueños desbordados de ignominia. Ella pacta con la luz de las historias para que abramos los ojos y volvamos a la vida. 

Mujer-nube, haz que se borre el espectro de aquello por lo cual por las noches me estremezco. Hazme saber que existe el pacto con que borraste los pasos hacia aquel rincón incierto, pues mis manos se manchan de vacío-impunidad al recorrer las quimeras que me sangran en el cuello y en el pecho destrozado por mis trovas-cementerio. 

Mujer-nube, pacta de nuevo. Dame paz en este entierro. Seca las lágrimas de mis ojos-cielo.

viernes, 11 de febrero de 2011

De tus partículas

Amo la vida porque amo las pequeñas cosas. Amo los atardeceres, esos son gigantes. Sin embargo son pequeños al ser comparados con la inmensidad del infinito, o con tu sonrisa, que es eterna mas efímera, y lo efímero es bello. Amo tu sonrisa pues es pequeña en su inmensidad. Eternamente efímera. 

Ayer escribí en una hoja que cayó de un roble seco, un nombre impronunciable. La guardé, pues era una hoja pequeña, y la amé en ese pequeño instante. No puedo amarme cuando me engrandezco, pues falto a la virtud del detalle. Me vuelvo todo, y odio al todo. Odio lo único. Tal vez sea por eso que te odio, pues te me has vuelto tan único que ya ni siquiera puedo tocarte. Eres tan todo que te vuelves nada, y yo que no soy nadie, no puedo mirarte sin sentirte todificar nuevamente. 

Sin embargo amo tus pequeñeces, tus detalles, incluso aquellos que aborrezco. Amo aborrecer tus detalles aborrecibles, pues me hacen amar todos aquellos que amo. Amo tus dedos que se entrecruzan, sin darse cuenta, con el viento, que flamean al ritmo del latido de la vida, de la no resignación de mil poesías que jamás serán escritas. 

Tu alma es grande, y sin embargo tan pequeña que cabría en una partícula de lo que la amo. Lástima que no te materializaras para poder así incendiarte con un suspiro y asfixiarme con el humo de tu ser pequeño. Amo el humo que me trae el viento, que barre las costas de tu incertidumbre, de la mía, de la memoria de los cáusticos. Amo el aroma de una caricia descuidada en la oscuridad de la mitad de una canción, de una calle que no conduce a ningún lado, mas cruza por nuestra sangre contaminada de lamentos... lamentos pequeños que amo tanto como amo la vida. 

Entre tanto, te cruzaste con mi vida, con esa pequeña vida que amo, al cruzar por esa calle equivocada, pequeñamente equivocada... aquella que no conduce a ningún lado y sin embargo se llama "destino". Desconozco la numeración, mas deben de ser números pequeños. No puedo calcular números mayores, pues mi cerebro es pequeño, como mi alma. Sin embargo conté tus cortos pasos. Eran pequeños, y los amé por ello. Y ahora un pequeño espacio nos separa, mas se lee en él una gran palabra: "distancia". Tal vez podría ser más pequeño, y ser entonces amado por mi pequeño ser. Pero no, se le ha antojado ocupar el espacio que aquel pequeño espacio le ha cedido. Amo nuestro espacio, mas odio la distancia. Odio sentirte lejos en esta pequeña noche en que las estrellas se ven pequeñas, pues están lejos. Amo esta noche porque amo sus estrellas, mas odio que estén lejos, aunque su lejanía me hace amarlas. 

Y a ti que estás lejos te veo también pequeño. Te amo por ser pequeño, mas no temas acercarte, que aún si cambias de tamaño, cambiaré yo mi lente, cambiaré el ángulo y ya nunca serás gigante. No deseo todificarte y que aplastes mi pequeña existencia. Deseo verte de cerca para apreciar los detalles. Eres grande de a esas pequeñeces que no puedo ver de lejos, pues la visión se me nubla. 

Quiero verte en los detalles y amarte por ellos. Quiero resucitar de esta pequeña muerte y gritar entre mil lamentos que no lamento la distancia, pues es espacio pequeño que amo como todo aquello que te define, alma pequeña. 

Acércate, pues, entonces, para que pueda verte en tus detalles. Quiero probar tu eternidad de a segundos. Alma pequeña, quiero amarte de a milímetros...

jueves, 20 de enero de 2011

¿Quién eres? (Juguetes)

Es tanto el saber que a veces me entrego a los mil sortilegios de un alma que ya no era clara. ¿Quién eres? Me dirás entre poesías, quizás, entre promesas nunca hechas y entre voces que martirizan. Te conozco demasiado, lo sabes. ¿Quién eres? Tal vez jamás lo supe, y sin embargo vi tus ojos, vi tu alma derrumbarse en los estrépitos de tu insomnio minimal. No me corroes. Ya no me corroes. 

Ten piedad de mi memoria si es que acaso alguna vez me recordaste, pues bien dices que lo haces. Ya no hay espacio para misterios. Te conozco demasiado. Ya no me corroes. No sé quién eres, pero ya no lo haces. ¿Y qué si lo hicieras? Pues ten por seguro que por vez primera verás en mis manos que eran susceptibles a tus subterfugios, tocar el aire que nos envuelve en primaveras con indiferencia. Lo sé, lo recuerdas, recuerdas mis ojos mirándote directo al alma, como recuerdas las partículas de aroma de mi llanto. Sé que lloré en vano. 

Añade ahora a cada herida un fragmento de palabra nunca dicha, una pizca de verdades omitidas. ¿Quién eres? Por vez quinta, vez tercera, vez primera te interrogo y tú sólo sabes repetir esa canción desafinada que cantaste amaneciendo ante los púlpitos dispares de mis ojos que borraban el pasado y escribían el presente en el ayer, cuando ya había pasado, tal como lo hizo la tormenta. 

He aquí la pila de escombros de lo que alguna vez quiso llamarse un abrazo y terminó siendo penumbra. Ya no me corroes, pues no sé quién eres. Debería, tal vez, preguntártelo. Quizás ayudaría saber quién soy yo, para poder preguntarte en segunda persona, pues no hay segunda sin primera, y no serás el primero en caer, pues no fuiste el primero en morir joven, como mi alma. 

Si, mis párpados caen ya en esta noche sin insomnio, y no es para soñarte. ¿Quién eres? Debí haber sabido que tu alma no eras tú, que tus ojos no reflejaban los misterios sino el espejo del destino del que ya no soy juguete. Como tú, que eras destino del que supe ser juguete.

¿Quién eres? ¿Acaso importa? Pues eres tú... aquel que ya no me corroe. Ya no eres mi destino. Ya no soy tu juguete. 

viernes, 14 de enero de 2011

De soles, sombras y acertijos

Al sol de la vulgaridad le reclamo esta morada rencorosa. Me hace sombra cada vez que la diluyo con palabras impronunciables, delitos de diccionarios sin hojas arrugadas, sin hojas, sin ojos y sin sangre. Respiro una vez más por la flor de la cordura. Mis pasos son hielo y mi frente desprecio de lejos. Estamos lejos. Sonrío. 

Nunca conocí los sortilegios de los dioses del destierro. No me salen las lágrimas cuando muerdo la esperanza otra vez, por mí, por ti, por esta llave que me dice que avance hacia el declive de mi quinto cataclismo. Ya no son las puertas las que golpean mi cara, si mil jueces hicieron sus miradas a un lado para poder declararme inocente de mi propio cavilar. No soy mi presa, ni presa de mi ser. No soy mi propia sombra, ni eres mi reflejo de voraz incertidumbre y sacrilegios. 

Me creo mi propio espanto. Lo creo y me lo creo. A veces cuando hay penumbras casi todo se olvida y somos parte de la parte de un fin de nadie que nos oiga. ¿Con qué fin seré principio? Con tus pies, por supuesto, mientras que con mis manos navegaré por los desiertos inundados de matices del horror, volviéndome idiota entre los muros, cayéndome en tempestades que destrocen mis ojos de roca, crueles vitrales, ventanas de mi eterno. 

Sigue teniendo este agua de alcantarilla sabor a error, a que fui parte de un olvido calculado, subrepticio entre balcones a ciudades despobladas de vestigios incoherentes como mis palabras. Claro que a veces la perfección carga los números vacíos en sus brazos de concreto, impíos como esas miradas que no sabrás darme cuando caiga sobre nuestra espalda la virtud del escapar por otros rumbos que ya no sean sobre las cortadas cabezas de aquellos que alguna vez supimos ser. No extraño tu presente, sólo extrañaría que te presentificaras en favor de los designios. 

Y me sonríen las sombras nuevamente, aquellas que supieron ser sol, aquellas vulgares, innombrables, pues nunca tuvieron nombre. Te adivino entre ellas, o tal vez soy yo la sombra que sonríe y da la espalda, y tal vez fuiste tú vulgaridad. Tal vez nunca debiste ser mi sombra, o tal vez yo no debí iluminarte. 

De cualquier modo sonrío, nuevamente, por vez tercera. Ya no me haces sombra...

martes, 4 de enero de 2011

Sabor a tanto

Me arrebatan la ansiedad de llevarte hacia un lugar imaginario. Esta es mi morada, el sol es mío y sólo por eso es que lo derrocho, que lo regalo a tus ojos cual ofrenda ante el dios de los silencios. No puedo evitar callar en los gritos que te doy con mi sustracto de animalidad. No me mires. 

Sé que los sonidos de mis palmas contra rocas son efímeros, que emulan la belleza de los cánticos del sueño de las mil esferas, superhombres, funestas musas, vanaglorias, infatuas, sedientas de especies del aura, de música surreal. Tu abrazo es de quince infiernos, pues me quema. Tu voz es de miel y tu cuello de incienso. Sabor a espanto, sabor a tanto. Tanto que espero porque cierres tus párpados para abrir los míos y empaparme de la paz de tus inciertos. Sabor a herida, sabor a vida. 

Son tus maleficios los que arden en dispares destellos de planetas destinados a perderse en la osadía de orbitar por los abismos. Tus ojos orbitan el mar abierto, la llanura inconfundible de tu rostro entre mis manos, cavilar entre las sientes de tu otoño. Muerde mi alma, sabor a hierro. Etílico lamento que entre lágrimas sonríe los intentos, suspira las caídas y el tormento. Sabor a invierno en retroactivo. Tus mejillas son mi etéreo. Resplandeces. 

Tengo tiempo para mirarte eternamente. Sabor de las miradas que me invaden el espejo en la cornisa. Sabor a muerte, sabor a suerte. El sol no se posa en las arenas de la gloria. Es mío, es tuyo. Te regalo una pizca de la brisa de la mañana, una gota de garúa de mi estrépito, una poesía en prosa que no se note si rima con tu nombre que transgrede los espectros. Un abrazo sideral te obsequio, una canción indeterminada, en sonidos nunca oídos, con voces que jamás callen, para verte sonreír al firmamento. Sabor a nubes, sabor a mar, sabor a cielo.

Tienes el poder de detener el cataclismo. Sabor a sueño. Sabor a que sabes que sentir que me sabes equivale a mil sonrisas que te doy con fundamento en la cúspide del miedo a tener que marcharme algún día, que alejarme de tus hombros que me implotan los cristales en el pecho. Remota locura. Grata, desquiciada la memoria. Te recuerdo mañana por si te fueras lejos, inventándote un lejano temblor en los huesos como se reinventa el crepitar de las llamas de este imperio. Voraz desvarío que guardas mis cien almas. Sabor a que vuelo.   

Llevas mis manos para que cuiden algunos ángeles del averno. Abrazo del abismo. Sabor a incierto. Te doy una caída así puedas levantarme y tener algo más por qué abrazarte desde el mar de la ignominia. 

Eres llave de las puertas donde guardo aquellas llaves en mi pecho. Besos de hielo y de fuego. Sabor a mar, sabor a cielo. Sabor tan sólo a todo aquello que deseo.